El escándalo de corrupción que envuelve a la familia real española ha convertido a la alemana Corinna Larsen, examante del rey emérito Juan Carlos I, en uno de los personajes más buscados por la prensa internacional. Casi todas las semanas, ella, a la que el monarca le consignó 65 millones de euros que provendrían de un supuesto cobro de coimas y sobornos, sale a los medios de comunicación a dar declaraciones.
En una de sus más recientes entrevistas, concedida al diario The Telegraph de Londres, sorprendió a muchos cuando se comparó con otras dos mujeres que han hecho historia en la realeza: Wallis Simpson, la estadounidense por la que el rey Eduardo VIII (tío de la reina Isabel) renunció al trono, y Meghan Markle, la esposa del príncipe Harry, que según muchos es la culpable detrás de su decisión de irse de la realeza.
“Existe la tendencia de que, cuando las personas no pueden controlar a un hombre poderoso, destruyen al objeto de su afecto. Esta narrativa aún sobrevive. Incluso puedes verlo con Meghan y Harry. La hostilidad siempre va hacia la mujer y el pobre es esta criatura indefensa que ha sido horriblemente manipulada y es la mujer la que ha sumido al país en una enorme crisis", explicó.
Sus palabras han servido para que muchos comparen las historias de las tres mujeres que, en diferentes momentos de la historia, terminaron en el foco público por decisiones tomadas por sus parejas.
Wallis Simpson y el rey que no fue
Bessie Wallis Warfield era una estadounidense de la alta sociedad que durante el reinado de Jorge V conoció al príncipe de Gales y heredero de la corona, Eduardo, a través de una amiga común. En ese momento ella vivía en Reino Unido y estaba casada con el empresario angloestadounidense Ernest Aldrich Simpson. De ahí que fuera conocida como la “señora Simpson”.
Ella ya se había divorciado en 1927 del piloto militar Earl Winfield Spencer Jr., con quien estuvo casada 11 años. Pero nada de esto molestó a Eduardo, que, a pesar de haber sido un famoso mujeriego, se declaró absolutamente enamorado de Wallis. A tal punto, que cuando su padre –Jorge V– murió y él subió al trono, en enero de 1936, informó a sus allegados que él planeaba casarse con ella apenas se resolviera su divorcio.
La noticia causó un enorme escándalo. Y no solo por un tema social. Como rey, Eduardo también se había convertido en la máxima cabeza de la Iglesia anglicana, una religión que no permitía a los divorciados volverse a casar. Se cree que el primer ministro Stanley Baldwin había amenazado con renunciar si el rey seguía adelante con sus planes de casamiento.
A pesar de tener al Gobierno, a la Iglesia y al público en contra, Eduardo rehusó poner fin a su relación. En cambio, tomó una de las decisiones que mayor impacto han tenido en la historia de la realeza: abdicó.
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Meghan Markle y el choque de culturas
Capítulo a capítulo, la vida real imitaba el cuento de hadas. Meghan Markle, tan plebeya como la Cenicienta, enamoró a un príncipe británico tres años menor que ella. Con Harry vivió un noviazgo de ensueño, sellado en África bajo un cielo estrellado. Actriz, feminista y divorciada afro con antepasados esclavos, llegó a la realeza para darle un aire fresco de inclusión y vigencia en el siglo XXI. En mayo la pareja se casó bajo la mirada feliz de los británicos y el mundo, y todos vivieron felices y comieron perdices. O eso parecía, pues con el paso del tiempo el cuento de hadas se convirtió en una pesadilla.
Su estilo poco reservado y su tendencia a saltarse las tradiciones de la monarquía le generaron críticas de parte de la prensa y peleas con su familia política. Sobre todo con su cuñado, el príncipe William, futuro rey, a quien le molestaba su tendencia al activismo y a defender causas progresistas, que aunque suenan loables, van en contra de lo que debe hacer un miembro de la realeza: mantenerse neutral y no opinar, para mantener la unidad de todos los ciudadanos de su país.
El divorcio con la prensa, la familia y el público inglés, que tanto la habían amado al inicio, se produjo en enero de 2020, cuando el príncipe Harry anunció que él y su esposa se apartaban de la familia real y de sus labores en la realeza, para dedicarse a vivir una vida independiente y lo más normal posible. Desde entonces, la crisis no ha abandonado a la familia de la reina Isabel.
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Corinna Larsen y una monarquía en crisis
El rey Juan Carlos conoció a Corinna Larsen en 2004, en un viaje de caza a una finca llamada La Garganta, ubicada cerca de Ciudad Real, en España. Ella tenía 39 años, iba como la relacionista pública del fabricante de armas que había organizado la cacería con varias personalidades famosas y aún usaba su apellido de casada, Zu Sayn-Wittgenstein. Como su marido era príncipe, ni corta ni perezosa se había quedado con el título y con el apellido después del divorcio.
En cuanto a Juan Carlos, a los 66 años, aún era el monarca de su país y uno de los miembros de la realeza más respetados de Europa. Hablaron porque el rey tuvo problemas para cargar su arma y ella, toda una experta, se ofreció a ayudarlo. El flechazo fue inmediato. Con las conversaciones telefónicas (él solía llamarla diez veces al día) y los viajes románticos se volvieron amantes.
Hoy, sin embargo, queda muy poco de lo que parecía una historia de amor verdadero. Juan Carlos salió humillado y exiliado hacia los Emiratos Árabes Unidos, envuelto en un grave escándalo de corrupción, mientras que ella tuvo que dar explicaciones a la justicia por la misma razón. Actualmente están enfrentados.
El meollo del asunto: depósitos superiores a 100 millones de dólares hechos por la realeza saudí que aparecieron en varias cuentas suizas a nombre de una fundación panameña, pero que los fiscales atribuyen al propio Juan Carlos. Más allá de la cantidad de plata (astronómica hasta para un rey en Europa), muchos creen que se podría tratar de lavado de dinero o pago de comisiones ilegales. Las autoridades tienen en la mira a Corinna porque de ese dinero, 65 millones de euros (76 millones de dólares) terminaron en una cuenta a su nombre.
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