SEMANA: ¿Quién es William Arana?
WILLIAM ARANA: Es la voz de las dosis diarias, un hombre que ama a Dios y que decidió creerle, ese es William Arana.
SEMANA: ¿Qué son las dosis diarias?
W.A: Las dosis diarias son unos audios de reflexión basados en el manual de instrucciones, como yo le llamo a la palabra de Dios (la biblia). ¿Por qué le llamo manual de instrucciones?, porque todo aparato necesita una instrucción, toda creación necesita una instrucción de cómo usarse. Cuando el celular se daña es cuando miramos el manual de instrucciones. Y uno usa el manual de instrucciones cuando ya las cosas se dañan. La gente cuando tiene un problema busca a Dios, y Dios nos creó y como nos creó nos hizo con un manual de instrucciones y la biblia es un manual de instrucciones que nos dice cómo funcionamos bien.
SEMANA: ¿Usted cuándo leyó ese manual de instrucciones?
W.A: Lo he leído muchas veces. No puedo decir que lo he leído todo completo, porque la Biblia, tú lees hoy y tienes una parte que te habla; puede pasar mucho tiempo, un año, no sé, si vuelves a encontrarte con el mismo texto te puede hablar de otra manera. Es la forma en que Dios nos habla, tiene ese encanto, ese ese toque especial. La palabra de Dios que, como dice la misma palabra, no llega vacía nunca. Siempre va a alimentarte, va a tocarte de alguna manera diferente
SEMANA: ¿Recuerda cuando leyó ese manual de instrucciones, consciente de que estaba fallando usted, como “aparato”?
W.A: No exactamente, lo que sí recuerdo es que fue gracias a mi madre. Ella empezó a buscar a Dios, en esa época uno hacía más caso que lo que hacen ahora. Entonces uno les hacía caso a los papás. Mamá me empezó a dar a conocer las cosas de Dios, a mí no me gustaban porque era como una imposición, pero la semilla quedó y eso fue importante porque la semilla germinó en mi corazón. En los momentos de problemas cuando no funciona ese aparato yo decía: “tengo un Dios que me creó, que me ama y empecé a buscarlo. Entonces decirte exactamente cuál fue el texto que leí me queda difícil.
SEMANA: Más que cuál fue el texto, ¿cuál fue el momento en el que se empezaron a presentar las fallas?
W.A: Fueron muchas. Lo que pasa es que iba y yo sentía un llamado desde niño había algo, pero yo siempre me alejaba, me costaba, era difícil para mí. Yo me refugiaba mucho en el trago social, la rumba social, pero eso se volvió ya una adicción porque cuando uno empieza a tomar cada ocho días, y ya no solamente los viernes sino los jueves, y ya no es sólo jueves sino los miércoles y luego todos los días de la semana, pues eso es alcoholismo, según estudios.
Se volvió una cosa de mi vida diaria, fumaba demasiado. Empecé a conocer la droga social con gente de élite. Consumí fuertemente cocaína, tuve dos sobredosis fuertes, casi muero una vez en Cali. Era un vacío que yo quería llenar, yo tomaba y tomaba. Yo no quería estar solo.
SEMANA: ¿Cuántos años duró?
W.A: Muchos años. Fue difícil, trabajaba en la rumba, cantaba, animaba y hacía coros con orquestas, trabajé con Pacho Galán, con Lucho Bermúdez, con Los Alfa 8, con los Tupamaros. Mi vida era un carro sin frenos bajando. Esa era mi vida: aplausos, rumba, mujeres. Un desorden por cuenta de la falta de autoridad. Yo tuve que salir a trabajar muy pequeño y conocí el mundo muy pronto.
Tuve un padre que siempre nos maltrató, nos dio una vida mala y a mí especialmente. Conmigo fue muy duro. Entonces uno ese faltante que tiene lo busca fuera y ya cuando uno está grande lo busca de otra manera. Dios creó papá y mamá como hogar y eso ya no se ve. Lo que más pulula hoy en día son madres solteras, hijos tirados por todos lados. Entonces se descompuso la sociedad. Se descompone el orden, el principio, el manual. Esos niños necesitan establecerse emocionalmente, desarrollarse psicológicamente efectivamente en todas sus áreas para poder funcionar bien. Cuando estás grande, ¿qué haces?, limosnear eso que te hace falta. Y yo limosneé amor, para que me aceptaran. Necesitaba compañía. Estar solo era muy duro para mí y en esa soledad me deprimía demasiado. ¿Cómo conseguí amigos?, tomando y les gastaba para que no se fueran. Quedaba solo y lloraba mucho. Intenté quitarme mi vida cuatro veces.
