El 22 de noviembre de 1963 sucedió lo impensable. Ese día, el hombre más poderoso del mundo murió acribillado ante los ojos de una multitud, mientras su limusina descapotada circulaba en medio de una caravana oficial por el centro de Dallas. Ni sus guardaespaldas, ni su esposa, Jacqueline, ni nadie pudieron protegerlo de las balas que impactaron en su pecho, garganta y cráneo. Durante varios segundos, la confusión fue tal que ni siquiera era claro de dónde provenían los tiros. Más de medio siglo después, el magnicidio sigue planteando más preguntas que respuestas.
Por pedido de Donald Trump, en 2017 se dieron a conocer 2.892 documentos confidenciales sobre el asesinato de John F. Kennedy que los Archivos Nacionales de Estados Unidos publicaron por primera vez. Allí hay de todo: fotografías en blanco y negro, memorandos borrosos, decenas de páginas escritas a mano, informes incompletos y hasta justificaciones de gastos, lo que evidencia los tejemanejes de la CIA, la confusión del FBI, la respuesta de los rusos y las relaciones de la mafia con esas agencias de inteligencia.
Unas muertes anunciadas
Poco después del magnicidio, las autoridades detuvieron en una sala de cine a un muchacho desgarbado y de aspecto anodino cuyo nombre pasaría a la historia: Lee Harvey Oswald, un marine desertor que vivió cuatro años en la Unión Soviética. Según las autoridades, este efectuó varios disparos desde el último piso del depósito de libros escolares de esa ciudad. Oswald siempre negó su participación en los hechos y afirmó incluso que alguien lo había suplantado. Pero nunca pudo defenderse. Dos días después, un mafioso llamado Jack Ruby surgió de entre la gente que lo esperaba a la salida de una comisaría, le disparó a quemarropa y lo mató ante las cámaras de la televisión antes de que pudiera testificar.
Desde ese momento algo olió mal en el tratamiento que las autoridades le dieron al caso. ¿Por qué desprotegieron a Oswald si este era el principal sospechoso? ¿Qué papel jugó la mafia? Aunque el misterio continúa, entre los documentos más llamativos se encuentra un memorando del 24 de noviembre de 1963 (es decir, dos días después de la muerte de Kennedy). En este, el director del FBI, J. Edgar Hoover, escribe: “Ayer recibimos de nuestra oficina de Dallas una llamada de un hombre que hablaba con calma, quien dijo que pertenecía al comité para matar a Oswald. Le notificamos la situación al jefe de Policía y este nos garantizó que Oswald tendría la protección necesaria. Y, sin embargo, eso no sucedió”.
Otros documentos publicados muestran a su vez que la CIA se alió en varias ocasiones con la mafia para realizar operaciones internacionales (como matar a Fidel Castro) y también que Ruby no era desconocido para sus agentes. Aunque no hay datos que apunten a que ese tándem actuó contra Kennedy, esa circunstancia arroja aún más sospechas sobre los objetivos de esa agencia en este proceso. Según los documentos publicados el jueves, no solo la CIA estaba detrás de Oswald, sino que también los agentes del FBI en Dallas le estaban respirando en la nuca apenas un mes antes del magnicidio.
Todo lo anterior les da fuerza a algunas de las teorías conspirativas que han pululado en este medio siglo. La mayoría de ellas apuntaba a que Oswald no actuó solo, por lo que Ruby no habría sido más que un sicario encargado de silenciarlo para que no denunciara a sus cómplices, entre los que se encontrarían supuestos agentes estatales como el ‘hombre del paraguas’ o el del ‘montículo de pasto’ (grassy knoll). El primero llamó la atención porque, el día del magnicidio, estaba junto al carro de Kennedy vestido con un impermeable y una sombrilla abierta en un día soleado. Según algunos, esta ocultaba un arma que disparó la bala fatal. Por su parte, el misterioso hombre del ‘montículo de pasto’ habría disparado contra el presidente desde una barda de madera situada más arriba.
Buena parte de esas teorías se basan en la hipótesis de la ‘bala mágica’, según la cual el mismo proyectil no podría haber impactado a Kennedy y al gobernador de Texas, John Connally, que se encontraba en un asiento delantero, pues esta habría tenido que dar una absurda curva en pleno vuelo. La película JFK, que Oliver Stone estrenó en 1992, popularizó esa hipótesis.
