La Segunda Guerra Mundial acababa de terminar y varios miembros de la marina estadounidense se preparaban para volver a casa después de varios años de miedo y sufrimiento. Pero el destino, caprichoso, tenía preparada otra cosa para 14 de ellos: el 5 de diciembre de 1945, y cuando realizaban un último ejercicio de entrenamiento sobre la zona de los cayos de Florida, cinco aviones de combate TBM Avenger desaparecieron para siempre con todos sus tripulantes. Ese mismo día, y cuando el ejército estadounidense adelantaba una de las mayores operaciones de rescate de su historia para encontrar a las aeronaves perdidas, uno de los aviones PBM-5 que participaba en la búsqueda desapareció en la misma zona con 13 personas a bordo.
Aunque se destinaron varios recursos y a pesar del esfuerzo de cientos de personas, nunca se encontraron los restos de ninguno de los aviones ni los cuerpos de los tripulantes. Prácticamente se esfumaron de la tierra; una de las mayores tragedias en la historia de la marina estadounidense. En los informes oficiales de la marina nunca se investigó el telegrama que le llegó al hermano de George Paonessa, 21 días después del accidente, aunque su familia lo reportó. Oficialmente, ambos accidentes quedaron reportados como desapariciones por causas desconocidas y las 26 personas fueron dadas por muertas. Pero un día después de la navidad de ese año, y cuando todos trataban de superar la tragedia, el hermano del sargento George R. Paonessa, tripulante de uno de los TBM Avengers, recibió un telegrama que lo dejó frío: “Te han informado mal sobre mí, estoy muy vivo”. Una obsesión
‘Vuelo 19‘ es el primer libro de José Antonio Ponseti, un reconocido periodista y locutor español. La primera vez que José Antonio Ponseti oyó hablar del caso del llamado Vuelo 19 tenía 14 años. Fue en un libro de Charles Berlitz llamado El Triángulo de las Bermudas, un best-seller de los años setenta, que popularizó la idea de que muchos aviones y buques desaparecían por causas sobrenaturales en una franja del océano Atlántico ubicada entre las Islas Bermudas, Puerto Rico y Miami. “Esa historia se quedó dentro de mí como si hubiera descubierto la pólvora -cuenta el locutor español-. Y luego la empecé a ver en todo lado: Steven Spielberg incluyó una escena con los pilotos perdidos en Encuentros cercanos del tercer tipo y luego, cuando estaba estudiando en Miami, me di cuenta de que cada 5 de diciembre en Fort Lauderdale hacen una ceremonia en honor a los desaparecidos”.
Cuando la obsesión se convirtió en ansias de investigar, llegaron las sorpresas: “Me di cuenta de que en los informes oficiales de la marina nunca se investigó el telegrama que le llegó al hermano de George Paonessa 21 días después del accidente. Él estaba seguro de que el mensaje era real y que era de su hermano, pues estaba firmado como Georgi, el apodo que la mamá le tenía cuando era más niño”. Al mirar más a fondo, Ponseti encontró otras revelaciones: Una exnovia de Paonessa le dijo a la familia que lo había visto un par de veces en California luego del accidente y en el cementerio de Arlington, en Washington, hay una lápida vacía a su nombre. “Eso empieza a volverme loco periodísticamente”, explica. Un piloto captó una comunicación en la que alguien sin identificar le preguntaba al capitán E. J. Powers, las lecturas de sus brújulas. “No sé dónde estamos. Nos debemos haber perdido tras el último giro", respondió este. Así comenzó a preparar una investigación para un pódcast en la cadena radial donde trabaja en España. Pero alguien de la editorial Penguin Random House vio el guion que estaba preparando, se lo mostró a uno de los editores y este le propuso escribir un libro. “Al inicio me dio mucho vértigo, porque nunca había escrito más que artículos y reportajes. Pero llegamos a un pacto: yo escribía los primeros capítulos y si les interesaba, seguía con la novela”. La prueba fue un éxito. Un año y dos meses después terminó de escribir Vuelo 19, un libro en el que cuenta de forma narrativa la historia de los tripulantes perdidos ese día en el Atlántico, incluyendo sus descubrimientos sobre Paonessa. A los pocos meses, ya era uno de los libros más vendidos de Amazon. Una cadena de errores Ese 5 de diciembre de 1946, el teniente de la Marina de los Estados Unidos, Charles Carroll Taylor, uno de los miembros más experimentados de esa fuerza, y quien acumulaba 2.500 horas de experiencia en la guerra, iba al frente de la operación de entrenamiento de los cinco aviones TBM Avenger. La misión era relativamente sencilla: despegaban de la base aérea de Fort Lauderdale a la 1:45, debían volar hacia el este, realizar un bombardeo de baja altura en unos bancos de arena, y luego seguir 140 kilómetros, antes de girar al norte y unos kilómetros después al suroeste, para volver a la base.