SEMANA: ¿Cuántos años para ese entonces?
W.A: Estoy hablando desde los 14, 15, 18, 20 años. Yo hoy tengo 57 años y desde 2001 tomé la decisión de obedecerle a Él y aquí estoy. Yo hago un stand up comedy, que se llama Que nadie te robe tus sueños y ahí cuento mi testimonio de vida.
Que nadie te robe tus sueños es para reír, reflexionar y salir restaurado. Cuento de dónde vengo, que soy tan equivocado y humano. Porque a veces la gente lo idealiza uno, “el de las dosis es perfecto, el que hace las dosis habla tan lindo de Dios”, y no sé qué, pero nadie sabe el camino que he recorrido, el hambre que he aguantado, la necesidad que he tenido, las carencias y todo. A la vez se habla de cómo sí se puede soñar y como Dios cumple los sueños de uno. Yo vengo de un hogar de clase baja y de una situación económica muy difícil.
SEMANA: ¿En donde nació?, ¿Es hijo único?
W.A: En Bogotá, con un papá con una infidelidad grandísima. Un papá que golpeaba a mi madre. Un papá que no le importaba si sus hijos tenían para comer o no. Un padre irresponsable que siempre me gritaba: “imbécil, bruto, usted no sirve para nada”, esas eran las palabras de aprobación de mi papá. Entonces uno de niño va creciendo con esas marcas. Somos cuatro hijos del hogar, y afuera hay más porque mi papá tuvo hijos regados por todos lados. Yo soy el segundo, mi hermana es la mayor. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía 12 años. Y yo asumo un rol que no me corresponde, entonces yo me vuelvo el papá, yo me vuelvo el esposo. Tengo que salir a buscar la comida de mis hermanos. Mi mamá me ve como su hijo, pero también como su proveedor. Ella hoy en día tiene 78 años. Vendí esponjas de alambre en las tiendas, trabajaba en la calle y buscaba trabajo en construcción, con esfuerzo terminé mis estudios de colegio, pero no podía hacer la carrera que soñaba.
SEMANA: ¿Qué quería estudiar?
W.A: Yo crecí escuchando radio porque yo no tenía televisor, crecí escuchando radio novelas y esa cajita mágica para mí era más que un televisor. Escuchaba las narraciones de ciclismo, fútbol, todo. Me enamoré de la locución, pasaba por el estadio El Campín y yo decía algún día estaré ahí narrando. Pero no podía porque tenía que trabajar entonces mis sueños eran aplastados.
SEMANA: ¿A qué se dedicaba en ese momento?
W.A: Mensajero de una oficina de abogados y de contadores. Yo le llamaba ‘ingeniero de enlace’, para darle clase al puesto. Pero mi sueño se volvió realidad, después yo narré fútbol, estuve con William Vinasco, hice eliminatorias, trabajé en la serie La Selección. Soy el narrador de toda la serie con Edgar Perea.
SEMANA: ¿Cómo logró entrar?
W.A: Al barrio Tejar, donde vivíamos con mi madre, llegó a vivir en la misma cuadra Roberto Hernández, un narrador de fútbol que trabajaba con William Vinazo y hacía un programa en la radio que se llamaba Sintonía Locura. Aún soy amigo de él, yo le rogué mucho que me llevara al fútbol al estadio y empezamos a ir y empezamos a ir. Me llevó, empecé a ir, los miraba y empecé a hacer el colaborador, recoger el cable, siempre fui diligente.
Empecé a aprender la parte técnica, un día faltó la voz comercial y las oportunidades llegan, la primera vez lo hice horrible. Se puede tener un buen timbre de voz, pero cuando uno no sabe manejarla es terrible. Hay que pulir el diamante en bruto. Trabajé mucho en mi casa con mi voz, me leí las páginas amarillas todas, cuando iba en el bus me leía los letreros rápido o más despacio. Inventé el curso de lectura rápida, me tocó ser muy recursivo. Aprender a mi manera pero yo creo que Dios siempre iba ahí. Terminé siendo docente del manejo de la voz, de lectura interpretativa en diferentes
SEMANA: ¿Llegó a la cima?
