"Es bueno tener mucha plata, pero no tenerla por ahí eternamente... Yo prefiero comprar cosas. Si no, sería como ahorrar sexo para cuando uno sea viejo". Aunque parezca contradictorio, pues su fortuna ronda los 60.000 millones de dólares, esta es la filosofía de vida de Warren Buffett, el más grande inversionista de los últimos tiempos. El magnate que todos los años se pelea con Bill Gates y Carlos Slim el título del más rico del planeta es el hombre de moda. La razón es que hace algunos días le dio una señal de optimismo al mundo financiero al invertir a través de su compañía Berkshire Hathaway, 5.000 millones de dólares en acciones del Banco Goldman Sachs, para rescatarlo. Y así de paso aumentar su fortuna, pues ante todo es un hombre de negocios conocido por saber elegir el momento para invertir en entidades en crisis o subvaloradas y obtener grandes ganancias. "Lo mejor que nos puede pasar es cuando una gran empresa tiene problemas temporalmente... Nosotros queremos comprarlas cuando están en la sala de cirugía", ha sido siempre su otra consigna. Por si fuera poco, la semana pasada, en una jugada similar, el multimillonario adquirió 3.000 millones de dólares en acciones del conglomerado General Electric. Estos movimientos se convirtieron en la mejor publicidad para el lanzamiento del libro The Snowball (La bola de nieve), la primera biografía en la que Buffett, de 78 años, decidió participar. Su autora, la analista financiera Alice Schroeder, pasó cinco años junto al protagonista de la historia para descubrir que su disciplina laboral ha sido el polo opuesto de su caótico ámbito personal y familiar."La vida es como una bola de nieve, todo lo que necesitas es encontrar nieve blanda y una pendiente muy larga", reflexiona Buffett en el libro. Y él empezó a formar la suya muy temprano. Hijo de un corredor de Bolsa de Omaha, Nebraska, descubrió desde los 6 años el encanto de hacer dinero cuando empezó a vender cajas de chicles y gaseosas. A los 10 vendía crispetas y maní en los partidos de fútbol americano y pidió de regalo de cumpleaños visitar la Bolsa de Nueva York. Allí conoció a Sydney Weinberg, entonces el hombre más famoso de Wall Street por ser el socio principal de Goldman Sachs. Encantado con el entusiasmo del niño, le preguntó: "¿Qué acción quieres, Warren?", las palabras que más oiría en adelante a lo largo de su vida. En ese momento el pequeño prometió que a los 35 sería millonario. Sólo un año después de ese encuentro, gracias a sus negocios ahorró y por 114,75 dólares compró tres acciones de Cities Service. Pero al poco tiempo estas cayeron de 38,25 a 27 cada una. Angustiado decidió venderlas cuando subieron a 40 dólares para ganarles algo, con tan mala suerte que luego el valor se disparó a 202 dólares por acción. "Warren llamaría a este episodio uno de los más importantes de su vida. Aprendió a no apresurarse sin pensar primero". Su siguiente negocio fue vender periódicos, y años más tarde se propuso como meta entrar a la Universidad de Harvard, pero para entonces se había convertido en un estudiante mediocre y no lo aceptaron. Por eso se decidió por Columbia donde conoció a su maestro, el profesor Benjamin Graham, autor del best seller The intelligent Investor y quien le enseñó que "de cuando en cuando el mercado ofrece la oportunidad de comprar barato y vender caro". La lección quedó bien aprendida. En 1962, cuando empezó a comprar acciones en Berkshire Hathaway, una empresa de textiles con serios problemas financieros, cada una costaba 7,50 dólares. Tres años más tarde, a sus 35, tomó el control total de esa empresa, que se convirtió en su vehículo de inversión y cuyas acciones hoy tienen un costo cercano a los 120.000 dólares. Sin embargo, pese a su éxito laboral, el libro muestra a Buffett como un hombre inseguro y dependiente en sus relaciones personales. Quizá lo marcó el hecho de que su madre hubiera sido una persona violenta que solía agredirlo verbalmente. En 1952 se casó con Susan