Pero las cosas comenzaron a salir mal desde el inicio: Taylor llegó tarde y hasta última hora estuvo intentando que alguien lo reemplazara en el ejercicio. Cosa que no consiguió. Finalmente salieron a las 2:10, casi media hora más tarde de lo previsto. Los problemas comenzaron una hora y media después. Un piloto de otro ejercicio captó una comunicación en la que alguien sin identificar le preguntaba a uno de los pilotos, el capitán E. J. Powers, las lecturas de sus brújulas. “No sé dónde estamos. Nos debemos haber perdido tras el último giro”, dijo. Los registros de las transmisiones de radio de aquella jornada muestran que la torre y otros pilotos intentaron comunicarse con el grupo para saber si había algún problema. Taylor explicó qué sucedía: “Mis dos brújulas se quebraron -dijo-. Quisiera llegar a Fort Lauderdale, Florida. Estoy arriba de tierra, creo que son los cayos, pero no sé exactamente dónde estoy ni cómo llegar a Fort Lauderdale”.
Y aunque le dijeron que estaba lejos de los cayos, que tenía que virar hacia el norte y le pidieron que cambiara la frecuencia de su radio para coger un canal de rescate, el teniente estaba tan perdido que dijo que iba a seguir girando a 30 grados durante 45 minutos y que luego volaría hacia el norte para asegurarse de que no estaban sobre el Golfo de México. Además, explicó que no podía cambiar las frecuencias, pues debía mantener “los aviones intactos”. Varios minutos después, Taylor ordenó a su tripulación girar hacia el este, y las transmisiones captaron la réplica de otro de los pilotos del grupo: “¡Al oeste, maldita sea! Si voláramos hacia el oeste llegaríamos a casa”.
Al margen de las discusiones internas, la torre logró triangular la posición del grupo: estaban unos 190 kilómetros al norte de las Bahamas y al este de la costa de Florida, por lo que si seguían girando al este, como lo pedía Taylor, el grupo terminaría aún más en lo profundo del océano Atlántico. Y aunque intentaron avisarles que el piloto anónimo tenía razón y debían volver al oeste, la información nunca llegó al escuadrón. Gran parte de la responsabilidad de lo ocurrido recae en Taylor, quien confundido y desorientado llevó a su equipo de pilotos lejos de la base, hasta que se quedaron sin combustible. El clima empezó a ponerse en contra de los pilotos y a las 5:24 Taylor dijo: “Vamos a girar 270 grados al oeste hasta tocar tierra o hasta quedarnos sin combustible”. Luego se captaron otros tres mensajes, uno en el que el teniente pedía que volvieran a virar al este y otros inteligibles. A las 7:04, cuando ya era de noche, se escuchó la última de esas señales y el escuadrón desapareció para siempre. Misterios sin resolver Casi todos los investigadores que han analizado el caso del Vuelo 19 han llegado a la misma conclusión: gran parte de la responsabilidad de lo ocurrido recae en Taylor, quien confundido y desorientado llevó a su equipo de pilotos lejos de la base, hasta que se quedaron sin combustible. También tendría que ver la falla en los equipos de varios aviones y el hecho de que ninguno de los pilotos fue capaz de contradecir su orden de virar al oeste, aunque está claro que algunos sabían que debían ir al este. Además, parece claro que los aviones no desaparecieron en el llamado Triángulo de las Bermudas, sino más allá, en medio del Atlántico. “Muchos de ellos probablemente sobrevivieron. Lo cual es terrible: su muerte fue en el agua, con una tormenta descomunal y en medio de situaciones dantescas”, cuenta Ponseti.
Este es el telegrama que recibió el hermano de George R. Paonessa varios días después de la desaparición de los aviones en los que iba su hermano. También se sabe por declaraciones de personas que estaban por la zona que el avión de rescate que desapareció mientras buscaba a los Avengers explotó en el aire pocos minutos después de partir. Las duras condiciones climatológicas y una tormenta que cayó ese día habrían evitado que se encontraran los restos.
Aun así, el incidente sigue rodeado de misterios. “En el documento de la marina, en la investigación oficial, nunca se investigó si George Paonessa había salido vivo, aunque el telegrama que recibió su hermano es real”, cuenta Ponseti. También está claro que el informe oficial fue modificado, pues si antes dejaba claro que la culpa había sido del teniente Charles Taylor, luego concluía que los aviones habían desaparecido por causas desconocidas. En el fondo hay muchas preguntas sin responder y bastantes especulaciones. Pero Ponseti ha logrado recuperar documentos, testimonios y pruebas que dan muchas de las respuestas. El libro se consigue en cualquier librería de Colombia.