El compositor estadounidense, de 81 años, ya no vive en la cueva que fue su primer hogar cuando llegó hace décadas con su piano portátil a la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, en el norte mexicano.
Sin embargo, se siente parte de la comunidad indígena Rarámuri -como también se conoce a los indígenas tarahumaras-, que lo acogió compartiéndole su comida, música y cultura en la diminuta localidad de Retosachi, enclavada en las montañas de la región.
“Siento que toda esta área que me rodea es mi estudio”, dice Wheeler a la AFP desde una casa que mira al vacío en esa remota zona montañosa, a la que solamente se puede llegar tras varias horas de recorrido. Su historia empezó en Estados Unidos mientras estudiaba música indígena y una tormenta de nieve le impidió viajar a una reserva de nativos cerca del turístico Gran Cañón de Colorado.
Hojeando una revista National Geographic se encontró con imágenes de la Sierra Tarahumara y decidió visitarla con sus propios ojos. “Fue como ir a casa”, recuerda el hombre, hoy vestido con una camisa con motivos indígenas y sandalias tradicionales.
“La gente más reverenciada aquí son los músicos. Los tienen en alta estima como si fueran chamanes”, añade. La parte de Chihuahua donde vive Wheeler es también parte del llamado “Triángulo Dorado”, una zona con una historia de producción de marihuana y opio, así como de violencia ligada a los cárteles del narcotráfico.
Filosofía Rarámuri
Wheeler se identificó tanto con la filosofía de los Rarámuri que volvió al lugar año tras año antes de instalarse permanentemente con ellos en 1992. Eran personas “que compartían todo lo que tenían, quienes consideraban que quien tiene el mayor valor es quien ayuda más a los demás y contribuye con algo positivo a la humanidad”, resalta.
Cuando llegó por primera vez, los Rarámuri, cuyo nombre significa “los de los pies ligeros” y son reconocidos por ser grandes corredores, le mostraron una pequeña cueva donde podría practicar música y mantener su piano a salvo. “Mis amigos a veces decían que con el viento justo se podría escuchar mi instrumento a través del cañón”, recuerda.
Un pequeño, hijo de un vecino, mostró un particular interés en la música, por lo que Wheeler le enseñó cómo tocar y lo envió a estudiar a la capital del estado. Ahora Romeyno Gutiérrez, su protegido, es un aclamado pianista que se presenta en el extranjero y que ha acompañado a Wheeler para dos giras en Europa.
“Es el primer pianista y compositor de herencia indígena que conozco en nuestro continente”, dice Wheeler. Sin embargo, traer su piano Steinway de 1917 a la aldea de Retosachi fue una odisea tan grande como la del mismo Wheeler.
Ese sueño nació en Austria, en donde Wheeler, también un montañista experimentado, estudió y vivió por 32 años, pero en donde el duro invierno boreal complicaba la tarea de llevar un piano a las montañas. En México, contrató a una compañía de mudanza para llevar el frágil instrumento desde la occidental ciudad de Guadalajara hacia las montañas.
Les tomó 28 horas el recorrido por caminos agrestes para llegar hasta la casa de Wheeler con el piano recargado sobre uno de sus costados entre pilas de papas. “Íbamos tan lento como si camináramos sobre todos los baches en el camino”, dijo.
Ayuda a la humanidad
Pese a vivir en un lugar remoto llamado el Nido del Águila, Wheeler nunca se siente solo con las visitas de sus vecinos y la compañía de sus perros. “Me siento más solo en la ciudad porque ahí la gente no tiene nada qué decirse uno al otro”, sostiene.
El pianista apadrina ahora a 42 chicos en la zona, una de las más pobres de México. Allí, el acceso al agua potable es limitado y obtener alimentos y servicios de salud es un reto para las comunidades que dependen principalmente de la agricultura.
A inicios de los años noventa, Wheeler decidió utilizar las ganancias de los conciertos que ofrece por todo el mundo para establecer una escuela, una clínica y un programa de becas. “Muy buena gente. Ayuda mucho”, declara uno de sus vecinos, Gerardo Gutiérrez, quien era un niño cuando conoció a Wheeler por primera vez.
“Antes regalaba cobijas cuando hacía mucho frío, y a veces conseguía despensas para la gente de aquí”, añadió el hombre de 49 años. Devolver algo a la comunidad fue siempre el propósito más profundo del pianista.
“Todos estos años han sido de los más felices de mi vida porque siento que mi música está haciendo algo de valor para ayudar a la humanidad”, resalta.
*Con información de AFP*