Antes de que Donald Trump llegara a la presidencia de Estados Unidos y de que el Brexit triunfara en el Reino Unido, el mundo tenía una opinión positiva casi unánime sobre Facebook. Aunque algunas voces ya alertaban sobre la falta de privacidad y la información falsa, la mayoría de las personas lo veían como un espacio para conectarse con los demás, reencontrarse con sus viejos amigos y romper las barreras de la distancia. Muchos, además, veían a Mark Zuckerberg como una especie de genio, uno de los magnates tecnológicos que habían cambiado la historia de la humanidad para bien. Él, sin embargo, estaba algo preocupado por su imagen. La película Red social, basada en su vida y protagonizada por Jesse Eisenberg en 2010, lo había mostrado como un nerd odioso y torpe socialmente, que se robó parte de la idea para crear Facebook.
Así que, dispuesto a cambiar esa imagen y a contar su versión de los hechos, le dio acceso a la empresa y a su círculo cercano al periodista y escritor Steven Levy para que escribiera la historia definitiva de la red social. El resultado, titulado Facebook: The Inside Story (La historia interna), lanzado por estos días en Estados Unidos, dista un poco de lo que quería Zuckerberg. Y no es para menos: durante la época en la que Levy estaba con ellos, las cosas cambiaron. En los primeros años de Facebook, su obsesión era obtener más suscriptores y llegar a más mercados. Incluso solía terminar las reuniones gritando “¡dominación!”. El triunfo de Trump, la interferencia rusa en las elecciones, la multiplicación de noticias falsas en la red social y el escándalo de Cambridge Analitica, que utilizó sin permiso la información privada de 50 millones de usuarios para generar anuncios políticos personalizados, transformaron la imagen de Facebook. Y muchas personas, incluso antiguos colaboradores, comenzaron a verlo como una amenaza contra la democracia.
Por eso, aunque el libro muestra a Zuckerberg como un niño genio, también intenta identificar cómo piensa y cuáles son sus objetivos. Levy cuenta, por ejemplo, que desde pequeño estaba obsesionado con los emperadores romanos y se sabía de memoria la historia de algunos de ellos. También, que sus videojuegos favoritos eran Civilization o Alpha Centauri, en los que el objetivo es usar estrategias para conquistar el mundo o la galaxia. Al inicio de su aventura en Faceboook, cuando la empresa comenzó a crecer de forma exponencial, ya mostraba rasgos de esa personalidad: en las reuniones, según cuentan sus colaboradores, su única obsesión era obtener más suscriptores y llegar a otros mercados, e incluso solía terminarlas gritando “¡dominación!”. Además, aunque nunca ha sido un déspota gritón, sí toma las decisiones solo y su autoridad es absoluta. Por otro lado, como cualquier emperador, se ha encargado de acabar con sus rivales destruyéndolos o comprándolos, como hizo con Instagram y WhatsApp.
No es su único rasgo característico. Según Levy, Zuckerberg también es una persona con una mente matemática y todo lo ve como si fueran ecuaciones o algoritmos. “Desde muy joven miraba las cosas y pensaba que se podían mejorar, que podía romper ese sistema y construirlo de forma más eficiente. No me di cuenta hasta que fui mayor que así no pensaban la mayoría de las personas”, explica él mismo en el libro. Pero esa forma de pensar, que lo ayudó a construir Facebook y que le permite mejorarlo siempre, también le impide ver las cosas desde un punto de vista más social o humanitario. Zuckerberg y otros directivos de Facebook se habían dado cuenta de que la red social se estaba llenando de información falsa que apoyaba la campaña de Donald Trump, pero no hicieron nada para evitarlo. No en vano, recuerda el libro, desde que estaba joven y comenzó en el mundo de la programación, ha cruzado límites éticos y morales con tal de probar sus algoritmos. En Harvard, por ejemplo, robó información de las bases de datos de la universidad para lanzar Facemash, una aplicación en la que los estudiantes podían comparar el aspecto físico de las personas. Cuando las directivas se enteraron casi lo expulsan, pues además de extraer datos secretos, estaba usando fotografías de la gente sin autorización para exponerlos ante los demás. Aunque bajó la cabeza y pidió perdón, en el fondo nunca dejó de pensar en términos matemáticos. “La gente es más voyeurista de lo que hubiera pensado”, respondió tiempo después, cuando le preguntaron que había aprendido de ese episodio. Seguro que en esa época ya estaba planeando cómo usar eso para sus próximas creaciones. Cambridge Analitica y las elecciones de EE.UU. El libro incluso muestra que en 2016, el propio Zuckerberg y otros directivos de Facebook ya se habían dado cuenta de que la red social se estaba llenando de información falsa que se viralizaba fácilmente, y que apoyaba la campaña de Donald Trump.
Sin embargo, temeroso de que cualquier movimiento para contrarrestarlo pudiera ser interpretado como participación en política por los republicanos, decidió quedarse quieto. Además, creía que Hillary Clinton iba a ganar fácilmente y, en su mente matemática, veía las ‘fake news’ como un porcentaje muy pequeño, comparado con el resto de publicaciones. Nunca se le ocurrió abordar el tema desde una perspectiva social, en la que la mentira, por pequeña que fuera, podía hacer mucho daño. “No pienso mucho en lo que he hecho en el pasado. La gente te criticará y golpeará cuando cometas errores. Pero son los optimistas los que construyen el futuro”, dice Zuckerberg. En ese sentido, y aunque el propio magnate tuvo que ir al Senado a hacer un ‘mea culpa’ y a prometer que iba a encargarse del tema de los algoritmos, Levy dice que no es una persona que se arrepienta de muchas cosas. En parte porque es un poco arrogante y tiene “una extraña confianza en sí mismo”, como describió un compañero de universidad.
Pero también, porque siempre está pensando en el futuro y se describe como un optimista: “No pienso mucho en lo que he hecho en el pasado. La gente te criticará y golpeará cuando cometas errores. Pero son los optimistas los que construyen el futuro”, le dijo en una conferencia a un estudiante de Kansas. Para él, Facebook no es una amenaza para la democracia ni una aplicación que comercializa con los datos privados de miles de millones de personas, sino un sistema lleno de algoritmos que pueden ser mejorados.
En muchos sentidos, Mark Zuckerberg sigue siendo ese niño que ponía su mirada de ingeniero en cualquier cosa y que jugaba a construir un imperio que dominara el mundo.