Thompson, con quien tuvo tres hijos. Ella, quien era una sicóloga amateur, se refería a su esposo como su "primer paciente". "Cuando estaba recién casado dependía de ella para que le cortara el pelo, para alimentarse y hasta para tratar con otras personas. Ella sabía que su principal necesidad era sentirse amado y nunca ser criticado", escribe Schroeder. Por sus ocupaciones Buffet tera un padre ausente y sus amigos describían a Susan como una "madre soltera". Ella sólo esperaba que una vez tuvieran suficiente dinero ("pensaba en una cifra entre ocho y 10 millones de dólares"), él finalmente le prestaría atención a su familia. Eso no sucedió y en 1977 ella decidió irse de la casa y mudarse a San Francisco. En parte habría estado motivada por los romances que su marido tuvo con otras mujeres como Katharine Graham, la editora del diario The Washington Post, quien lo introdujo al mundo del jet set norteamericano. Tiempo después Susan también le habría confesado a Warren que se había enamorado de otro hombre. "Yo pude evitar que ella se fuera, tuve la culpa en un 95 por ciento. Yo no estaba compenetrado con ella y ella siempre estuvo compenetrada conmigo", reconoció el magnate a Schroeder. El rompimiento dio inicio a una extraña relación: "él deambulaba sin rumbo por la casa, incapaz de alimentarse y de vestirse por sí mismo, y por un momento Susie pensó que debía volver". Pero en lugar de eso decidió pedirle a su amiga Astrid Menks, quien atendía un restaurante, que cuidara de su esposo. Y lo hizo tan bien, que se convirtió en su nueva compañera, con la aprobación de Susan. El trío era tan particular, que firmaban las tarjetas de Navidad con los nombres Warren, Susie y Astrid. Cuando Susan enfermó de cáncer Warren estaba desconsolado. El libro relata que aunque odiaba todo lo que tuviera que ver con problemas de salud y clínicas, no hubo un fin de semana en que no estuviera al lado de su cama viendo los programas de televisión que a ella le gustaban. En 2006, dos años después de la muerte de su esposa, Warren decidió casarse con Astrid, quien tenía 60 años. El Warren Buffett que presenta esta nueva biografía es un hombre sencillo, que carga su propio equipaje, que vive en la misma casa que adquirió en 1958, que disfruta comiendo hamburguesas y tomando Coca cola (sobre su escritorio siempre hay una cherry coke) y que se la pasa viendo noticias. Su personalidad está descrita en la placa de su carro, en la que se lee "Thrifty", que quiere decir 'ahorrativo'. Pese a su fortuna, no es amante de los lujos; de hecho, cuando en 1989 compró un jet de negocios, este fue bautizado en broma 'Lo Indefendible', haciendo referencia a las críticas que había hecho de otros empresarios que adquirían este tipo de bienes. Al parecer no es amante de la tecnología y sólo hace poco aprendió a manejar un computador, a pesar de los esfuerzos de su amigo Bill Gates. Tiempo atrás dejó saber que, a pesar del furor, no soñaba con invertir en Internet: "Admiro la administración de Intel y Microsoft, pero no tengo idea de dónde estarán en 10 años. Todo lo que sé es que no sé y en lo que no sé no invierto". Por eso fue uno de los pocos inversionistas que no perdieron un solo peso cuando explotó la burbuja. A Buffett le gusta tenerlo todo bajo control, se aprende los balances de memoria y se fija en todos los detalles, al punto de que suele invertir en compañías manejadas por personas con estas características. Una vez compró una cuyo dueño contaba las hojas de los rollos de papel higiénico para saber si tenían las 500 que anunciaban los comerciales. Quiza por eso Berkshire se ha convertido en un imperio, especialmente en el campo de los seguros, y en la actualidad posee más de 60 compañías. Tiene activos cercanos a los 278.000 millones de dólares, incluida su participación en empresas reconocidas como American Express y Coca-Cola, en la que invierte desde 1988. No es casualidad que en el mundo de los negocios lo hayan bautizado el 'Oráculo de Omaha'.