No pasa tiempo con su familia, ya no vive con ella, y no tiene un lugar al cual llamar hogar. Robert O’Neill tuvo que dejarlo todo cuando, a finales de noviembre de 2014, reveló haber sido quien disparó las balas que hirieron de muerte de Osama bin Laden. Desde entonces, vuela seis días de la semana, de conferencia en conferencia, sin dejar atrás nunca la paranoia que siente alguien que mató a la cabeza visible del grupo terrorista más letal de los últimos años. Durante 15 años como Navy Seal, O’Neill hizo parte de 400 misiones de combate. Y su historial es impresionante. No solo dio de baja a Osama, también hizo parte de las misiones en Somalia y Afganistán que inspiraron las películas Capitán Phillips (con Tom Hanks) y El único superviviente (con Mark Wahlberg). Una vez retirado, O’Neill rompió el código de silencio que prohíbe a los Seals revelar detalles de las misiones, y esto le ha valido fuertes críticas de sus compañeros de armas. Pero tiene sus razones. Afirmó al diario The Times de Londres que no quiere llamar la atención y que no es más o menos importante que ningún otro soldado de esa misión. Muchos dudan de que esas sean sus intenciones legítimas, pero no hay manera de probar lo contrario. Robert contó su historia en primera persona, por primera vez, en un encuentro de víctimas en 2013, cuando donó al Museo y Monumento Nacional del 11 de septiembre la prenda que vestía cuando dio de baja a Bin Laden. Allá sintió el impacto de su relato en aquellos que habían perdido a sus seres queridos el martes negro en Nueva York. “Todos los presentes estallaron en llanto. No podían contenerse. Fue la primera vez que conté la historia en público, y pensé: si puedo hacer esto por estas personas, puedo hacerlo por más”. Lo impulsó esa posibilidad de cerrar capítulos con sus palabras. No busca la notoriedad y no lo asusta que lo ataque un terrorista o que el Pentágono lo investigue. Dice estar preparado para todo. El día del trabajo Luego del atentado a las Torres Gemelas, el presidente George W. Bush declaró la ‘guerra contra el terror’ y lanzó a sus tropas a buscar por cielo y tierra a Osama bin Laden, el jefe de Al Qaeda, la organización que reivindicó el ataque. No entendía que es imposible declarar la guerra a un concepto, por lo que esa famosa guerra no ha terminado, y tal vez no termine nunca. Pero en cuanto a Bin Laden, tuvieron que pasar diez años para que Estados Unidos consiguiera su objetivo, cuando tres disparos terminaron su vida en Pakistán. O’Neill los hizo, o al menos eso dice. Pensar que Bin Laden caería sin dar pelea era ingenuo, y asumir que había atestado su escondite de explosivos era realista. Por eso, según O’Neill, los que hicieron parte de la misión en la noche del primero de mayo de 2011 estaban preparados para morir. El vuelo en helicóptero entre Jalalabad y Abbottabad duró 90 minutos. Robert contó hasta 1.000 y de vuelta, repetidas veces, para mantenerse concentrado. Pero no todos lidiaban con la ansiedad de igual forma, como confesó a The Times. “Algunos escuchaban música, algunos dormían, si pueden creerlo. Cuando nos acercamos comencé a pensar sobre los pasos que iba a dar. Todos íbamos a morir en un punto y valía la pena que fuera esa noche, por esa causa, en vez de 50 años después lamentando no haber hecho parte”. O’Neill no se considera religioso, pero asegura que después de tanto recorrido en la Armada el destino lo puso a esa hora, en ese lugar. Había empezado su carrera años atrás como un francotirador, y luego integró equipos de asalto. El cambio ajustó perfectamente con sus ganas de revancha. “Quería estar cara a cara con el enemigo. Siempre quise responder al 11 de septiembre, siempre fue personal. Queríamos hacerlo por la gente que no tenía nada que ver con la guerra y murió saltando al vacío porque era mejor que morir quemada”, añadió, recordando la imagen más dramática del ataque a las Torres Gemelas. Los 90 minutos se esfumaron y el helicóptero llegó al lugar designado. Los soldados bajaron por cuerdas y coparon la fortaleza donde se ocultaba el terrorista. O’Neill, el décimo en una línea de 23 soldados del ‘Seal team 6’, entró cuando ya varios de sus compañeros habían despejado el camino. Abrieron puertas y en la avanzada liquidaron a dos guardaespaldas de Bin Laden y a una de sus mujeres. Cada paso —incluyendo la reacción a varios imprevistos— había sido planeado. Los Seals actuaron con precisión. Sortearon el primer piso y en segundos subieron la escalera. O’Neill ahora era el séptimo en línea. La inteligencia empezó a hacerse valiosa durante el ascenso. Maya, la analista de la CIA retratada en la película Zero Dark Thirty, les había dicho que Khalid, uno de los hijos de Bin Laden, era la última línea de defensa. El Seal que punteaba lo llamó por su nombre. Khalid respondió, salió armado y recibió varios disparos mortales. Cinco Seals se repartieron para revisar los cuartos del segundo piso, y O’Neill quedó justo detrás del puntero, que alcanzó a ver a Bin Laden subiendo y le disparó sin éxito. O’Neilll asumió entonces la vanguardia. Robert cuenta que sus gafas de visión nocturna le permitieron ver una escena que se repite en su mente siempre que cierra los ojos. Osama bin Laden estaba frente a él. Un hombre sorprendentemente alto, con una barba casi a la mitad de lo que se pensaba, aferrado a los hombros de su mujer. La empujaba hacia el frente. En palabras de O’Neill, “no se iba a rendir”. Entonces le disparó dos veces en su frente… y una tercera más en la cabeza cuando estaba en el piso. El hombre más buscado del planeta estaba muerto. “La posibilidad de que llevara puesto un chaleco suicida obligaba a disparar a la cara. La gente no muere tan rápido en la vida real como en las películas… si les disparabas al pecho tenían tiempo suficiente para detonar el chaleco”, afirmó el exsoldado, que en conmemoración al episodio se tatuó las palabras de George W. Bush tras los ataques del 11 de septiembre: “La libertad misma fue atacada esta mañana por un cobarde sin rostro y la libertad será defendida”. A pesar de su admiración por Bush, Robert guarda enorme respeto por Barack Obama, el presidente que dio luz verde a la operación contra Bin Laden. “Las dos veces que estuve asociado a decisiones suyas, tomó la correcta”. De vuelta a la base en Jalalabad, O’Neill le preguntó a Maya si ese era el hombre que había estado buscando. Ella le respondió: “Me has dejado sin trabajo”. Adiós a las armas Robert O’Neill se retiró un año después del gran golpe, invadido por una comodidad peligrosa. “En combate, ya no sentía adrenalina cuando nos atacaban. No había nervios, y me preocupaba que esa calma me llevara a tomar malas decisiones”, afirmó. Como se retiró antes de tiempo perdió el derecho a una pensión. Sin embargo, lidera una fundación caritativa, Your Grateful Nation, que ayuda a veteranos de guerra a integrarse a la vida civil. La fundación es su hogar, al que dedica sus horas y su vida. Un poco de notoriedad para su causa no puede sino ayudar, porque el hombre que mató a Bin Laden no disfruta de una familia, de un hogar o de una pensión.