SEMANA: Usted es un músico al que le gusta tomar riesgos. Ya lo habíamos visto cantando rancheras y ahora se le mide a llevar su música vallenata al formato sinfónico. ¿Cómo nació la idea?
Pipe Peláez: Llevaba varios años planeando este álbum, Un sueño llamado sinfónico, porque es literalmente eso, un sueño. Siempre me ha atraído el mundo sinfónico, y había realizado un par de ejercicios, bien bonitos, con orquestas sinfónicas. La canción Tan natural, por ejemplo, es prueba de ello. Decidí, para celebrar en grande estos 20 años, hacer una gira sinfónica en varias ciudades. Y el Movistar Arena, donde cantaré este 24 de agosto, es un sueño, literalmente, para cualquier artista nacional. La vara está superalta. Para mí es una alegría inmensa, y todo el equipo se está esforzando para hacer una noche memorable.
SEMANA: ¿Cuál fue el mayor reto de poner a conversar dos músicas tan diferentes?
P.P.: El mundo sinfónico, literalmente, es el mundo académico. Y nosotros somos el mundo popular. Y la unión de ambos resulta muy exótica. Por fin materializamos este álbum, que fue muy sufrido. Se hizo durante casi siete años y la meta era presentarlo en este escenario, en estos primeros 20 años de carrera. Tiene una connotación más que especial por darse aquí, en mi amada Bogotá, con un público que amo y que ama mi música. Mi carrera y mi trayectoria merecían esta oportunidad.
SEMANA: Usted tiene alma guajira, pero fue en Bogotá donde su historia con la música comenzó...
P.P.: Orgullosamente lo digo: le debo a Bogotá prácticamente lo que soy. Llegué con una maleta cargada de sueños, con raíces que todavía conservo intactas. Pero Bogotá me forjó como músico. Mis bases musicales aquí terminaron de expandirse. Soy un artista representativo de mi amado vallenato, pero aquí se me abrió el mundo. A la gente se le hace difícil imaginar a un Felipe que se metía desde muchachito en el Conservatorio de la Universidad Nacional o la Distrital a aprender cosas. Fue en Bogotá donde me fogueé con muchos músicos, en bares y sitios nocturnos. Fui fanático de grupos insignias de la capital como Distrito Especial o Bloque de Búsqueda. Disfrutaba hasta de una noche de reggae. Bogotá, la verdad, me abrió mucho los horizontes y de mi época salimos un buen grupo de soñadores y trabajadores: Fonseca, Santiago Cruz, Andrés Cepeda, Chabuco, Carolina Sabino. Una bohemia muy muy deliciosa de esos noventa, aquí en Bogotá.
SEMANA: ¿En qué momento decide pasar de componer para otros a cantar sus propios temas?
P.P.: La oportunidad se me fue dando poco a poco. Lo atribuyo al hecho de ser compositor primero. La figura del cantautor en el vallenato fue tomando fuerza desde procesos como los del maestro Iván Ovalle, luego Fabián Corrales y Kaleth Morales. Después de eso, es cuando ya Dios me da la oportunidad de que mi proyecto comenzara a consolidarse.
SEMANA: De alguna manera usted ayudó a gestar esa nueva ola del vallenato...
P.P.: Correcto. Fue una época muy, muy linda. La figura del cantautor vallenato en ese entonces no estaba contemplada, por así decirlo. O eras compositor o eras cantante. Diomedes Díaz fue cuento aparte. La generación nuestra fue diferente. Y todo comenzó a tomar fuerza con personajes como Kaleth. Cuando su música explota, estalla el boom, fue ¡guau! Se sintió un sonido muy diferente, una propuesta demasiado particular. Aunque el nuevo vallenato sigue siendo muy incomprendido.
SEMANA: ¿Ustedes eran conscientes de que se estaba cocinando un nuevo movimiento en el vallenato?
P.P.: Éramos muy conscientes de eso. Aunque a mí me costó varios discos comprender que tal vez el detalle estaba en apostarle a algo distinto en esta música. Aún genera resistencia y es una discusión digna de una buena tertulia.
