Washington se prepara para recibir el huracán Dan Brown. La capital norteamericana es el escenario principal de su nueva novela, El símbolo perdido, y hay antecedentes que demuestran que el autor tiene la capacidad de convertir en sitios de peregrinación los lugares que menciona en sus libros. Así sucedió con El código Da Vinci cuando multitudes empezaron a seguir los pasos del profesor de simbología de Harvard Robert Langdon, su protagonista. Aumentaron las visitas a la iglesia de la aldea de Rosslyn en Escocia, que en el libro es una de las pistas para descubrir los misterios del Santo Grial. "Antes del lanzamiento unos 40.000 turistas venían al año. Pero luego ese número fue subiendo de 80.000 a 120.000 y a 175.000. Nosotros teníamos pocas facilidades para recibirlos, sólo dos baños, y nos tocó contratar personal", contó a The Washington Post el director del Rosslyn Chapel Trust. Y lo mismo en Francia, donde en el Museo de Louvre no faltan quienes ignoran a la Mona Lisa para preguntar si están en el salón donde fue asesinado el curador, como relata la historia; y en la iglesia Santa Maria delle Grazie en Milán, frente a La Última Cena de Leonardo, muchos no quieren saber dónde está San Juan sino María Magdalena, "la mujer de Jesús". También se crearon en Roma los recorridos de Ángeles y demonios, con motivo de la versión cinematográfica. Y como "soldado avisado no muere en guerra", empresas como Old Town Trolley Tours ya están planeando un paseo basado en El símbolo perdido, para que los viajeros descubran la simbología masónica en el capitolio, el Jardín Botánico, el Monumento a Washington, la Biblio-teca del Congreso y la Catedral Nacional. Todo porque en esta nueva aventura la masonería es protagonista. "Vamos a pasar los próximos 25 años respondiendo a la ficción de Dan Brown", expresó a los medios el director de la colección del George Washington Masonic National Memorial, ubicado en Alexandria, Virginia, cerca de la capital. Las cifras sirven para pensar que así será: antes de su lanzamiento la obra ya había estado casi 150 días en la lista de los más vendidos de Amazon, y a las 24 horas rompió el récord de ventas de ficción para adultos en el primer día, con más de un millón de ejemplares. Quizás el enigma que más trasnocha a los críticos es cómo, pese a las muchas reseñas negativas, la 'Brownmanía' sigue intacta, aun después de más de seis años de haber publicado su gran éxito. El código Da Vinci ya hizo historia, pues ha vendido más de 80 millones de ejemplares. Por si fuera poco, la taquilla de sus películas no ha sido proporcional a la opinión experta, pues han recaudado más de 1.000 millones. "Escritores envidiosos han dedicado mucha tinta a las deficiencias de su estilo", admite el autor Louis Bayard al comentar El símbolo perdido. Tal vez la respuesta es que, como explicó el columnista de The Guardian, pese a sus "personajes acartonados" y "diálogos insoportables" es imposible soltar sus libros. Porque sin más pretensión que entretener, Brown, de 45 años, dio un nuevo aire al género de suspenso y acción, al echar mano de sociedades ocultas, teorías conspirativas religiosas, obras de arte y símbolos. Descifrar códigos fue una de sus pasiones desde niño, pues su papá, profesor de matemáticas, solía esconderle los regalos de cumpleaños y de Navidad y sólo podía encontrarlos al resolver acertijos y descubrir pistas. Ese gusto creció cuando en los 80 el joven de Exeter, New Hampshire, con pinta de nerd, y miembro de la organización de superdotados Mensa, estudió arte en Sevilla y aprendió que las pinturas de Da Vinci "desbordan un simbolismo incomprensible. Muchos académicos creen que sus obras proveen las claves de un gran secreto", explicó en una entrevista. Y aunque desde entonces sentía el impulso de escribir, para ganarse la vida al graduarse del Amherst College decidió dedicarse a la docencia, dictando clases de inglés y español. Y también quiso imitar a su mamá, música profesional, cuando inició una carrera fallida en Hollywood como compositor, cantante y pianista. En esa época conoció a su futura esposa, Blythe Newlon, quien tenía un cargo directivo en la Academia nacional para compositores en Los Ángeles. Ella, 12 años mayor que él, sería definitiva en su trayectoria, pues es pintora y experta en historia del arte. Su impulso para escribir llegó en 1993 cuando en unas vacaciones en Tahití leyó la novela de ciencia ficción The Doomsday Conspiracy, de Sidney Sheldon. Fue una revelación. "Para ese momento casi no había leído libros comerciales sino clásicos como Dostoyevsky, Shakespeare...Y empecé a sospechar que podría hacer algo de ese estilo", confesó.Dos años después, Brown debutó como escritor con su esposa bajo el seudónimo Danielle Brown, con un libro de humor titulado 187 hombres para evitar: una guía para las mujeres frustradas románticamente. Pero al poco tiempo un hecho que ocurrió en el colegio donde dictaba clases lo ayudó a encontrar su rumbo: uno de sus alumnos fue investigado por la inteligencia estadounidense porque había escrito un e-mail a un amigo en el que decía que le gustaría matar a Clinton. Brown no podía entender cómo se habían enterado del mensaje, y al investigar se encontró con la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por su sigla en inglés) "que funciona como una aspiradora que absorbe y procesa información", explica. Gracias a ese incidente nació su primera novela llena de acción y códigos, Fortaleza digital. Luego vinieron La conspiración y Ángeles y Demonios, donde hace su aparición su héroe Robert Langdon. Sin embargo su poco éxito lo obligaba a vender libros en la calle y los exhibía en el baúl de su carro. Hasta que en 2003 publicó El código Da Vinci con su nueva editorial, Doubleday. Esas 600 páginas conquistaron el mundo y sacaron a sus demás obras del anonimato. Con ellas llegaron la fama y la fortuna: The New York Times estimó que sus ingresos por ventas superaban los 200 millones de dólares. Aparecieron unos 50 libros y documentales que buscaban sacar provecho del fenómeno al esclarecer "los mitos detrás del código" y clases en facultades de teología dedicadas exclusivamente a estudiar la novela. Pero llegaron también las demandas por supuesto plagio, de las cuales ha salido victorioso. Y las protestas de la Iglesia católica y del Opus Dei. Brown, quien fue criado en la Iglesia episcopal, admite no ser religioso pero tampoco se cree un ateo. "Soy un estudioso de las religiones, y mientras más aprendo más preguntas tengo" y agrega que en sus libros suele explorar ideas que "personalmente encuentro intrigantes". Y si lo que escribe tiene tanto impacto es en parte porque a pesar de ser ficción asegura que se basa en hechos reales. Por eso cuenta que tardó tanto tiempo en publicar El símbolo perdido porque su investigación fue muy exhaustiva. "Ya estaba trabajando en él cuando empecé a darme cuenta de que 'El código Da Vinci' sería algo grande. Y quedé temporalmente paralizado". Pero la espera al parecer no acabó con el interés de los lectores. Después de todo, Dan Brown sabe qué ofrecerles: "Los secretos. Eso es algo que nos interesa a todos".