Comenzar su reinado no ha sido tarea fácil para Carlos III. La muerte de Isabel II lo sorprendió a los 74 años, en septiembre pasado, tras décadas de espera, y desde entonces ha tenido que enfrentar el reto de liderar una de las monarquías más antiguas del mundo, en medio de escándalos, grietas familiares que han salido a la luz pública con lujo de detalles y el acoso de la prensa, que sigue con lupa cada paso de los Windsor.
Por eso, a pocos les sorprende que mientras Isabel, después de 70 años de reinado, se fue de este mundo con una popularidad que rozaba el 80 por ciento, el nuevo rey alcance el 39 por ciento, a solo meses de su coronación, en mayo próximo, pues la mayoría de los británicos lo ven como un hombre viejo, en quien aparentemente su madre no confió para legarle una corona a la que nunca quiso abdicar.
De ahí que el pueblo británico tenga puestas sus expectativas en el príncipe William, actual heredero al trono, cuya juventud podría realmente capitalizar las transformaciones que por años se han esperado en esta monarquía.
Desde el 8 de septiembre, cuando murió la reina, el hasta entonces príncipe de Gales asumió de golpe las tareas monárquicas para las que se había preparado toda la vida: asegurar la unión política del Reino Unido (Escocia, Irlanda del Norte, Gales e Inglaterra); luchar por la supervivencia de la Commonwealth, en tiempos en que varios de sus miembros planean retirarse; además de mantener el interminable tsunami de temas parlamentarios y ministeriales que requieren su aprobación.
Y, como si fuera poco, resolver la gran cantidad de patrocinios reales dejados en la estela reciente de ‘difuntos’ de la realeza: los de su madre y su padre, el príncipe Felipe; los de su hermano Andrés, caído en desgracia, y, claro, los de su hijo autoexiliado Harry.
Justamente, una de las primeras tareas que abordó el actual rey estaba relacionada con el hermano díscolo, a quien tuvo que informarle que sus días como miembro de la realeza habían terminado por el escándalo que supuso su amistad de décadas con Jeffrey Epstein.
Una situación que lo llevó incluso ante la justicia, por cuenta de las denuncias en 2021 de Virginia Roberts Giuffre, una de las víctimas que enfrentó a Epstein y denunció al príncipe Andrés por abusos sexuales, aunque al final firmó con él un acuerdo extrajudicial en una corte de Estados Unidos.
La historia es así: Giuffre tenía 17 años cuando comenzó a ser abusaba por el magnate Jeffrey Epstein, quien un día le tomó una foto con el príncipe. La joven aparece sonriente. El duque de York, también alegre, la agarra por la cintura. La estadounidense lleva una década denunciando que Andrés abusó sexualmente de ella cuando era menor de edad. En un comienzo, solo los periódicos amarillistas hicieron eco de las acusaciones.
Pero el tercer hijo de Isabel II, despojado de sus títulos militares y deberes públicos, se enfrentó a una demanda civil en tribunales de Nueva York y lo negó todo. Incluso cuestionó la fotografía.
Lo cierto es que la denuncia contra el hijo preferido de Isabel provocó la peor crisis de imagen de la corona británica desde la muerte de Lady Di.
El príncipe de la discordia
Y entonces el príncipe Harry entró en escena para echarle más leña al fuego. Primero, mediante una docuserie, que se estrenó en diciembre pasado en Netflix, en la que desnudó las razones que lo llevaron a renunciar a la familia real. La principal de ellas se relacionaba con la hostilidad que él y su pareja, Meghan Markle, recibían desde el Palacio de Buckingham, al que acusaron incluso de “fabricar” noticias para desprestigiar a la actriz.
También denunciaron racismo, debido a los orígenes afroamericanos de la artista, que reveló que toda esta situación le ocasionó una fuerte depresión y un aborto.
La serie también abundó en detalles sobre la ‘guerra fría’ que viven los hijos del rey: el príncipe Harry revivió una tensa reunión que tuvo lugar en 2020, en Sandringham, donde los miembros de la monarquía en pleno se reunieron para discutir los roles reales de Meghan y él en la monarquía británica. “Fue aterrador que mi hermano me gritara y me gritara”, contó Harry.
Con estas tensiones de fondo, los Windsor recibieron la Navidad. El rey no hizo comentarios sobre la producción que, según Netflix, sumó más de 81,55 millones de horas de visualización solo un día después de su lanzamiento, y fue vista en más de 28 millones de hogares alrededor del mundo.
Pero lo peor estaría por venir. El pasado 10 de enero salió a la venta una incendiaria autobiografía del príncipe Harry, Spare (En la sombra), que revela aún más las grietas familiares de los Windsor.
Harry no se ahorró nada: contó detalles de un acalorado enfrentamiento con su hermano que terminó en agresión física. Pero, además del libro, que lleva casi dos semanas inundando de titulares los medios de todo el mundo, Harry reservó algunos ‘cartuchos’ para dos explosivas entrevistas en los canales ITV y CBS.
En declaraciones a 60 Minutes, de la CBS, acusó a Camilla, la reina consorte, de filtrar historias sobre la familia a medios británicos como parte de su campaña para “rehabilitar” su imagen. También reveló que no se hablaba con su hermano y con su padre desde hace “un buen tiempo”.
Y revivió la historia de cuando el ahora rey le dijo a la princesa Diana, el día del nacimiento de Harry: “¡Maravilloso! Ahora que me has dado un heredero y un repuesto, mi trabajo está hecho”.
Para rematar, relata un angustioso encuentro con su padre y William, tras el funeral del príncipe Felipe, en 2021. El ahora monarca se paró entre sus hijos en guerra, “mirando nuestros rostros sonrojados”, y les dijo: “Por favor, muchachos, no hagan que mis últimos años sean una miseria”.
Lo dice un rey Carlos III que sabe bien que el Palacio de Buckingham ha escrito su historia de crisis en crisis: desde los días en que Eduardo VIII, su tío, abdicó para poder vivir su amor con Wallis Simpson, hasta la tormenta desatada por su propia infidelidad con Camilla Parker que bien destapó en su momento Diana de Gales, cuando aseguró ante las cámaras de la BBC: “En este matrimonio somos tres”.
Con este pasado a cuestas, y con las revelaciones que su hijo menor plasmó en su biografía y sigue destapando, el nuevo rey deberá aprender a jugar bien sus cartas.
Su mayor apuesta es ganarse el fervor de buena parte de un pueblo que se pregunta, además, si en estos tiempos de recesión vale la pena seguir sosteniendo a una onerosa monarquía, que cuesta más de 90 millones de dólares cada año, y cuya función más vistosa, al parecer, es alimentar generosamente las portadas y titulares de la prensa rosa.