Will Smith se ha debatido durante toda su vida entre dos fuerzas poderosas: un sentimiento de no ser lo suficientemente bueno y un impulso feroz por lograr el éxito. Así lo describió en su libro biográfico Will, publicado el año pasado, en el que además se describe como un cobarde que ha construido un personaje alrededor de esa vulnerabilidad.
Hoy, después de una decena de películas taquilleras y tres nominaciones al Óscar, es difícil creer eso y menos aún cuando, si los pronósticos no fallan, logrará quedarse con la codiciada estatuilla de la Academia al mejor actor por su interpretación en la cinta Rey Richard, en la que hace el papel del padre de las hermanas Serena y Venus Williams. Ya lo hizo en los Critic’s Choice Awards, los Globos de Oro y en los Bafta, donde les dijo a las tenistas: “Ustedes son el sueño americano”.
Llegar a esa cima evidentemente no fue fácil. Como lo relata en su libro, su carrera comenzó en una época en que Hollywood era más racista que hoy y el joven Will, afroamericano de clase media, cargaba en la espalda una niñez en constante tensión y ansiedad.
Willard Carroll Smith Jr. nació en el oeste de Filadelfia en noviembre de 1968. Su padre era alcohólico y con frecuencia la tranquilidad de su hogar se tornaba en un campo de batalla ante el más mínimo problema. Los asaltos de su padre hacia él o su madre le hicieron considerar, a los 13 años, dos opciones trágicas: la del suicidio o la de matar a su padre.
De este destino fatal se salvó gracias a su madre, quien tenía todas las esperanzas cifradas en que Will fuera a la universidad para salir de ese ambiente tóxico. Además, era bueno para las matemáticas y para la ciencia, lo que garantizaba una admisión fácil a cualquier facultad prestigiosa.
Pero el joven tenía otros sueños y decidió cumplirlos con su amigo Jazzy, con quien formó el grupo de rap DJ Jazzy Jeff & The Fresh Prince, cuyo éxito fue tan grande que llegaron a conseguir dos discos de platino y un Grammy. Con ese dúo también logró la atención de la cadena de televisión NBC, que lo llamó en 1990 a protagonizar la serie El príncipe de Bel-Air, cuya trama estaba calcada de su nueva vida en Los Ángeles, a donde llegó para abrirse puertas en el competido Hollywood.
La serie tuvo seis temporadas, un detalle que habla por sí solo de su éxito. En 1993 participó en los rodajes de Made in America y Seis grados de separación, y a partir de ese momento llegaron trabajos en grandes producciones cinematográficas como Bad Boys e Independence Day, la película que finalmente lo consagró como actor en la pantalla grande. En 1996, días después de que terminara la serie y poco antes de que se estrenara Independence Day, Will fue a la inauguración de Planet Hollywood en Sídney para buscar consejos sobre el éxito de un experto: Arnold Schwarzenegger.
Cuando le preguntó cuál era la clave, él le contestó: “Pensar en ti como un político que se postula para el cargo de estrella de cine más grande del mundo”. La lección fue seguida a cabalidad y surtió el efecto esperado. En su biografía cuenta que empezó a promocionarse y el resultado fue un éxito astronómico. Vinieron títulos como Hombres de negro y Enemigo público.
La lección fue tan buena que los mayores éxitos de taquilla de esa época, incluidos Wild Wild West, La leyenda de Bagger Vance y Bad Boys, tienen a Smith en su reparto. En el año 2001 el actor decidió dar una prueba más de que la cobardía no era lo suyo. Fue cuando dio un giro en su actuación al aceptar protagonizar Ali, basada en la vida del famoso boxeador Mohamed Ali. La cinta, dirigida por Michael Mann, le granjeó su primera nominación al Óscar. Más tarde recibió la segunda por En busca de la felicidad.
Su vida ha sido perfecta, excepto por dos aspectos que han merecido tanto despliegue en la prensa como sus películas. El primero fue la evasión de impuestos, a los 22 años, cuando tras haber acumulado éxito como rapero pensó que podía librarse de esa obligación. Pero al lanzar un nuevo disco se encontró con una deuda de 28 millones de dólares, que el Servicio de Impuestos Internos (IRS, por sus siglas en inglés) canceló con el embargo de parte de sus bienes e ingresos.
“Tuve que vender todo: mi preciosa casa, mis cuatro coches y mis dos motos”, dice. Tener el papel de The Fresh Prince of Bel-Air lo salvó, ya que 70 por ciento de su sueldo durante las primeras tres temporadas fueron directo al IRS. En medio de esa quiebra pidió prestados 10.000 dólares a un amigo suyo que resultó ser traficante y proveedor de medicamentos sin receta. Luego de tres décadas, su fortuna hoy alcanza los 45,5 millones de dólares, según la revista Forbes.
El otro asunto son los escándalos de infidelidad dentro de su matrimonio. Con su esposa, Jada Pinkett Smith, Will tiene supuestamente un arreglo de salir con otras parejas. Su historia de amor comenzó hace mucho tiempo cuando Will la vio en la serie A Different World y quedó atrapado con su energía. Will y su coprotagonista de Fresh Prince of Bel-Air, Alfonso Ribeiro, fueron a una grabación de A Different World expresamente para conocer a Jada, pero esa noche, por cosas de la vida, Will conoció a la actriz Sheree Zampino, con quien se casó después.
Will y Jada, la madre de sus hijos Jaden y Willow, finalmente se encontraron durante una reunión en un club de jazz de Los Ángeles años después. Smith recordó que la chispa inicial sobre ella era acertada, pero estaba casado y no creía en el divorcio. Trató de olvidar esa atracción. Jada dejó un efecto tan poderoso en él que un día rompió en llanto en el baño de un restaurante mientras cenaba con Zampino. Una vez que Zampino decidió divorciarse de Will, él y Jada comenzaron a salir.
Los problemas maritales llegaron. En una fiesta, Jada lo maldijo y la respuesta de Will fue golpear a su esposa con un periódico, tal como había visto en su casa paterna. Ante esto, tuvieron una profunda charla en la que Will le dijo: “Crecí en un hogar donde vi a mi padre golpear a mi madre en la cara, y no crearé una casa, un espacio, una interacción con una persona en la que haya blasfemias y violencia. Si tienes que hablarme así, no podemos estar juntos”.
Desde ese momento decidieron tener el pacto de no comunicase mientras estuvieran enojados: ventilarían su rabia por aparte y hablarían cuando estuvieran tranquilos y serenos.
Ese estilo de comunicación ha llevado a la pareja a contarse todo, incluidas sus aventuras extramatrimoniales. Por eso, Will no las llama infidelidades, ya que, según él, ese término no alcanza a abarcar la dinámica de transparencia que mantiene con su mujer que les permite enterarse de los idilios protagonizados por el otro.
Con todo, Will, atractivo, gracioso y con un ángel particular ante las cámaras, es hoy el ganador cantado en la ceremonia de los Óscar, a pesar de contrincantes de la talla de Benedict Cumberbatch y Andrew Garfield. Sobre su papel ha dicho: “Siempre trato de encontrar lo que más se parece a mí y lo que me conectó con Richard fue la sensación de que nadie creía en él. Tener un sueño gigante y que todo el mundo te diga lo equivocado que estás, lo tonto que eres y lo imposible que es”, dice Smith. Es una trama similar a la de su vida. Por eso, como las hermanas Williams, él también es el sueño americano.