Un nuevo libro del periodista británico John Sweeney contiene una aterradora revelación: la relación extraña y abusiva entre Ghislaine Maxwell y su padre, Robert, deformó a la socialité de 60 años desde su juventud mucho antes de conocer a Jeffrey Epstein, el magnate financiero tristemente célebre por promover una red de tráfico de menores en la élite de Estados Unidos.
Desde las primeras páginas de Cazando a Ghislaine, el autor plantea que la relación padre e hija fue cruel, pues “Robert Maxwell era un monstruo, cruel, loco, loco como una caja de ranas”.
El periodista británico califica la vida de Ghislaine Maxwell un cuento de hadas oscuro del siglo XXI, “contado al revés con la princesa comenzando en un palacio y terminando en una mazmorra”.
Como se recordará, a finales de junio de 2022, la exsocialité británica de 60 años fue sentenciada por un tribunal de distrito de EE. UU. en Manhattan a 20 años de prisión por conspirar con Epstein durante más de una década para explotar y abusar sexualmente de niñas menores de edad.
Epstein, un delincuente sexual y financiero convicto, fue arrestado por las autoridades federales en 2019 por tráfico sexual y se suicidó en una cárcel federal de la ciudad de Nueva York solo un mes después de su arresto.
Aunque Sweeney deja claro que Ghislaine Maxwell siempre ha negado tener conocimiento de la pedofilia de Epstein, el autor compara la operación en la que participó Maxwell para satisfacer las necesidades sexuales perversas de Epstein con “dirigir una fábrica”.
El libro de Sweeney también explora cómo Maxwell dirigía la vida de Epstein y sus cuatro hogares: su mansión en Manhattan, su casa en Palm Beach, su rancho en Nuevo México y su isla privada, Little St. Jeffs en las Islas Vírgenes de Estados Unidos.
“En los cuentos de hadas de fórmula tradicional, como el que se establece en Jefrey Epstein: Filthy Rich, de Netflix, solo hay un monstruo: Epstein. En este libro, el giro es que definitivamente hay más de uno”, escribe Sweeney.
John Sweeney es un periodista de investigación, hombre de radio y autor galardonado que ha escrito 12 libros, entre ellos Asesino en el Kremlin y La iglesia del miedo: dentro del extraño mundo de la cienciología.
Su interés por los Maxwell comenzó en la década de 1980. “Empecé a investigar más a fondo la crianza y la infancia de Ghislaine en Oxford, Reino Unido. Su madre, Betty, era una especie de santa. Su padre, Robert, era un monstruo. El argumento central que hago en este libro es que Ghislaine Maxwell estaba jodida mucho antes de conocer a Jeffery Epstein”.
En este libro, Sweeney describe a Robert Maxwell como un “sádico que amaba el sadismo como espectáculo” y recoge una entrevista que le hizo a la psicóloga Wendy Behary, autora de Desarmar al narcisista, quien describe a Ghislaine Maxwell como una “princesa rehén”.
“Behary describió cómo los hombres narcisistas, cuando sus esposas envejecen, terminan reemplazando a su esposa trofeo por la hija. Y esto es cruel porque termina definiendo la crianza de la hija. También arruina su sentido de sí mismo y su autoestima moral. Estas jóvenes son criadas sin límites y comienzan a vivir con la idea de que todo lo que papá quiere es correcto”.
En ese sentido, de acuerdo con el autor, Ghislaine Maxwell terminó desempeñando un papel central en los abusos infantiles que Epstein llevó a cabo casi de manera industrial, porque su padre abusó psicológica y emocionalmente de ella. “Para Ghislaine, lo que les sucedió a estas chicas fue algo normal”, asegura.
Otra de las revelaciones del autor de Cazando a Ghislaine tiene que ver con la juventud de la socialité: “Cuando Ghislaine vivía en Oxford, siendo muy joven, una fuente me dijo que reclutaba regularmente a niñas jóvenes y se las presentaba a su padre. Diría que esto es más que un rumor y algo que yo no ignoraría evidentemente”.
Para Sweeney, que cubrió el mediático juicio de Ghislaine Maxwell, cree que al final este personaje es “una sociópata que fue abusada monstruosamente y psicológicamente por su padre. Eso significaba que probablemente nunca tuvo un sentido de individualidad, lo que le impidió desarrollar una comprensión adecuada del bien y del mal. También creo que es extremadamente arrogante. Y estoy de acuerdo con el veredicto del jurado. Entiendo por qué el juez le dio una sentencia severa. Porque Ghislaine Maxwell es culpable”.
Así cometía sus crímenes el pedófilo Jeffrey Epstein
Julie K. Brown cree que es difícil entender cuán sórdido era Jeffrey Epstein, y tiene autoridad para hacerlo: tardó año y medio buscando por cielo y tierra a sus víctimas hasta hacerlas hablar, entrevistó a policías y leyó interminables archivos judiciales.
Todo comenzó en 2016 cuando trabajaba en el Miami Herald e investigaba sobre el tráfico sexual, una epidemia en Florida. A medida que avanzaba, el nombre de Epstein se hizo recurrente.