W.A: Profesional, quizá sí. Llegué a narrar para Discovery Channel, National Geographic, hice muñequitos en Cartoon Network, voces muy famosas y la voz de marcas muy duras en mi país. Las agencias de publicidad ya me peleaban. De hecho, a veces prendo el televisor y todavía hay cuñas mías.
Cuando crearon la serie La Selección fui el narrador con Edgar Perea.
SEMANA: ¿Qué le hacía falta?
W.A: Siempre había un faltante, sentía un llamado, por más que tuviera cosas, había algo que me hacía falta aquí adentro. Hoy en día me siento más pleno, satisfecho. Hoy en día como digo, si me toca irme me voy tranquilo. No tengo miedo de la muerte ya nada porque me voy con él. A mí me llaman todavía a grabar cuñas, me ofrecen plata y buena plata.
SEMANA: ¿Y no lo hace?
W.A: No.
SEMANA: ¿Por qué?
W.A: Porque me gané el mejor casting de la vida. Soy William Arana, La Voz de la Dosis Diaria. No sabía que la dosis iba a volverse famosa. Yo le prometí que mi voz sería solo para él, lo hice un día tirado en el piso. Estaba en mi cuarto, en un momento difícil. En un guayabo emocional lleno de droga, alcohol, depresión y con ganas de no seguir viviendo. Así era mi vida todos los días y en ese momento que estoy ahí en el piso, salió un comercial en la televisión. Hablaba un pastor y dijo: “Cristo te ama”, y yo me quedé pensando no a mí. Ya no me ama porque he sido el pastorcito mentiroso. Ya nadie me creía porque yo iba al volvía y volvía. Entonces yo me quedé mirando al techo ya estaba el televisor apagado y dije: “no a mí ya Dios no me ama. Ya no cuenta conmigo y si tan solo me dieras un abrazo”, y en ese momento pasó algo sobrenatural en esa habitación yo sentí el abrazo de Dios y yo lloré y lloré y lloré y le pedí perdón, me sentía peor que la basura. Mi vida estaba vuelta nada y ese día empezaron a pasar las cosas.
SEMANA: ¿Después de eso, qué más cambió en su vida?
W.A: Empezó un proceso que llamo ‘ir al desierto’; vinieron momentos económicos difíciles, claro porque dejé las amistades que tenía y, por ende, el trabajo y empecé a trabajar en una emisora cristiana donde solo me pagan $500.000. Yo me arrodillé agradeciendo en el baño por esa oportunidad y luego todo se multiplicó. Estos con mi esposa con quien hacemos proyectos solos en honor a Dios y aunque ella tuvo cáncer que fue una prueba difícil, Dios una vez más me mostró lo misericordioso que es.
SEMANA: ¿Cuándo empezó a grabar la primera dosis?
W.A: La dosis empezó en el 2005. Han pasado 17 años. Hacía un programa para jóvenes y la pasábamos muy rico, al final daba una reflexión y un compañero me dijo una vez que si podía cortar esa pastillita del mensaje para mandárselo a un amigo, y así arrancó sin llegar a imaginar siquiera que llegaría a todas la naciones. Y no necesité muchas emisoras, crearon el WhatsApp y así fue.
SEMANA: Estamos en una época en la que el mundo es digital y las vistas valen mucho. WhatsApp no se puede monetizar, independientemente de que le sirva a Dios también tiene que vivir de algo
W.A: Eso me lo han dicho muchas veces, pero y lo que busco es llegar a más corazones, si abrimos un canal de YouTube y con mi esposa presentamos los shows en los teatros. Cuando el mensaje llega por WhatsApp y hacemos una convocatoria para algún evento, la aceptación es total.
SEMANA: ¿Qué consejo le manda a los lectores?
W.A: Que obedezcan a Dios y eso se logra confiando en Él. Esa es la clave de todos si se confía en Dios vendrán cosas maravillosas.
