Ghislaine Maxwell nació en cuna de oro y fue criada para que se moviera como una chica de la alta sociedad sin importar si estaba en Londres o en Nueva York. Fue una socialite a ambos lados del Atlántico desde muy joven y hasta hace un año, cuando el escándalo de su expareja, el multimillonario Jeffrey Epstein, llevó a que este fuera arrestado e inculpado de tráfico sexual de menores de edad. Un mes después el influyente financista se suicidó en la cárcel y ella, por ser señalada como la gran alcahueta de sus fechorías sexuales, pasó a ser el centro de atención del caso, tanto para los investigadores y medios como para los famosos que Epstein y ella invitaban a sus celebraciones con niñas. Maxwell optó por desaparecer al sentir los primeros acosos de la ley. Durante meses no se supo de ella y hasta un tabloide británico ofreció 10.000 libras a quien diera alguna prueba de su paradero.
Ghislaine Maxwell en los años 90, cuando ya había muerto su padre. AP Pero este 2 de julio cayó, no en una isla remota, sino en el mismo Estados Unidos, no muy lejos de Nueva York. Con más de millón de dólares en efectivo se había comprado en New Hampshire Tuckedaway -Escondida-, una propiedad de 63 hectáreas con mansión, donde podía disfrutar de naturaleza y privacidad. Allí la apresó una veintena de agentes después de tumbar la puerta de la casa y, pocas horas más tarde, ya estaba acostada en una celda con traje de papel y sin sábanas para evitar que se quitara la vida como Epstein. Hoy Ghislaine Maxwell, a sus 58 años, está en una celda de una prisión de Brooklyn, en Nueva York, a la espera del avance del proceso en su contra por seis delitos y sin la posibilidad de usar su dinero y sus influencias para pagar una fianza, porque la juez Alison Nathan se la negó.
Maxwell fue inculpada la semana pasada de tráfico sexual de jovencitas para satisfacer los deseos de Epstein y sus amigos. Ella se declaró no culpable y, argumentando el riesgo de contagiarse por coronavirus, pidió quedar libre a cambio de una fianza de 5 millones de dólares, con el respaldo de seis de sus socios y garantizada por una propiedad de 3,75 millones de dólares en Gran Bretaña. Su defensa ofreció entregar sus pasaportes de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, y la promesa de permanecer confinada en un lugar de Nueva York, con un brazalete electrónico. Sin embargo, la jueza Nathan dijo no, precisamente por todo eso. Su considerable fortuna, sus pasaportes de varios países, sus contactos sociales y la perspectiva de una condena a 35 años de cárcel eran razones suficientes para evitar cualquier posibilidad de fuga. La hija adorada del magnate Así que dejó entre rejas a la heredera más famosa del difunto magnate de la prensa Robert Maxwell, quien por cierto la adoraba. Él tenía fama de ser duro con sus hijos, pero menos con la menor de los nueve -Ghislaine-. Era su consentida. El yate donde fue encontrado muerto el empresario, en 1991 en las islas Canarias, cuando su imperio de medios hacía agua, lo había bautizado en su honor: Lady Ghislaine. Su muerte fue misteriosa. Oficialmente murió ahogado por accidente, pero Ghislaine cree que fue asesinado. Bob Maxwell tuvo una vida digna de una novela. Judío eslovaco, terminó por unirse al ejército británico en la guerra.