Y pensar, reflexionó, que era el mismo millonario con fama de misterioso genio de las finanzas, que solo trabajaba para clientes con más de 1.000 millones de dólares y tenía fascinado al jet set. En las revistas, se lo veía con los más influyentes y famosos, como Bill Clinton, Donald Trump, Kevin Spacey y hasta el sabio Stephen Hawking, para quien mandó equipar un submarino y así cumplirle el sueño de navegar bajo el mar. Era, además, un destacado filántropo.
Pero todo eso escondía un lado siniestro que Brown desentrañó. En 2008, Epstein había sido condenado por comprar favores sexuales de menores, y la sentencia de 18 meses en prisión fue un saludo a la bandera: pasaba 12 horas al día fuera de la cárcel, y, cuando estaba en ella, vivía en un ala privada, con la puerta abierta y lujos como un televisor.
Brown descubrió que sus víctimas no eran solo las del proceso, sino que habría muchas más. Los policías que lo investigaron por tres años, Michael Reiter y Joe Recarey, le confirmaron que, hasta 2008, tenían documentadas quejas de 36 mujeres abusadas por él de niñas. La periodista empezó a rastrearlas, tarea nada fácil, pues muchas se habían ido, usaban otros nombres o no hablaban por las amenazas de Epstein y sus abogados. Pero perseveró y para 2017 halló un total de 60 víctimas. La cuenta hoy va en 175.
Brown reconstruyó las múltiples irregularidades en el juicio, avaladas por el fiscal Alex Acosta, luego miembro del gabinete de Trump. Un truco de Epstein, por ejemplo, era contratar abogados muy relacionados con los fiscales, de modo que estos se veían obligados a renunciar y así dilatar el proceso o poner a un funcionario comprado.
En noviembre de 2018, el Herald publicó su informe y fue tan contundente que las autoridades reabrieron el caso. A los ocho meses, Epstein fue arrestado por el FBI y la policía de Nueva York. Solo un mes después, apareció muerto, en raras circunstancias, en agosto de 2019.
Largo historial de abusos
Su primer abuso documentado data de 1994. En el papel de mecenas de jóvenes talentos, estableció una cabaña para encuentros en el Interlochen Center for the Arts, un internado en Míchigan, plantel de famosas como Felicity Huffman y Norah Jones. Una condición que estableció para la donación fue visitarlo una vez al año, lo cual tenía como verdadera intención conocer niñas.
Así pasó con una joven de 14 años que fue abordada por él y Ghislaine Maxwell, primero su amante y luego su madame, juzgada luego como su cómplice. Ellos le informaron que apoyaban a promesas de las artes y se hicieron sus amigos. Luego cautivaron a su madre pagándole clases privadas de música, además de regalos en efectivo y en especie.
En últimas, abusaron de ella, una situación que duró varios años, en medio de los cuales Epstein, a quien la joven debía llamar “padrino”, las trasladó a Nueva York y puso a la adolescente en un colegio para millonarios. Cuando cumplió los 18, la desechó.
Él tenía una fijación con las niñas, y su tipo eran las rubias, bellas, de ojos azules, muy pequeñas y flacas. Insistía en que usaran ropa interior infantil y que se vistieran como colegialas. En 1998, cambió su modus operandi y empezó a preferirlas con ese mismo físico, pero pobres, con graves problemas familiares. “Sabía que por su extracción a ellas nadie las escucharía si lo denunciaban”, afirma Brown.
En ese año, Maxwell, de la alta sociedad de Londres, se convirtió no solo en su puente con el alto mundo (le presentó al príncipe Andrés de Inglaterra), sino también en su proveedora de menores. Las conseguía visitando colegios, spas y barriadas. Primero les preguntaba si querían darle masajes a un hombre por 200 dólares y accedían.
Courtney Wild recuerda que así llegó a la mansión de Epstein en Palm Beach, también a los 14. A solas, él le pidió que se desnudara y, cuando lo masajeaba, empezó a toquetearla mientras se autosatisfacía, luego de lo cual le dio un puñado de billetes. “Odió cada segundo, pero el dinero le cambiaría la vida”, dijo la víctima. Cuando la violó, multiplicó el pago.
Ese patrón se repitió en los relatos de muchas afectadas. A cambio, fuera de dinero (hasta 1.000 dólares si había coito), recibían carros, viajes o la promesa de hacerlas modelos.
Hijas de padres ausentes o drogadictos, lo tenían solo a él, así que obedecían a sus exigencias sexuales por más plata. Estas incluían acostarse con otras menores y hombres mayores, usar juguetes y dejarse fotografiar en esas prácticas. A una le pidió que se fuera a vivir con él como menor emancipada. A otras les consiguió maridos ricos. La mujer identificada como Jane Doe 1 reveló que le parecía que consumía esteroides, ya que era corpulento y su pene tenía “forma de huevo y muy pequeño”.
Epstein les pagaba 200 dólares por llevarle otras niñas, con lo cual creó una suerte de esquema piramidal de abuso infantil.