Pese a que el gobierno de John F. Kennedy sólo duró tres años y a que ha transcurrido casi medio siglo desde su asesinato el 22 de noviembre de 1963, su figura sigue intacta, como el símbolo del sueño americano y el momento de mayor esperanza de Estados Unidos, un sentimiento sólo comparable a lo que hoy produce Barack Obama. Pero 45 años después, quizá lo que más ha alimentado el mito ha sido el enigma de su muerte, que ha dado pie a todo tipo de teorías conspiracionistas que llegan incluso a implicar a Richard Nixon, a Lyndon B. Johnson y hasta a George Bush padre. Los sondeos realizados en los años 70 demostraron que el 80 por ciento de los norteamericanos creía que el Presidente había sido asesinado por un complot. Esta respuesta es apenas lógica, pues lo que aún parece difícil de creer es que al hombre más poderoso del mundo lo haya matado un loco de 24 años, un individuo menor como Lee Harvey Oswald, sin ayuda y sin un plan orquestado por instancias superiores. El mismo día de la tragedia de Dallas empezaron las especulaciones que señalaban que los disparos del rifle Mannlicher Carcano no fueron los únicos. Las pesquisas determinaron que Oswald había actuado desde el sexto piso del depósito de libros en el que trabajaba, que quedó a espaldas de la caravana presidencial al momento de los impactos. Sin embargo varios testigos aseguraron haber oído por lo menos un disparo proveniente de una cerca ubicada en un montículo de pasto, que se conocería mundialmente como el ‘grassy knoll‘. Lo llamativo es que este lugar estaba delante del vehículo, sobre el flanco derecho de la calle Elm, último tramo del recorrido, por lo cual surgió la versión de que al mandatario le habrían disparado también de frente. En un primer momento los comunistas aparecieron como los responsables. Las dudas comenzaron cuando al revisar los antecedentes de Oswald se supo que había vivido varios años en la Unión Soviética y al parecer era un fiel seguidor de Fidel Castro, pues había repartido una serie de panfletos de un comité llamado ‘Juego limpio para Cuba‘. Al poco tiempo la idea de militantes ansiosos por generar una guerra con Estados Unidos perdió fuerza frente a las teorías que apuntaban a la mafia. Después de todo, solo dos días después del magnicidio, Oswald fue asesinado por Jack Ruby, el dueño de un cabaret frecuentado por personalidades del crimen organizado. El hecho de que este hombre se hubiera precipitado a matar al principal sospechoso y acabara con la posibilidad de que se conociera la verdad, hizo pensar que no era un vengador solitario. Cuando fue detenido, Ruby aseguró que ver la tristeza en los ojos de Jacqueline Kennedy era lo único que había motivado su acción. Pero las dulces palabras sonaron poco convincentes por venir de un personaje acostumbrado a vivir rodeado de strippers y mafiosos. Si a esto se le suma que padecía cáncer terminal cuando realizó el atentado, se podría pensar que no tenía mucho que perder. Según esta versión, los autores intelectuales del asesinato de Kennedy habrían sido pesos pesados del bajo mundo de la Costa Este como Carlos Marcello, cabeza de la mafia de Nueva Orleans; Santos Trafficante, líder en Tampa, Florida, y Jimmy Hoffa, quien era el presidente del poderoso sindicato de camioneros que tenía vínculos con el crimen organizado. El móvil del asesinato sería vengarse del Presidente por la persecución que su gobierno, en especial su hermano Robert Kennedy, entonces Fiscal General, había desencadenado contra las redes de gánsteres. La razón es que durante la campaña electoral a la Presidencia de 1960, Joseph Kennedy, patriarca de la familia, le pidió ayuda a Frank Sinatra con el fin de que el cantante buscara el apoyo de ciertos amigos ‘influyentes‘, como Sam Giancana, jefe de la mafia de Chicago. Fue precisamente en esta ciudad donde la elección se resolvió a favor de John F. Kennedy, de manera que los benefactores sintieron que les habían ‘hecho conejo‘.Toda esta serie de especulaciones llevó al recién posesionado presidente Johnson a crear el 29 de noviembre de 1963 una comisión para que investigara el asesinato. Quizá lo hizo en parte para quitarse el rótulo de sospechoso, que en medio del ambiente conspirativo podrían haberle puesto por la aparente conveniencia de que el jefe de Estado muriera para dejarle el camino libre al vicepresidente. La Comisión Warren, nombre que se le dio porque quien la dirigía era el presidente de la Corte Suprema Earl Warren, y que contaba con figuras de la talla del congresista Gerald Ford, futuro reemplazo de Richard Nixon en la Presidencia, presentó sus resultados al año siguiente. La gran conclusión es que no había evidencia de que Ruby y Oswald hicieran parte de una conspiración y que este