Millones de lectores en el planeta están familiarizados con revistas como Cosmopolitan, Esquire, Marie Claire, Harper’s Bazaar, Town & Country o Mecánica Popular. Lo que la gran mayoría ignora es que forman parte de los 300 títulos del emporio Hearst, una de las mayores firmas de la industria editorial, fruto de la sagacidad y visión de un potentado de leyenda, William Randolph Hearst. Su gran legado sigue en manos de sus descendientes, a través de Hearst Communications, dueña además de los canales de televisión A&E y ESPN, 240 sitios web y otras distribuidoras de contenidos.

?Su fortuna, que en cifras de hoy ascendería a 30.000 millones dólares, le permitió darse gustos como el castillo que lleva su apellido, ubicado entre Los Ángeles y San Francisco, uno de ?los proyectos arquitectónicos más ambiciosos en la historia ?de Estados Unidos, que lo declaró monumento nacional. En la cima de lo que su dueño bautizó en español “La cuesta encantada”, la propiedad asombra desde donde se le mire. Para hacerse una idea de su carácter colosal, es suficiente mencionar que el área construida y los terrenos que la circundan superan las 100.000 hectáreas, 51 de las cuales están dedicadas a jardines, terrazas, piscinas y senderos. Por su parte, la mansión tiene 6360 metros cuadrados, 165 habitaciones y salones, unos 40 baños y zoológico.

Toda la propiedad mide unas 100.000 hectáreas, mientras que el área construida es de 6360 metros cuadrados. La fachada de la Casa Grande, el edificio principal, se inspira en las catedrales de la España del Renacimiento. Por estos días, se celebra un siglo del inicio de su construcción, que duró 28 años, aunque sus orígenes se remontan a 1865, cuando George Hearst, padre de William Randolph y potentado de la minería, compró las antiguas fincas Piedras Blancas, Santa Rosa y San Simeón, como también se le conoce al castillo. En 1919, William la heredó de su madre, Phoebe Hearst, y la amplió hasta sus dimensiones actuales. ?En ese momento ya era reconocido en el periodismo. Se había iniciado en Harvard y luego su padre lo puso a cargo del San Francisco Examiner, obtenido como pago de una deuda de juego. Enseguida, el heredero compró el New York Journal y sucesivamente otros. “En su pico más alto, fue dueño de más de 24 periódicos en Estados Unidos. Uno de cada cuatro habitantes del país leía las noticias en un medio de Hearst”, informa la reseña histórica del edificio.

Así mismo, despuntaba ?como pionero de las revistas, la radio, los noticieros de cine y, más adelante, fue uno de los primeros en el negocio de la televisión.?Para la construcción, buscó a Julia Morgan, la primera mujer arquitecta licenciada en California: “Estamos cansados de acampar al aire libre en el rancho San Simeón y me gustaría construir algo”, le escribió. Aquel fue el inicio de uno de los diálogos más creativos y prolongados entre un arquitecto y un cliente, según Victoria Kastner, historiadora emérita del monumento.

La piscina interior recuerda los baños romanos, en especial los de Caracalla. Los primorosos azulejos de vidrio o smalti son de colores o transparentes con chispas de oro, para un efecto alucinante. La suite de los Dogos, en la Casa Grande, (abajo) fue decorada a imagen del Palacio de los Dogos, de Venecia.

Igualmente, le expresó la honda impresión que le causó el periplo que realizó por Europa con su madre, Phoebe Hearst, en 1873, a los diez años, por lo cual quería recrear la magnificencia y envergadura de los castillos que admiró, así como la conmovedora belleza de las obras maestras de arte y los recuerdos de las grandes épocas de la historia.?El resultado es un caserón inspirado en el estilo morisco español, si bien su pieza más emblemática, la piscina Neptuno, recuerda el pasado grecorromano. Por allí, así como por los lujosos salones o su agreste entorno natural, se pasearon políticos como Winston Churchill, escritores como el nobel George Bernard Shaw o multimillonarios como Howard Hughes, pero sobre todo estrellas de Hollywood.

Además de adorar el cine, el genio de los medios produjo unas 100 películas y le encantaba entretener a los actores, de modo que todos los que hicieron historia en la era dorada del celuloide fueron sus huéspedes: Mary Pickford, Charlie Chaplin, Greta Garbo, Douglas Fairbanks (padre e hijo), Gary Cooper, Cary Grant, Joan Crawford, entre muchos otros. ?

Hearst convocó a grandes artistas para que decoraran con sus pinturas los techos de los salones y dormitorios de su residencia. Aquí, el techo de la suite de los Dogos. La suite Gótica (abajo) era la estancia privada de William Randolph Hearst y albergaba las piezas más preciadas de su rica colección de arte y objetos sacros.

Aunque como congresista Hearst ayudó a abolir la prohibición del alcohol en su país, detestaba que sus invitados se emborracharan y, de hecho, quien lo hacía era expulsado. Lo curioso es que su amante, la también actriz Marion Davies, quien vivía con él en el castillo, era alcohólica.

Otra expresión del gran amor que le tuvo es que, por complacer sus gustos suntuarios, contrajo una deuda de 87 millones de dólares, por lo cual casi pierde la residencia. A propósito, las cosas con su esposa, Millicent Willson, no funcionaron, pero dado el estigma del divorcio, prefirieron solo hacer vidas por aparte.?Al morir, en 1951, Hearst le heredó la propiedad a Marion, quien se la vendió por un dólar a la Hearst Corporation. “No hice esto por dinero”, afirmó, refiriéndose a su relación con el millonario, de acuerdo con el libro Hearst ranch: family, land and legacy, de Stephen T. Hearst y Victoria Kastner. En 1958, la entidad la donó al estado de California, que la convirtió en lo que es hoy: uno de sus parques más apetecidos, con 800.000 visitantes al año. Hearst y su guerra contra ‘Ciudadano Kane‘

Ciudadano Kane, obra maestra del cine estrenada en 1941, se inspiró en William Randolph Hearst. Charles Foster Kane, su protagonista, interpretado por Orson Welles (foto), era también un magnate de la prensa sediento de poder y dueño de una ostentosa mansión. Al igual que Hearst, además, manipula la prensa amarillista para desencadenar la guerra hispanoamericana y lucha contra las maquinarias políticas corruptas.

Se cree que la palabra “Rosebud”, clave en el parlamento del rol central, es una evocación del gusto de Hearst por las flores o una alusión al modo en que llamaba los genitales de su amante Marion Davies. Consciente de todo eso, William Randolph intrigó para que la cinta no se presentara en muchos teatros. Debido a ello no tuvo éxito en la taquilla, pero su genialidad fue tan contundente, que se ganó el aplauso de la crítica y un lugar de excepción en las páginas del séptimo arte. * Este artículo hace parte de la última edición de la revista Jet Set. Puede leer otros aquí.