Los estadounidenses, aturdidos en medio de las mentiras de Donald Trump, se han acostumbrado a creerle en el tema de la pandemia a un médico que hasta hace pocas semanas muy pocos conocían. Se trata de un científico neoyorquino, setentón como el magnate, que aparece a su lado en las ruedas de prensa sobre el asunto en la Casa Blanca y simplemente dice la verdad.
Se llama Anthony Fauci y dirige el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos desde hace 36 años. Médico de la Universidad de Cornell e hijo de un farmaceuta de origen italiano, tiene títulos honoríficos de 45 universidades del mundo, recibió casi todas las condecoraciones posibles en su área y alcanzó en 2008 la mayor distinción presidencial de su país: la Medalla de la Libertad.
Lleva medio siglo al servicio del Gobierno estadounidense y tiene el raro récord de haber asesorado a seis presidentes, prácticamente a cada uno por una epidemia distinta. Empezó con Ronald Reagan cuando explotó el sida y siguió con George H. W. Bush, quien lo reconoció como “su gran héroe” precisamente por su lucha contra el VIH. Luego, en la era de Bill Clinton, lidió con el virus del Nilo; con George W. Bush, contra la amenaza del SARS; y con Obama, frente a la gripa porcina.
No obstante, ninguno de estos retos le dio tanta exposición mediática a Fauci como el coronavirus. Fue él quien advirtió a sus compatriotas que la pandemia se llevaría hasta 200.000 de ellos, y que –contra el deseo de Trump– tenían que resguardarse el máximo tiempo posible para evitar que murieran muchos más.La cuenta de muertos ya superó los 50.000, y posiblemente no ha llegado lo peor. Por eso, mientras Trump anda preocupado por poner a rodar de nuevo la economía, Fauci dice que un regreso precipitado podría tener un costo enorme por cuenta de un rebrote.
Desde que comenzó la emergencia, los dos han tenido diferencias evidentes. Si Trump insiste en minimizar el riesgo, el menudo Fauci trata de mostrar con su voz ronca la cruda magnitud del problema, cuidándose de no caer en una confrontación abierta. El médico le dijo al diario The New York Times que no le interesa el papel del tipo duro que le planta cara al presidente. “En lugar de decirle ‘no tienes razón’, todo lo que hago es hablar de datos y evidencias”.Los incondicionales de Trump no piensan lo mismo. Ven en la postura de Fauci un peligro para la imagen de un presidente en trance de reelección y con la economía patasarriba. Ese temor se ha traducido en etiquetas como #DespidanaFauci, que Trump resaltó, y en cosas más serias como las amenazas contra la vida del epidemiólogo, hoy más protegido que nunca.
Pero así como crecen los riesgos para Fauci, que incluso no le permiten salir a correr a la hora del almuerzo, también aumenta la ‘faucimanía’. Su cara de abuelo atlético ya aparece en camisetas que dicen “En Fauci confiamos”, en tazas de café con la leyenda “Mantén la calma y lávate las manos”, en calcetines y en velas. Así mismo, alguien inventó un videojuego denominado La venganza de Fauci.
El inesperado héroe estadounidense ya es omnipresente. Aparece en carne y hueso en Snapchat cuando contesta preguntas de una estrella del baloncesto, e igualmente pintado en el centro de las donas Delite, de Rochester, Nueva York. Nick Semeraro, dueño de la fábrica, justificó el homenaje diciendo que nunca había visto a un tipo tan admirado por tanta gente. Para él, Fauci es “la voz tranquila y fría en medio del caos”.