En los años ochenta, a pesar de las crecientes alarmas, el gobierno de Ronald Reagan se empeñaba en darle la espalda a un problema de salud pública que crecía como espuma, el VIH, el virus causante del sida. Si bien en Francia y otras latitudes varios estudios apuntaban a descifrar sus causas y posible tratamiento, el gobierno estadounidense seguía callando y dando pie a la creencia de que solo se transmitía entre homosexuales. La prensa no daba el cubrimiento que las cifras de infectados exigían y ese silencio costó muchas vidas. Paradójicamente, mientras Reagan hacía oídos sordos, uno de sus conocidos se convertía en la primera celebridad en expresar públicamente su condición de infectado de sida, Rock Hudson. Tan actor como el presidente Reagan lo fue en su momento, el apuesto Hudson, con sus casi dos metros de estatura era un sex symbol de los años cincuenta y sesenta que trabajó en comedias románticas exitosas junto a Doris Day y compartió set con figuras como Elizabeth Taylor. Ya en su clímax profesional se rumoraba que para mantener vivo su estatus de galán los estudios mantuvieron en secreto su homosexualismo, e incluso le organizaron un matrimonio que no duró más de tres años. A medida que su fama bajó, hacia el final de su carrera, un Hudson decaído encontró refugio en la televisión en la famosa serie Dinastía. Hoy poco se recuerda a Rock Hudson por sus méritos, ante todo físicos para la crítica de cine, pero dejó un legado emotivo importante al ser el primero en compartir en público el hecho de padecer una enfermedad tan novedosa como (entonces) letal. En una nota de 1986, el diario El País recogió sus últimas palabras en la voz de su amigo cercano Burt Lancaster: “No estoy feliz por tener el sida, pero si esto puede ayudar a otros, al menos puedo saber que mi propia desgracia tiene un valor positivo”. La enfermedad no iba a desaparecer con ignorarla. Después de la muerte de Hudson en 1986 se contabilizaban más de 12.000 víctimas y la cifra subía rápidamente. Así fue ganando su espacio en las noticias, pero no era suficiente para librarla de los estigmas. Aún se asociaba exclusivamente al homosexualismo y hacía falta un ícono de la hombría para cambiar esa perspectiva. Y en 1991 llegó Earvin ‘Magic’ Johnson, el basquetbolista más representativo de los Lakers de Los Angeles que ganaron cinco títulos de la NBA, quien confesó en una conferencia de prensa que era seropositivo. No fue un anuncio de velorio, al contrario. Acompañado de su señora embarazada, Johnson expresó alivio de saber que su familia no estaba infectada y que juntos lucharían para vencer la enfermedad. No se trataba de cualquier jugador de un equipo cualquiera. Los Lakers eran el show supremo, y figuras como Jack Nicholson no se perdían un movimiento de sus ídolos. Precisamente por esa posición, Magic era una mezcla entre rockstar y dios y, según sus propias palabras, en sus años de profesionalismo se acostó con 300 a 500 mujeres cada año. En una ocasión tuvo relaciones con seis mujeres a la vez, y su jefe de la época, Jerry West, aseguró que el jugador hizo del sauna y de los camerinos del equipo un nido de pasión. “Magic se iba al sauna después del partido, se echaba un polvo allá, se ponía una bata y regresaba a atender a los periodistas”, dijo West. Johnson, que aseguró nunca haber tenido relaciones con hombres, le dio una nueva perspectiva a la enfermedad, le quitó el velo de segregación y la llevó a todos los hogares. En 1991 se creía que Magic moriría, pero 24 años después se ve entero e incluso con sus kilos de más. Ha llevado una vida gracias al coctel de medicinas que hoy en día tiene a raya la enfermedad, creó una fundación para luchar contra ella y su fortuna ha crecido gracias a muchas inversiones. El anuncio más reciente tuvo lugar esta semana y vino por cuenta de un personaje mucho más polémico que Hudson o Johnson. Cuatro años después de ser diagnosticado como VIH positivo, Charlie Sheen confesó ser portador de la enfermedad y compartió sus motivaciones para hacerlo. Cansado de la extorsión de la que era víctima y por la cual pagó hasta 10 millones de dólares decidió poner fin a la situación. Sheen ha dado de qué hablar durante décadas. Superó la sombra de su padre Martin cuando llegó a la cima de Hollywood con películas como Platoon y Wall Street. Pero en los años noventa sus adicciones se recrudecieron. Intentó recuperarse en varias clínicas de desintoxicación pero sus esfuerzos resultaron vanos, y se vio envuelto en conflictos de violencia doméstica. Desde 1995 su gusto por las prostitutas quedó documentado, pues en un juicio declaró que entre 1991 y 1993 había gastado 53.000 dólares en damas de compañía. Sheen se casaba, se divorciaba, se internaba en una clínica, salía, se iba a vivir con una actriz porno, se desbocaba en fiestas, escandalizaba, y repetía el ciclo una y otra vez. Y a pesar del voltaje que llevaba a sus espaldas, su carrera renació en la televisión en la década de 2000. En Spin City de nuevo enamoró a la crítica y en 2003 se enroló en Two and a Half Men, la serie que lo vio llevarse premios, ratings altísimos y el mejor sueldo de la televisión, 2 millones de dólares por capítulo. Tanto dinero no hizo más que alimentar su ánimo de diversión. Siguió gastando millonadas en alcohol, en drogas, en prostitutas. En una entrevista le preguntaron cómo sobrevivía oliendo de a siete gramos de cocaína por noche y respondió: “Siendo yo, teniendo mi corazón, mi cuerpo, siendo distinto”. En 2011 sufrió una fuerte caída. Trató de rehabilitarse una vez más y al salir de la intervención chocó con Chuck Lorre, el productor de la exitosa serie, quien lo despidió. Se rumora que alrededor de estas fechas Sheen supo que era portador del VIH. Pero muy a su estilo se entregó de nuevo a los vicios. Según documentos asociados a la productora del actor, este gastó en 2013 más de 1,6 millones de dólares en ‘entretención amistosa’, el rubro bajo el cual anotaba sus prostitutas. En la misma etapa, pagó poco más de 1 millón para mantener a sus cuatro retoños. Considerando los gustos de Sheen, conocido entre proxenetas por pagar de 5.000 a 10.000 dólares extra a las mujeres que contrataba por tener relaciones sin condón, el futuro se le presenta complicado. Muchas de las prostitutas cuestionan que no haya sido transparente con su condición y prometen demandarlo. La situación hace recordar el episodio del amante de Rock Hudson, a quien el actor jamás le confesó su enfermedad, y que demandó patrimonialmente la herencia del actor. La demanda le representó millones de dólares. El anuncio de Hudson en 1985 puso a la enfermedad en la agenda, el de Johnson en 1991 dio un empujón a su reconocimiento. El de Charlie Sheen en 2015, ¿marca la banalización de la misma?