Una historia de dolor y amor, William Arana cuenta cómo llegó a ser La Voz de la Dosis Diaria:
En el auditorio de un reconocido hotel de Tel Aviv (Israel), estaban más de 160 personas de 12 naciones diferentes esperando ansiosos que por la puerta cruzara William Arana, tan pronto se enteraron de que él estaba en ese país. El sudor en las manos, las piernas gelatinosas y los fuertes latidos del corazón de sus seguidores, hacían pensar a quienes nunca habían escuchado ese nombre que se trataba de una estrella del cine, o un jugador de fútbol profesional. Pero no, es un colombiano que todas las mañanas graba un audio de no más de seis minutos en el que habla de la importancia de Dios en la vida, contando historias cotidianas y basándose en lo que dice la biblia.
“A mí me llegó su mensaje por WhatsApp, una mañana que un amigo que vive en Roma (Italia) me lo pasó, a él se lo envía una tía que vive en Costa Rica”, dice María, quien nació y está radicada en República Dominicana, la misma que asegura, al igual que muchos, que cuando Arana habla, con su voz grave, pareciera que se dirigiera únicamente a ella. “Él ya forma parte de mi familia, nos sentamos con mis hijos a desayunar mientras lo escuchamos o cuando vamos camino a la escuela en el carro”, indica Camilo Jaramillo quien viajó con su esposa Paula desde La Florida (Estados Unidos) con la ilusión de conocerlo, mientras una mujer canadiense asentía con un ligero movimiento de cabeza, tratando de indicar que ella tiene la misma experiencia y resumiendo así el boom del bogotano que se presenta únicamente como “Soy la voz de La Dosis Diaria” y que así desde hace más de siete años está traspasando fronteras.
Sentados en un café de Jerusalén (Israel) William Arana atendió al equipo periodístico de SEMANA, en donde la primera aclaración que hizo es que él no es la sensación del momento, sino que solo le sirve a un Dios que le ha tendido la mano en los momentos más difíciles de su vida. Se ve imponente con un metro con 80 centímetros de estatura y 85 kilos de peso, pero por más fuerte que parezca asegura que el dolor que ha experimentado en su vida lo ha llevado a estar tendido en el piso y llorando como un niño pequeño que solo busca el abrazo de su padre.
Cada vez que pasa por la calle 138, con Autopista Norte, en Bogotá, frente a la casa en la que le arrendaron una habitación en el año 2000 dice que se estremece porque allí era en donde vivía su guayabo físico y emocional. Para ese entonces era un reconocido locutor comercial, hacía más de 16 voces para canales internacionales como National Geographic, Cartoon Network, fue escogido como la voz de Homero Simpson para Colombia, las marcas más destacadas y agencias publicitarias del país pagaban lo que fuera porque la voz de William Arana estuviera en sus comerciales. Un mes bajito en ingresos hace 22 años superaba los $10.000.000.
Pero así mismo gastaba en trago, inicialmente tomaba cada 8 días whiskey, luego, dos veces por semana, hasta que se convirtió en un hábito diario. Con el trago vino el consumo de droga entre reuniones sociales de alta élite. La cocaína se apoderó de su vida y mientras tanto lastimaba a decenas de mujeres entre ellas la mamá de sus hijos, que se terminó llevando a los niños a vivir fuera del país. Y a su madre, la señora Carmen, “ella dobló mucha rodilla por mí ante Dios”, dice Arana tratando de pasar saliva.
Ya con 57 eneros que tiene encima Arana es consiente que el estilo de vida que llevó fue producto del no sentirse valorado. Su padre lo abandonó cuando él tenía 12 años. Las palabras que él recuerda le decía, eran: “Usted es un imbécil, bruto, no sirve para nada”, describe que eso era lo que escuchaba mientras recibía golpes. También maltrataba a su mamá. Cuando su padre se fue de la casa, Arana siendo solo un niño se hizo cargo de los gastos del hogar que implicaban mantener a sus tres hermanos. Él es el segundo de cuatro hijos que tuvo la señora Carmen. Salió a vender esponjillas en la calle, a trabajar en construcción, entre otros oficios. Siempre buscó la aceptación y cariño de sus “amigos”, por eso les gastaba lo que pidieran y a medida que fue creciendo les pagaba el trago para garantizar que así se quedaran acompañándolo. Intentó suicidarse al menos 4 veces, a los 14, 15, 18 y 20 años.