SEMANA: El maestro Iván Villazón asegura que se está ‘reguetonizando’ el vallenato. ¿Qué opina?
P.P.: Cada época se debe mirar y analizar según su entorno sociocultural. Yo soy de pueblo, de provincia. Sé lo que es criarse con mis ancestros en el desierto y el río, con mis abuelos, mis primos. Pero, al mismo tiempo, crecí con el bombardeo mediático. Mi abuela materna, buena amiga de los maestros Escalona y Leandro Díaz, me contaba que su generación tenía alrededor algo diferente, una vida más sencilla, en la que importaban la naturaleza, la mujer, el amigo, la parranda. Nosotros crecimos con una velocidad diferente. En Maicao mi entorno era vallenato raizal, pero, a la vez, música que llegaba de Venezuela. Crecí con ese coctel musical muy exótico.
SEMANA: ¿Y cuando le dio por cantar rancheras le dieron mucho palo?
P.P.: Gracias a Dios, mi público y la industria se acostumbraron a que siempre he sido muy curioso y me gusta sacarle provecho a mi diversidad musical. Como compositor y músico, siempre hice vallenato, pero como intérprete, por mi tipo de voz, mi recurso vocal fue distinto. Y empecé a acomodar mi voz en diferentes formas de interpretación, por lo que mi público ha estado acostumbrado a que siempre exploro musicalmente. Cuando se grababan discos de 12 de 14 canciones, siempre dejaba una cuota de dos canciones para hacer esa apuesta por la diversidad musical. Hacía diez canciones ‘normales’, pero siempre me guardaba una cuota para arriesgar. Y funcionó con Loco, Tan natural, Vivo pensando en ti. He grabado con La Familia André, Sergio Vargas, Kany García, Gilberto Santa Rosa. Ya están acostumbrados a esas locuras mías.
SEMANA: ¿Cómo ha sido acompañar a su hija Sofía en el camino de la música?
P.P.: Es bien hermoso comprobar que Sara heredó la sensibilidad para componer. Se le dio muy natural. Yo comencé a escribir a los 18 años y Sara con 9 ya le había hecho una canción a su mamá, se llama Gracias. Nunca le enseñé nada y por supuesto trato de apoyarla. Ella es muy madura desde niña y sabe lo que este oficio implica: verdad, sacrificio, tiempo, viajes, disciplina, inversión en dinero, desgaste físico. Solo le digo: “Hazlo, pero lo que vayas a hacer, hazlo bien”.
SEMANA: Es que sus comienzos en la música no fueron precisamente nada fáciles...
P.P.: Recuerdo que para mi primer show en Bogotá decía: “Cómo no voy a llenar, si yo lo que tengo es amigos después de parrandear en tantas casas”. Además, ya era un compositor consolidado. Así que invité a medio Bogotá al show. Había ensayado bastante; contaba como con 500 personas y solo llegaron 40 y pico. Esa misma noche todo el mundo estaba viendo a Peter Manjarrés, para quien yo componía. No se me olvida que me tocó ir al cajero y sacar lo que Sayco me había pagado, para a su vez pagarles a los músicos. Después terminé en el show de Peter. Y, claro, allá estaban todos mis invitados. Ese día, comencé a valorar mi trabajo. Dije: “Se acabó la parrandita y la guachafita gratis en los apartamentos de Bogotá”. Esto es un trabajo, se acabó la mamadera de gallo.
SEMANA: ¿Cómo así que usted quiso primero ser ingeniero?
P.P.: Porque fui muy ‘nerdo’ y me fue muy bien en el Icfes. Y me decían que ingeniería mecánica era la carrera del futuro. Llegué y me presenté con bombos y platillos. Hice un primer semestre y me fue bien. Pero, yo estaba enamorado de la música. Hablé con mi mamá y le dije que me diera la oportunidad de hacer música, mi música. Y acá sigo, 20 años después.