Desde que era niño, Uday, el hijo mayor del dictador iraquí Saddam Hussein, era problemático, consentido y egoísta. Siempre utilizó el poder de su padre para hacer que los demás cumplieran sus deseos. Cuentan sus compañeros que cuando estaba en bachillerato solía llegar al colegio en un Porsche amarillo, acompañado de sus novias. Durante las clases también era contestón y obligaba a sus escoltas a que le hicieran las tareas. Una vez, un profesor tuvo la osadía de decirle que no podía seguir yendo con sus conquistas, pues en ese país las mujeres no son admitidas en los colegios masculinos. El reclamo le salió caro. Nunca más lo volvieron a ver. Por eso, Latif Yahia, uno de sus compañeros de clase, quería tener el menor contacto posible con él. Su personalidad agresiva, su delirio de superioridad y el hecho de que no respetara las costumbres del islam le molestaban profundamente. Durante los tres años y medio que estudiaron juntos, lo que más le irritaba era que sus amigos le recordaran lo parecidos que eran físicamente. Eran casi igual de altos y tenían las cejas pobladas y la piel morena. Era tal el grado de desprecio que sentía por Uday que cuando se enteró de que iban a estudiar en la misma universidad, se cambió a otra. Pero nada de eso le sirvió para librarse de su destino, pues Latif terminaría obligado a convertirse en el doble de Uday. Un cargo que le significaría recibir 11 atentados en su contra, asistir a reuniones sociales y desfiles militares en su lugar y llevar el mismo estilo de vida de multimillonario sin límites. Desde que logró huir de su país, Latif ha escrito tres libros en los que describe cómo fue soportar la extraña experiencia de vivir la vida de un personaje odiado. Lo que relata es tan impresionante que inspiró la película El doble del diablo, estrenada hace pocos días en Estados Unidos y algunos países de Europa. El filme, dirigido por el neozelandés Lee Tamahori, muestra además que los dos hombres no podían tener personalidades más diferentes. Luego de graduarse de abogado, Latif tuvo que prestar el servicio militar obligatorio. En esas estaba, como capitán de las fuerzas especiales de Irak en la guerra con Irán, cuando se le notificó que debía ir a palacio de inmediato. Como era de esperarse en cualquier iraquí de la época, entró en pánico y pensó que lo iban a matar. Pero al llegar a la cita, Uday lo saludó como si fueran viejos amigos. Quería saber si estaba dispuesto a ser su fiday, que en árabe significa ser su doble de cuerpo. Latif le preguntó si tenía opción, y él le dijo que estaban en un país libre y que, por lo tanto, podía escoger. Pero cuando se negó, el hijo del dictador cambió de semblante. Dos de sus guardaespaldas le vendaron los ojos a su excompañero y lo llevaron a una celda de un metro por un metro. Siete días más tarde, Uday lo visitó y le dijo que si no accedía al “favor” que le pedía, violaría a su hermana pequeña. Latif no tuvo más remedio que aceptar. Unos oficiales le notificaron a su familia que Latif había muerto en combate y que no habían encontrado su cadáver. Entre tanto, lo obligaron a vivir en un lujoso palacio, donde recibía el trato de un príncipe. Tenía siete personas a su servicio y las mujeres que quisiera. Los médicos de los Hussein lo examinaron y concluyeron que se debía someter a varias cirugías maxilofaciales, pues la forma de su quijada y sus dientes eran diferentes a los de Uday. Una vez realizaron las operaciones, lo entrenaron. Le enseñaron a fumar, hablar y caminar como su secuestrador. También conoció al viejo Saddam, quien le advirtió que si lo llegaba a hacer enfadar, lo pagaría muy caro. Luego lo obligaron a realizar uno de los pasatiempos favoritos de Uday: ver cómo sus fuerzas secretas torturaban a sus enemigos. Ante estos horrores, el doble comenzó a beber sin control para poder dormir y aguantar el suplicio. Poco a poco se fue acostumbrando a ese ritmo de vida, pero no se dejó corromper por el régimen. En una ocasión, Uday le pidió que le disparara a un hombre que había ido a reclamarle por violar a su hija. Pero él, en lugar de cumplir la orden, tomó un cuchillo y se cortó la muñeca derecha. Al ver su reacción, el hijo de Saddam se calmó y entendió que podía perder a su doble si le volvía a encargar una tarea como esa. El calvario de Latif con Uday solo terminaría en 1991. Saddam había resuelto otorgarle tres medallas por haber sobrevivido a un atentado en Kuwait, y Uday le exigió que se las entregara. Cuando se negó, estalló entre ambos una acalorada discusión y desenfundaron sus armas. En medio del tiroteo, Latif aprovechó la confusión para huir en una camioneta a prueba de balas. Logró llegar a la ciudad de Mosul, donde unos familiares lo llevaron a una base estadounidense, en el norte de Irak. La CIA lo ayudó a exiliarse en Austria, pues allí vivía un primo suyo. Desde entonces ha tratado de llevar una vida normal: en 1997 se reubicó en Irlanda, donde conoció a su actual esposa, con quien tuvo tres hijos. A pesar de que ya han pasado 14 años, le ha costado mucho trabajo revivir su doloroso pasado. Latif asegura que cuando se enteró de que Uday había muerto en un bombardeo en 2003, su única reacción fue pegarle al televisor. Le enfureció saber que no podría ver a su verdugo, el hombre por el que arriesgó la vida, pagar por sus crímenes.