Los escándalos que los duques de Sussex empezaron a protagonizar al poco tiempo de casados, han opacado la dimensión que tiene su ceremonia nupcial en la historia de la familia real británica y en general de la realeza europea.
Fue una boda en la que se vieron por primera vez muchas cosas. Para comenzar, aquel 19 de mayo de 2018, la capilla de St. George del Castillo de Windsor, contemplaba por primera vez a una mujer de raíces afro emparentar con la familia real británica, algo impensable hace cosa de pocos años, en el seno de una institución que, poco a poco, ha ido flexibilizando sus rígidas costumbres en el matrimonio.
En principio, los hijos y nietos de los reyes solo se casaban con príncipes como ellos. Luego, la monarquía aceptó que fueran aristócratas, pero jamás divorciados. Hoy, estos últimos ya no están proscritos. De hecho, el rey Carlos III está casado con una divorciada, Camilla, exseñora Parker Bowles. La propia Meghan ya tenía un matrimonio en su pasado, pero su hito fue romper la barrera racial, lo que hizo de este un verdadero “cuento de hadas moderno”.
Otra ruptura de la tradición fue que, por primera vez, el sermón no lo dijo el arzobispo de Canterbury, el más importante de la iglesia anglicana, sino un obispo estadounidense, Michael Curry, quien fascinó con sus palabras. Precisamente, él alabó la boda porque “juntó diferentes nacionalidades, diferentes razas, diferentes tradiciones religiosas, gentes de todas la orillas, personas de diferentes convicciones políticas. Es realmente un momento en que estamos juntos en torno del amor”.
Minutos antes, Meghan también había roto otra vieja costumbre, al ser la primera novia real en llegar sola a la iglesia. Como se recuerda, en un confuso episodio, su padre no asistió a la ceremonia, tras el escándalo de su fotos pagadas por un paparazzi y un ataque al corazón.
Entonces, en un giro novedoso, Meghan decidió que su camino al altar tendría dos partes. En la primera, ella andaría sola, en tanto que en la segunda lo haría del brazo de nadie menos que Carlos, príncipe de Gales, su flamante su suegro. Y así fue.
Las bodas inglesas, es especial las de la corte, tienen fama por su música, pero para que su cultura estuviera representada, Meghan quiso tener aires de góspel, uno de los aportes más grandes de Estados Unidos a la música.
Ese mensaje de diversidad también estuvo presente en un detalle tan sutil como que Meghan llevaba bordados en su velo las flores insignia de cada uno de los 54 países de la Commonwealt, que se reparten en los cinco continentes
En el documental Harry y Meghan, de Netflix, ellos dejaron ver por primera vez cómo fue su fiesta de bodas, a través de maravillosas fotos en que se observa la actuación de Elton John, el mismo que eternizó el funeral de Diana, madre del príncipe, con su Good by England’s Rose. También mostraron a la reina Isabel y a Carlos gozándose la fiesta, o a Doria Ragland extasiada con la música.
Pero a pesar de todos esos buenos momentos, también hubo tragos amargos.
El más conocido de todos es el de la pelea de la novia y su concuñada, Kate Middleton, esposa del príncipe William. La hija de esta última, la princesa Charlotte, era una de las damitas, y tuvieron un desacuerdo en sí las niñas debían llevar medias. Además, a la novia le pareció que el vestido de la pequeña se veía deslucido. Primero se dijo que Meghan había hecho llorar a Kate, pero en la entrevista con Oprah Winfrey, quiso aclarar que fue ella la que salió lastimada del incidente. En fin, un problema de “tu palabra contra la mía”, cuya verdad quizá nunca se sabrá.
Otro momento álgido incluyó a la propia reina Isabel, quien le mandó un mensaje de obediencia a Meghan a través de Harry. Resulta que ella estaba empeñada en lucir una tiara cuyos orígenes no estaban esclarecidos. Ante la insistencia, Isabel le dijo a Harry: “Meghan no puede tener todo lo que quiere. Se pondrá la corona que yo diga”.
En fin, presagios de las tormentas que vendrían dos años después y que se desataron cuando ellos anunciaron su deseo de retirarse como miembros activos de la realeza. Los conflictos que vinieron son bien conocidos y siguen haciendo noticia.
Los expertos en la casa real británica, advierten que con este hecho, los Windsor perdieron la oportunidad, a través de Meghan, de afianzar su imagen, en un país como el Reino Unido, que se tornó tan diverso bajo el reinado de Isabel II.
La boda costó unos 40 millones de dólares, de los cuales unos 485.000 se fueron en el vestido nupcial de la novia, de la casa Givenchy, de París.