Sin un céntimo cuando llegó a Gran Bretaña, Maxwell creó uno de los mayores grupos de prensa y comunicación del mundo, pero también fue diputado durante diez años. Estar metido en los medios lo puso en la órbita de personajes como Ronald Reagan, George Bush, Mijáil Gorbachov. Cuando Ghislaine Maxwell nació en las afueras de París, en 1961, su padre ya le tenía un futuro asegurado. Se pudo educar en la Universidad de Oxford y aprender varios idiomas. El magnate la crió con su impronta y le tenía confianza. Incluso la encargó de manejar su equipo de fútbol, el Oxford United. La muerte del magnate supuso un duro golpe, en lo emocional y lo económico para la familia. Poco después se descubrió que había trabajado para los servicios secretos británicos, israelíes y soviéticos, y -algo peor- que había dejado un agujero de más de 400 millones de libras en los fondos de pensiones de sus empleados. Ese dinero lo había utilizado para rescatar sus empresas. El genio de los negocios pasó a ser un ladrón. Amiga cómplice y seductora de chicas Es cuando Ghislaine Maxwell deja Inglaterra para instalarse en Estados Unidos, donde, después den una relación sentimental de pocos años con Epstein, cuajó con él una amistad cómplice a prueba de excesos. No era su esposa, pero si su "mejor amiga", como la llamó en un reportaje. De cierta forma le manejaba la vida. Los empleados de sus mansiones en Nueva York, Londres, Palm Beach y Nuevo México dicen que ella las "gerenciaba", lidiaba con las cuentas y supervisaba al personal. Pero también, como es educada y refinada, sabía moverse como pez en el agua a la hora de atender a los invitados que Epstein quería frecuentar. Epstein era rico, pero no tenía el linaje ni las conexiones de alto vuelo que ella adquirió desde la cuna. Hay fotos que la muestran con los Trump, los Clinton, Michael Bloomberg, Elon Musk y el príncipe Andrés de Inglaterra, por mencionar solo algunos. De hecho, fue ella, quien le presentó al financista a muchos de sus amigos ricos y poderosos, entre ellos, el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton, con quien algunos medios aseguran tuvo una aventura, y el príncipe británico. Anillo de tráfico sexual No se sabe a estas alturas si detrás de esa relación extraña había sentimientos de amor o solo interés económico y de gustos, pero algo muy fuerte debía haber si, como dicen los investigadores del caso, ella -además de ayudarle a crear un anillo de relaciones de alto poder, le diseño a su gusto un "anillo de tráfico sexual" de menores. Sarah Ransome, una de las mujeres que dijo haber sido víctima de Epstein afirmó, en un programa de la BBC, que "Ghislaine controlaba a las chicas. Era como la madame". Se aseguraba de que ellas "estuvieran haciendo lo que se suponía que debían estar haciendo", declaró. Y si no lo hacían "las intimidaba".
Ghislaine Maxwell con el principe Andrés, tras asistir a un matrimonio en el 2001. AP En una rueda de prensa la fiscal neoyorquina Audrey Strauss denunció que Ghislaine Maxwell “seducía, atraía a chicas menores, haciendo que confiaran en ella, y luego las entregaba a la trampa que ella y Epstein habían preparado”. La acusación de la Fiscalía dice que Maxwell se ocupaba de "intentar normalizar el abuso sexual" hablando de sexo con las víctimas. Se desvestía delante de ellas y estaba presente en los encuentros sexuales para que se sintieran protegidas por la mujer adulta.
Hasta ahora los fiscales de Nueva York se han centrado en el trabajo que la británica habría realizado para Epstein, pero en el camino pueden aparecer otros personajes. Si hay algo que concita el interés de medio mundo en esta historia, es lo que pueda decir y quizás mostrar Maxwell del príncipe Andrés de Inglaterra, hijo de la reina Isabel y amigo suyo desde hace 20 años. El príncipe, que ya fue distanciado por la reina, apareció señalado en documentos judiciales de "tocar" a una mujer en la casa de Epstein en EE.UU., aunque un tribunal desestimó las acusaciones. Virginia Giuffre acusó a Maxwell de obligarla, en 2001 a tener relaciones sexuales con el príncipe Andrés cuando tenía 17 años. Según su relato, fue en Londres, donde los dos estuvieron en un club nocturno con Epstein y con Maxwell. Y el hecho se habría repetido en Nueva York y las Islas Vírgenes de Estados Unidos. Ghislaine Maxwell puede tener en su memoria una noticia bomba. Con información de AFP