Andrés, Duque de York es un segundo hijo. Eso en la realeza significa un trato diferente al de su hermano mayor y en su vida hay anécdotas que lo demuestran. En 2011, para no ir más lejos, le quitaron la seguridad a sus hijas. El año anterior a Andrés le habían hecho otro desplante: lo sacaron de la foto oficial durante el jubileo de Diamante de la Reina Isabel, desde el Balcón del palacio de Buckingham.

Así lo cuenta la periodista Tina Brown, amiga de Diana y experta en la realeza británica en su reciente libro The palace Papers, en el que habla de los inconvenientes que tuvieron Charles y Camilla para casarse, de la relación de William y Harry con su madre y de muchos otros temas. Pero uno que ha llamado la atención es el capitulo sobre Andrés, el hijo de la reina que más dolores de cabeza le ha ocasionado a la realeza britanica. En el libro Brown cuenta cómo llegó a ser amigo de Jeffrey Epstein, el pedofilo que se suicidió en su carcel de Nueva York para evitar un juicio por sus crímenes sexuales.

Según Brown, entre 2001 a 2011 Andrés recibió un cargo como Representante Especial del Reino Unido para el comercio internacional y la inversión, el cual le ofreció múltiples oportunidades para establecer contactos personales dudosos con el fin de mejorar sus ingresos. “Le permitió dar la vuelta al mundo a expensas del gobierno, jugar al golf, negociar tratos nefastos en excursiones de bar y festejar con reinas de belleza de grandes pechos. Insistió en volar en jets privado y viajó con un séquito de sirvientes, incluido un mayordomo que arrastraba una ridícula tabla de planchar de seis pies de largo por el vestíbulo de los hoteles de cinco estrellas”,dice Brown.

Desde entonces, dice la autora, Andrés mostraba síntomas de lo que se reconoce científicamente como el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo en el que las personas llegan a creer que son más inteligentes y capaces de lo que realmente son. “Años de disfrutar de reverencias inmerecidas a su posición real le permitieron a Andrés seguir adelante con una combinación de autoconfianza arrogante e ignorancia indiscutible. Su posición también lo convirtió en un blanco fácil para estafadores y ladrones.

Uno de ellos fue Jeffrey Epstein, con quien apareció en febrero de 2011 en el New York Post en una foto tomado en el mes de diciembre anterior mientras ambos daban una caminata por el Central Park. Esto fue solo cinco meses después de que Epstein fuera liberado de una cárcel de Florida por prostitución de menores. En 2009, Epstein, a pedido de Andrés, le había dado dinero a uno de los asistentes personales de la duquesa de York, conocida como Fergie, que siempre estaba en bancarrota, para pagar una deuda de 15,000 libras esterlinas.

Andrés no fue el primer tonto prominente en ser engañado por Epstein. Muchos otros, entre los que está el expresidente Bill Clinton, cayeron ante el manipulador de clase mundial quien usó su Boeing 727 personalizado, apodado Lolita Express, (porque llevaba una gran cantidad de jóvenes) para transportar a estas celebridades a sus casas en el mundo. ¿Qué vio Andrew en el sombrío Epstein? Brown señala que Epstein siempre supo los botones correctos que debían presionar en Andrés. Había un vacío en la personalidad del duque. Por eso se reía más fuerte y se jactaba tanto. Sabía que, a pesar de todos los palacios en los que vivía y los sirvientes que lo servían, él era el segundo hijo, el que nunca sería rey, el segundón. Epstein explotó hábilmente el sentido de agravio de Andrew. La esposa de un financiero que se sentó junto a Andrew en una cena de Epstein me contó cómo el Príncipe de repente declaró: “No sé por qué la gente no nos muestra más respeto a los miembros de la realeza”.

En privado, Epstein le dijo a la gente que Andrés era un idiota, pero, para él, uno muy útil pues un alto miembro de la realeza siempre es un potente imán en el extranjero. Epstein le confió a un amigo que solía llevar al Duque de York a oscuros mercados extranjeros, donde los gobiernos estaban obligados a recibirlo, y Epstein acompañó como asesor de inversiones al príncipe. “Con Andrés como líder, Epstein podría negociar acuerdos con estos hombres de negocios que a menudo eran negocios turbios.

“Epstein hizo que Andrés sintiera que se había sumado a lo grande: los tratos, las chicas, el avión, el brillante mundo de Nueva York, donde no se lo veía como un hombre adulto que todavía dependía de su madre o del estricto orden jerárquico del Palacio. “El duque siempre estuvo sobreexcitado como un adolescente”, dice Brown.

En la relación de ambos estuvo siempre Ghislaine Maxwell, hija del barón de la prensa Robert Maxwell, quien desapareció misteriosamente en 1991 por la borda de su yate frente a las costas de las Islas Canarias. Ghislaine se enamoró perdidamente de Epstein, pero el romance fue breve y su relación rápidamente se volvió transaccional: Epstein ponía el dinero y Ghislaine hacia el reclutamiento de niñas jévenes que satisfacian las necesidades insaciables de Epstein.

La infancia de Ghislaine pasó en complacer y actuar para su explosivo padre. Cuenta Brown que en su habitación en Headington Hill Hall, Ghislaine tenia un cepillo para el cabello de forma extraña, una correa, una zapatilla y otros implementos colocados en el tocador. “Esto es lo que usa papá para golpearme. Pero él siempre me permite elegir cuál quiero”, habría dicho la mujer.

Eso explica porque cayó ante el hechizo de Epstein. El príncipe Andrés fue la mayor captura social de Ghislaine para presentar a Epstein. Era fácil de entretener y saciar. “Andrés, Epstein y Ghislaine se convirtieron en un trío social itinerante, los Tres Mosqueteros de la Lujuria, que se presentaron juntos en Ascot, se unieron a un rodaje en Sandringham y se presentaron en el Baile de las Décadas de la Reina en el Castillo de Windsor en junio de 2000. Andrésinsiste en que Epstein estaba allí solo como acompañante de Ghislaine, pero tres meses después del fin de semana de Sandringham, en marzo de 2001, estaban allí de nuevo, festejando juntos, esta vez en Londres. Son los eventos de ese fin de semana los que sellarían el destino de descendencia del duque de York y lo desaparecerían por completo en un pozo de vergüenza de por vida”, relata Brown en el libro.