Por: Catalina Ariza Lafaurie
Jaime Ostos Carmona, más conocido como Corazón de León, fue uno de los más importantes toreros de España y el mundo. Nació el 8 de abril de 1931 y fue el único matador de toros de su familia. Era fiel admirador de Juan Belmonte, otro gran torero que se dice fue responsable de transformar el arte taurino. Falleció este 8 de enero, mientras de disfrutaba unas vacaciones en compañía de su familia en Bogotá. Su muerte fue repentina, de un infarto. Jaime se encontraba junto a su esposa de hace cuatro décadas, María Ángeles Grajal, por la que manifestaba era el amor de su vida.
Los esperamos en nuestra casa de Cartagena de Indias el 30 de diciembre y desde entonces pasamos unas vacaciones inolvidables de muchas risas y bailes, hasta el día de su partida. Por mi parte, le cogí un cariño especial, pues, aunque no soy fanática del mundo de los toros, admiro su valentía y lucha, ya que durante su carrera recibió 25 cornadas. Era muy afectuoso conmigo y en el poco tiempo que compartimos me narró muchas anécdotas de su vida.
Lo primero que expresó Jaime al saludarme fue: “Me siento en mi casa, es igual a estar en Cádiz”. Asimismo, me contó: “La primera vez que toreé en Cartagena fue en 1956 en la Plaza de Toros La Serrezuela”. Este monumento hoy en día hace parte de un centro comercial de lujo en la ciudad amurallada.
Se emocionaba con cualquier tema, tenía la ilusión de un joven y el tiempo no parecía afectarle su ánimo, sus ganas de contar anécdotas y su amor por la vida. Bailaba, corría y hasta quería subir las maletas por las escaleras. Tenía un tono de voz alto. Yo le bromeaba y le decía que para qué necesitaba el bastón si ni lo usaba. Hace unos meses se contagió de covid y estuvo hospitalizado un buen período -por lo tanto, le habrían quedado secuelas-. Por tal razón traía una muleta.
Decía que su abuelo había vivido hasta los 107 años y su padre hasta los 103, por eso tenía la esperanza de vivir muchos años más, y de chiste afirmaba: “yo seré el viudo de María Ángeles”. Desde ya festejaba su cumpleaños 91, que se celebraría en abril. Todos los días de su vida desayunó lo mismo: tostadas con aceite de oliva y ajo, acompañado de café con leche. Ese menú nunca lo cambió. Además, nunca probó el alcohol ni el cigarro, le daban mucho asco.
Al desayunar uno de esos días, observábamos el patio interno de la casa, cuya arquitectura es colonial del siglo XVII, cuando de repente me preguntó: “¿Tú sabes cuánto vale esa palmera que ves ahí?” Y muy atenta y risueña, le pedí que me explicara. “Esa palmera tiene entre 200 a 300 años y vale lo que tú no te imaginas, mira cómo se mueve de modo que no se parte, porque adentro tiene un mecanismo de flexibilidad similar al de los edificios”, respondió.
Le pregunté por qué la curiosidad hacia las palmeras y me contó que en su juventud estuvo un mes completo en un Safari en África, donde compartió con uno de los hermanos de Kennedy, al igual que con miembros de la realeza española. Recordemos que el matador fue un boom en los años 60 y 70 no solo en España, sino en el mundo entero.
A María Ángeles se le notaba en su rostro que seguía muy enamorada de Jaime a pesar de la diferencia de edades. Ella me decía que una de las claves para el éxito en un matrimonio es que “haya admiración y respeto hacia el otro, pero sobretodo admiración”. Por su parte, él expresaba que su esposa era un ‘bombón’ cuando estaba más joven, pero que aún seguía siendo igual de guapísima. Ambos se conocieron cuando un amigo le habría presentado a la entonces suegra de María Ángeles (ella tenía un año de casada) pero, para sorpresa de todos, Jaime puso la mirada en María Ángeles y poco tiempo después ella decidió divorciarse para formar una relación estable con el torero.
Otra noche, mientras todos cenábamos, a Jaime se le dio por hablar de arte y literatura. En medio de la conversación, confesó haber sido muy amigo del escritor Ernest Hemingway, tanto así que convivieron juntos varias semanas. El torero nos contó sobre las pasiones y costumbres de Hemingway, como su amor hacia el vino, pues siempre mantenía una botella de vino tinto en la mesa a la hora de comer; y su afición por la cultura taurina de la época, rodeándose siempre de grandes toreros tales como el mismo Jaime Ostos. Asimismo, compartió en varias ocasiones con Pablo Picasso y éste le dedicó varias obras al torero. Con su celular me mostró una de esas obras, era un toro dibujado en una servilleta con dedicatoria a Jaime.
Además de haber sido torero, en sus últimos años pintaba óleos no solo basados en la tauromaquia, sino, incluso, en paisajes y demás escenas de la naturaleza. Me había prometido hacerme un cuadro pequeño de un jardín con flores... Sin duda fue un hombre muy interesante, de grandes cualidades que tocó el corazón de muchos. Para los que compartimos con él en sus últimos días, nos quedan los mejores recuerdos.