Después de permanecer 12 días en el hospital público de Maciel, en Montevideo, Gladys Lemos, de 74 años, estaba lista para volver a su casa. La mujer sufría diabetes y había sido ingresada por una de sus tantas recaídas. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de salir de su habitación, empezó a convulsionar. Los médicos trataron de estabilizarla, pero unas horas más tarde le dio un infarto fulminante. Nadie entendía cómo era posible que falleciera por un procedimiento rutinario, precisamente en el momento en que los doctores la habían dado de alta. En medio del dolor de sus familiares, la Policía ordenó una autopsia que sirvió para descubrir una macabra serie de asesinatos. Gladys no había muerto de forma natural; su enfermero la había matado con una dosis letal de lidocaína. Su historia resultó ser la pieza clave de una denuncia anónima que las autoridades habían recibido en enero. De inmediato ataron cabos y dieron con los responsables: Marcelo Pereira y Ariel Acevedo, dos enfermeros con una larga carrera en el sector, que desde hace seis años asesinaban a sus pacientes con inyecciones de anestésicos y de aire. Por ahora han confesado 15 homicidios, pero se cree que la cifra puede llegar a 200. Desde ese momento, en Uruguay no se habla de otra cosa. Incluso algunos medios internacionales han comparado este caso con el estupor que generó el accidente de los jugadores de rugby en la cordillera de los Andes en 1972. Porque, si bien son hechos que ocurrieron en circunstancias muy distintas, hace tiempo una noticia de esas dimensiones no sacudía tanto a este país de apenas 3 millones de habitantes. "Parece el argumento de una película de terror -dijo a SEMANA el psicoanalista uruguayo Jorge Bafico-. Si llega a ser real, es posible que estemos frente al caso de asesinos en serie que actuaban en simultáneo más grave de América Latina". .La prensa y la opinión pública han hilado todo tipo de hipótesis sobre los motivos que los llevaron a matar. Según la declaración que los enfermeros dieron al juez, lo hicieron por "piedad", es decir, para aliviar el sufrimiento de los pacientes. No obstante, la explicación se cae por su propio peso, pues ni Gladys ni los otros enfermos estaban en etapa terminal o tenían un pronóstico reservado. También ha circulado la versión según la cual querían disminuir la carga laboral, pues Pereira en particular estaba harto de su trabajo. La teoría más aceptada por el momento, y en la que coincide la mayoría de expertos, es que se trata de unos psicópatas disfrazados de profesionales de la salud. "Hay tres razones para afirmar que asesinaban por placer y no por caridad. La primera es que cometieron una seguidilla de homicidios. La segunda, que eligieron un tipo de víctima (pacientes). Y la tercera, que siempre utilizaban las inyecciones como un instrumento de muerte", dijo a esta revista Hugo Marietan, psiquiatra argentino especialista en psicopatías. Gracias a su posición privilegiada, los enfermeros no solo traicionaban la confianza de los internos, sino, sobre todo, manipulaban las actas de defunción sin levantar sospechas. "Con el paso del tiempo emergieron rasgos de personalidad, como la frialdad y el egocentrismo, que antes estaban ocultos -indicó la criminóloga Laura Quiñones-. Se sentían muy poderosos, casi como dioses". Es por eso que nunca sintieron la necesidad de detenerse. Acevedo, de 46 años, trabajaba en la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, una de las clínicas privadas más prestigiosas de la capital uruguaya, y Pereira, de 40, se desempeñaba en el Maciel. Aunque el gobierno asegura que no se pusieron de acuerdo para matar, se conocían porque Pereira a veces hacía turnos en la Española. Eso significa que no fue una simple coincidencia, pues el propio ministro del Interior admitió la semana pasada que ambos estaban compitiendo entre sí para ver quién lograba el mayor número de víctimas. Eran conscientes de lo que cada uno hacía, pero no lo planeaban en conjunto. Solo una enfermera, amiga de Pereira, ha sido acusada porque sabía lo que estaba ocurriendo y prefirió encubrirlo. La forma silenciosa como operaron durante todos estos años ha provocado una oleada de denuncias de familias que sospechan de la desaparición súbita de sus seres queridos en esos y otros centros de salud del país. De hecho, se ha llegado a especular sobre una posible red de 'ángeles de la muerte', como suele denominarse al personal sanitario que practica la eutanasia. En las próximas semanas la Justicia deberá desentrañar el misterio que rodea esta trama que ha hecho recordar a muchos al doctor Jekyll, el misterioso personaje de ficción creado por Robert Louis Stevenson, que detrás de su imagen de médico respetable escondía a un asesino llamado Mr. Hyde.   Otros casos en el mundo   1) La doctora alemana Mechthild Bach se quitó la vida el año pasado con el mismo coctel de drogas que usó para matar a 13 pacientes entre 2001 y 2003. Según ella, lo hizo para ayudarles a tener una muerte digna, pero las autoridades alegan que no todos eran enfermos terminales.     2) Uno de los casos más recordados es el de Harold Shipman, un médico británico acusado de asesinar a por lo menos 215 pacientes. En 1998 las autoridades lo descubrieron porque, poco antes de morir, una mujer cambió sin razón aparente su testamento para dejarle todos sus bienes a él. Shipman fue condenado a cadena perpetua y se suicidó un día antes de cumplir 58 años.   3) El enfermero Donald Harvey conmocionó a Estados Unidos por la variedad de métodos que utilizaba para matar a sus víctimas: a algunas les aplicaba inyecciones letales, a otras las asfixiaba y a unas cuantas les suministraba veneno de ratas y cianuro en la comida. Fue capturado en 1987 y actualmente está pagando cadena perpetua.