A comienzos de los noventa, cuando comenzaba en la universidad, acá en Bogotá, Ernesto McCausland dijo una frase que, para nosotros los exiliados, se volvió célebre. "Prefiero un bordillo en Barranquilla a irme a Bogotá". Fue una declaración de principios que sintetizaba lo que sentimos muchos cuando dejamos la Costa: nunca queremos irnos y cuando estamos lejos añoramos regresar. Ernesto lo dijo cuando le llegaban ofertas para venirse a trabajar a Bogotá y estaba en el esplendor de su carrera allá, en Barranquilla, en donde hacía Mundo Costeño, un programa de crónicas de media hora que pasaban por Telecaribe y con el que crecimos a finales de los ochenta y comienzos de los noventa. Lo hizo por más de 20 años y para los que comenzábamos en el periodismo era un punto de referencia. Mundo Costeño era Ernesto. Su búsqueda fue descubrir la región y mostrársela al país, pero no como un cuento territorial, sino como lo que dejó sembrado Gabriel García Márquez con su realismo mágico y que McCausland intentó continuar contando historias reales que parecían cuento, nos asombraban, nos hacían sentir orgullosos de lo nuestro: de la cultura, de la música y del ingenio natural de los caribeños. Para los que estábamos en el altiplano, Mundo Costeño nos mantenía conectados con el terruño. Los caribeños que vivíamos en Bogotá lo envidiábamos porque recorría la región y el mundo contando historias. Recuerdo una en especial cuando encontró, en 1993, al boricua Héctor Lavoe agonizando en Nueva York. Le hizo la última entrevista que pudimos ver un documental memorable sobre el ocaso del cantante. Ernesto encontró en la costa y las sabanas, en los ríos y los pueblos, historias y personajes – unos famosos y otros anónimos- y todo lo contó con su voz, que hoy me hace recordar a esos viejos campesinos caribeños que recreaban ambientes, que actúan sus relatos, y al final se reían de la vida. Alguna vez le dije que tenía una especie de capacidad ingenua de encontrar historias positivas en una región en la que estaban pasando las peores tragedias como el conflicto armado y la corrupción. También lo hizo pero tenía una fascinación por lo inaudito y cotidiano. Intentó una vez romper su máxima de nunca irse de Barranquilla, vino a Bogotá, pero pronto se devolvió. Nunca pudo cortar ese hilo invisible que muchos tenemos con el Caribe. Al final logró salirse con la suya y hacer sus crónicas en radio, prensa, televisión, hacer cine, todo desde el bordillo de su amada Curramba.