Fueron seis años de cautiverio a manos de una guerrilla que limitó su espacio e incluso llegó a encadenarla a un árbol. Íngrid Betancourt rememora y comparte aprendizajes de su tortuoso secuestro en las selvas colombianas, ahora que millones están confinados. Encerrada sola en una casa en Oxford, donde estudia Teología, la excandidata presidencial enfrenta el aislamiento por la pandemia anclada en su experiencia en Colombia. Entre 2002 y 2008 estuvo en poder de las Farc, el grupo rebelde más poderoso de América que firmó la paz en 2016. Jamás imaginó lo que vendría después. "Hay algo de lo que viví en la selva que me ha servido para manejar este aislamiento", confiesa Betancourt, nacida en 1961. Atrapada en Reino Unido desde marzo, la expolítica colombo-francesa atiende a la AFP.
- ¿Cómo enfrenta la soledad del confinamiento? Durante el secuestro me tuvieron años aislada de mis compañeros, entonces digamos que esto es algo que ya conozco. Ahora establecí (...) una rutina: levantarme a tal hora, comenzar a trabajar a tal hora, hacer el ‘break‘ para el almuerzo a tal hora, volver a trabajar a tal hora, salir a correr a tal hora y después tener un periodo de descanso a tal hora. Ese formato (...) me equilibra muchísimo porque puedo sentir que lo que estoy haciendo es productivo. No me siento sola. - Del secuestro, ¿qué le ha ayudado para afrontar esta experiencia? El manejo del espacio. Cuando estaba en cautiverio, me tenían amarrada del cuello a un árbol. Cuando usted está amarrado, el espacio que tiene disponible para moverse (...) es muy limitado. Lo que hacía es que (...) lo compartimentaba: tenía un pedazo que usaba para comer (...) me movía con la cadena a otro espacio para hacer una rutina de ejercicios físicos, me movía a otro espacio para leer o simplemente para pensar (...). Siempre cambiaba de sitio y eso me ayudaba a sentirme más libre, porque podía escoger dónde estaba. Eso es algo que hago en este momento. Había momentos en la selva en que el comandante daba la autorización que lo desencadenaran a uno para hacer ejercicio, entonces me organizaba para hacer, con palos, una especie de tarima. El ejercicio era subir y bajar durante una hora, subir y bajar (...) Cuando no había nada, pues simplemente caminaba de un lado a otro (...) Cuando uno está caminando (...) el cuerpo está atareado haciendo cosas, pero al mismo tiempo se está relajando y la mente se aclara.
- Aunque son incomparables, ¿qué aprendizaje del secuestro puede compartir para los confinados? Apostar a que las cosas van a salir de la mejor manera (...) Eso no lo exime a uno de pasar momentos terribles (...) pero, a pesar del dolor, (...) cuando pase el tiempo y uno mira hacia atrás, uno se da cuenta de que dejaron cosas muy positivas (...). Eso es lo que hace que cuando me levanto por la mañana tenga una gran alegría de vivir, porque estoy esperando que pasen muchos milagros. - Usted perdió a su padre estando en cautiverio. Ahora muchos no pueden despedirse de sus familiares. Cuando supe, en la selva, que mi papá había muerto, prácticamente me enloquecí, pero hay que respirar (...) uno aprende a seguir viviendo, a respirar, a comer, a caminar, a seguir existiendo. Ese dolor lo acompaña a uno, pero (...) se vuelve como otra forma de amor; es decir, hay en el dolor de la ausencia del que uno ama una expresión de amor, otra manera de decirle a esa persona cuánto uno lo ama. - ¿Qué le costó más restablecer cuando recuperó la libertad? No recuperé nada (...) todo había cambiado tanto que no había espacio para volver a empezar (...) lo único que quería era (...) irme a descansar con la familia (...) necesitaba ese espacio de volver a las raíces de lo que yo era, de volver a establecer relaciones muy profundas con las personas que amo (...). Llegué a inventarme una vida nueva.
- ¿Qué cree que nos costará recobrar tras la pandemia? La gente, cuando vuelva a la vida normal, va a tener la sensación de que hay cosas de esta vida de confinamiento que no va a querer perder (...) Salir de la urgencia y ese arrebato de estar corriendo detrás de las cosas (...) Se pone uno 80 citas, 800 cosas, y de pronto todo para y uno se pone a pensar: ¿sí era todo esto tan necesario, es decir, tengo yo que estar corriendo para arriba y para abajo o puedo encontrar una fórmula donde yo logre ser dueña de mi vida? - ¿Ha temido por el futuro? Sí. Quisiera tener la esperanza de que podamos sacar como experiencia esto y decirnos: podemos seguir marchando hacia una civilización donde el ser humano sea el centro, no lo que producimos, no lo que consumimos (...) Si esta enfermedad contribuye a que las prioridades de los gobiernos cambien (...), sería como el arcoíris después del gran diluvio. Con información la AFP.