Sí conocía de Dios, pero por obligación, su mamá lo llevaba a una iglesia desde muy pequeño donde alguna vez alguien le dijo que él estaba destinado a servirle a Dios y que su voz llegaría a diferentes naciones. Algo que le entraba por un oído y le salía por el otro. Tenía otros sueños, quería meterse a la caja mágica que estaba en la sala de su casa por donde escuchaba las radionovelas a falta de televisión.
Él quería llegar ahí, pero a narrar fútbol. La pasión incrementaba cada que pasaba al frente del estadio el Campín en la capital del país cuando era el mensajero de una firma de abogados. Quizás en ese momento sí le convenía pensar que había un Dios a quien le pedía para que le hiciera el milagro. Y se lo hizo. En el barrio dónde vivía en el sur de Bogotá estaba Roberto Hernández. Un narrador deportivo que lo llevó como auxiliar, ayudaba a cargar cables y un día el locutor comercial no fue, en ese momento lo pusieron a leer a él. Sabía que no era el mejor, pero poco a poco se fue puliendo hasta llegar a trabajar con William Vinasco, en su cadena radial y ser el narrador junto con Edgar Perea en la serie de televisión La Selección.
Mientras muchos creían que había alcanzado la cima, él estaba sumergido en la depresión y la dependencia de las drogas, en aquel cuarto ubicado en el norte de Bogotá. “Me sentía como una basura”, cuenta que de repente escuchó un comercial en televisión donde un pastor dijo: “Dios te ama”. Esa frase lo hizo sentir más miserable. “A mí no, yo siempre lo defraudo, como el pastorcito mentiroso” fue lo que él dijo William Arana antes de caer al piso ahogado en llanto y aun así desafío a Dios, “si me amas dame un abrazo”, exclamó. En ese momento da testimonio de que sucedió algo sobrenatural: “Sentí el calor de un abrazo, no sé cómo explicarlo”. Al siguiente día y durante los próximos cuatro no sintió el deseo de fumarse las tres cajetillas de cigarrillo que consumía a diario, tampoco quiso beber y mucho menos consumir drogas, pensó que estaba curado, pero al quinto día cayó de nuevo y más profundo. Luego de eso entendió que Dios le demostró que si quería podía pasar un día sin intoxicarse y activó lo que llaman la fuerza de voluntad. “No todo es tarea de Dios, para eso nos dio el libre albedrío”, resalta.
En medio de los romances que tuvo en fiestas, conoció a la actriz Martha Ginneth, con quien tuvo una relación que terminó de manera difícil, pero luego de seis años cuando Arana tenía un nuevo estilo de vida se reencontraron. “Dios no une personas, sino propósitos”, dice ella.
Arana le prometió a Dios que su voz, la que considera un don, solo sería para promocionarlo a Él y rechazó todas las ofertas comerciales que le hicieron. Desde diciembre del 2000 no volvió a ser el mismo. Pasó de ganar millones de pesos a trabajar en una iglesia cristiana en la que solo ganaba $500.000 al mes sin ningún otro beneficio, ni siquiera los de ley. “Me dieron un papelito firmado donde decía cuánto me pagarían, y con ese papel fui al baño y me arrodillé agradeciéndole a Dios, con los años la cifra se multiplicó”, tiene claro que lo importante no es la plata, sino llevar el mensaje. Aunque no vive para nada mal y sigue siendo el proveedor de doña Carmen quién aún no dimensiona el reconocimiento que ha tenido su hijo.
La Dosis Diaria nació con un fragmento que él hacía al final de uno de sus programas radiales, en el que daba una reflexión y alguien le dijo: “William, ¿puedo cortar esa partecita de programa para mandársela a un amigo por celular?”, no le puso problema, y poco a poco se convirtió en un alimento para el alma, que va en la fundación del Ministerio Roka Pasión por las Almas. Cuantificar cuántas personas escuchan sus reflexiones es difícil, pues no se pueden medir las cadenas de WhatsApp.
Sin embargo, en YouTube casi dos millones de personas están suscritas a su canal y más de 133.000 lo siguen en Instagram. A todos cada vez que puede les dice: “Oren mucho por mí que yo estaré orando por ustedes. Un día te conoceré y te abrazaré”, por eso no es extraño que sin importar la parte del mundo en el que se encuentre él esté repartiendo abrazos.