último había actuado solo, por lo que era necesario buscar las razones del asesinato en su desequilibrio mental. También advirtió que se dispararon tres tiros desde arriba y atrás de la limosina: una bala habría golpeado el parabrisas, otra habría entrado cerca de la nuca del Presidente y al salir habría herido también en varias partes del cuerpo al gobernador de Texas John Connally, quien viajaba en el asiento lateral. Y la más letal habría herido a Kennedy por la parte derecha trasera de su cabeza. Pero los escépticos no quedaron contentos y se dedicaron a señalar supuestas incongruencias y errores de la investigación. Uno de los primeros en darle ‘palo‘ al informe fue Mark Lane con su libro Rush to judgment (Apresuramiento para juzgar) un best seller que todavía es considerado uno de los libros más importantes de la literatura de conspiración.La crítica más sonada fue la llamada teoría de ‘la bala mágica‘, que explicaba la imposibilidad de que un solo proyectil hubiera herido al Presidente y al gobernador. El mismo Connally habría testificado que estaba seguro de que habían sido disparos distintos. También despertó suspicacias el hecho de que en la comisión, Johnson hubiera incluido a Allen Dulles, quien había sido obligado a dimitir de su cargo de director de la CIA por Kennedy tras el fracaso de la invasión anticastrista de Bahía Cochinos. Lo más aterrador es que según algunos investigadores, en los tres años que siguieron a la tragedia murieron en circunstancias extrañas más de 10 testigos clave. Hubo un momento en que la historia de un complot cobró tanta fuerza que incluso en 1967 el fiscal del distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison, sorprendió al mundo con la afirmación de que finalmente había desenredado el rompecabezas. Llevó a juicio a un hombre de negocios llamado Clay Shaw, un reconocido homosexual de alta sociedad, al que acusó de ser el autor intelectual. Según el fiscal, ese extraño personaje de pelo blanco tenía nexos con la mafia y la CIA y varios testigos afirmaron haberlo visto en compañía de Oswald. Una de las evidencias utilizadas durante el proceso fue el famoso video de Abraham Zapruder, un hombre que filmaba la comitiva presidencial cuando ocurrieron los hechos. Garrison llamó la atención sobre cómo en las imágenes se veía que la cabeza del Presidente abatido se desplazaba hacia atrás, lo que hacía probable que un francotirador le hubiera disparado de frente. Pese a la espectacularidad de las acusaciones, Shaw fue absuelto. El caso inspiraría al cineasta Oliver Stone, quien en 1991 revivió la polémica con su película JFK, en la que el fiscal es interpretado en forma heroica por Kevin Costner. Aunque la cinta fue un éxito de taquilla, no logró ser tomada en serio, lo mismo que el juicio. Algunos analistas determinarían además que el movimiento de la cabeza de Kennedy habría sido un reflejo involuntario cuando la bala entró por la parte trasera del cuello. Doce años después de la Comisión Warren, el Congreso constituyó un nuevo comité para investigar el crimen. En esta oportunidad la prueba reina fue un audio grabado durante el asesinato gracias a que un policía que estaba en una moto, a pocos metros de la caravana presidencial, había dejado abierto el micrófono de su radio. Durante meses, expertos analizaron el sonido hasta concluir que fueron cuatro y no tres los disparos. Lo sorprendente es que el tiempo entre los dos primeros tiros fue solo de 1,67 segundos, mientras que un rifle como el de Oswald necesitaba al menos 2,38 segundos para ser recargado. En 1979 el comité estableció que había un segundo tirador y que no podía descartarse la teoría de una conspiración. En esta pesquisa Fidel Castro fue descartado como sospechoso después de que uno de los miembros del equipo se entrevistó con el gobernante en Cuba. "Tendría que estar loco para matar al Presidente de Estados Unidos. Hubieran borrado a mi pequeño país de la faz de la Tierra", habría explicado Castro. Aun así en 1982 un panel de la Academia Nacional de Ciencias desvirtuó el hallazgo al establecer que uno de los sonidos identificados como un disparo tenía lugar un minuto después de que el Presidente fue abatido. También se dijo que se había confundido el ruido del escape de la moto.Todo indica que pese a los 22 volúmenes de una investigación oficial, de los cientos de libros y documentales al respecto, nunca habrá una última palabra. Si en los años 60 y 70 los estadounidenses no tragaron entero los resultados de la Comisión Warren, la situación no cambió mucho con el paso del tiempo. Según una encuesta de ABC News, en 2003 todavía el 70 por ciento seguía sospechando que el Presidente más carismático de todos los tiempos había sido víctima de un complot.