Una versión ‘oficialmente’ falsa
Lyndon Johnson, que asumió el cargo como vicepresidente de Kennedy, organizó el primer intento del gobierno por desentrañar el misterio. Con tal fin, organizó una comisión presidida por el fiscal Earl Warren, que interrogó a 25.000 personas, recogió 3.000 evidencias físicas y tomó 10 meses. Concluyó que tanto Oswald como Ruby actuaron solos y que los servicios de inteligencia solo habían fallado en cuanto a no haber evaluado correctamente los riesgos de los nuevos desplazamientos del presidente. Como resultado, las teorías conspirativas se dispararon.
Algunas de ellas acusaban al propio Warren. Otras al complejo militar industrial, la ultraderecha de Texas, el narcotráfico, los cubanos exiliados en Miami, Fidel Castro o incluso al gobierno de Vietnam del Sur, por las supuestas intenciones de Kennedy de retirar sus tropas de su territorio. Algunas más acusaban al propio Johnson, que habría estado detrás de una conjura para acabar con Kennedy y así poder reversar una serie de medidas económicas adoptadas por la Reserva Federal que afectaban a las principales fortunas del país. Según un memorando de la CIA publicado el jueves, los rusos se decantaron por esa hipótesis, que los tuvo durante meses con los pelos de punta ante la posibilidad de que el caos y la falta de liderazgo favorecieran la llegada al poder de un “general oficial irresponsable que lance un ataque con misiles contra la Unión Soviética”.
Desde el principio, los rusos estuvieron a su vez entre los principales sospechosos del magnicidio junto con sus aliados cubanos, pues el magnicidio tuvo lugar en uno de los momentos más álgidos de la Guerra Fría. Pocos meses antes, había ocurrido la crisis de los misiles, y dos años antes tuvo lugar la fallida invasión de playa Girón para derrocar a Fidel Castro. En ese contexto, llamó la atención el viaje de cuatro días que Oswald realizó a Ciudad de México en octubre de 1963, es decir, un mes antes del magnicidio. Según uno de los documentos publicados, durante ese desplazamiento Oswald se reunió con el cónsul ruso, Valeriy Kostikov, “un miembro de la unidad de asesinatos de la KGB”.
En el transcurso del viaje, además, Oswald armó un escándalo en la embajada rusa cuando supo que solo podría obtener una visa para viajar a Moscú después de varios días. “¡Esto va a terminar en tragedia!”, gritó. Dos días después regresó para implorarles, les dijo que el FBI lo estaba persiguiendo y que lo iba a matar. Según algunas fuentes, a un cierto punto llegó incluso a hablar en la embajada de Cuba, en la que también trató de conseguir una visa, de matar a Kennedy.
En buena medida, los documentos publicados dan fe de una tremenda desorganización entre las agencias de inteligencia estadounidenses y también de una gran actividad de los enemigos de Kennedy en los días previos a su asesinato. Por un lado, ponen en evidencia que aquellas trataron de lavarse las manos tras su incapacidad de actuar. Por el otro, que hayan pasado más de 50 años para que esa información se conozca muestra que el gobierno de Estados Unidos no necesita de ninguna confabulación para ocultar sus huellas. Su propia burocracia y el secretismo que impregna en todas sus instancias bastan para frenar cualquier intento de llegar a la verdad.
Kennedy Presidente
La trágica desaparición del Presidente Kennedy ha hecho que los análisis de su obra de gobierno sean prácticamente inexistentes hasta la fecha. Inclusive ahora, cuando el aniversario de su muerte va a ser recordado a todo lo largo y ancho de los Estados Unidos, el centro de la cuestión será el asesinato en sí, dejando de lado las acciones de su administración.
Cuando Kennedy fue elegido por una escasa diferencia de ciento diez mil votos sobre su opositor Richard Nixon, era evidente la poca experiencia del primero en materias de gobierno, pese a haber pertenecido al Congreso durante casi 15 años. La experiencia administrativa de Kennedy, dicen algunos, se limitaba al mando de su lancha patrullera durante la Segunda Guerra Mundial. Con todo, el discurso inaugural del nuevo Presidente originó grandes expectativas sobre “la nueva generación de norteamericanos” quienes debían, según él, encarar el reto del futuro.
Fue tres meses después de estar en la Casa Blanca que Kennedy recibió el primer gran “sacudón " de su carrera. Alentado por varios de sus consejeros el Presidente dio luz verde a un plan iniciado por la administración Eisenhower que contemplaba armar y entrenar algunos cientos de refugiados cubanos con el objetivo de derrocar al régimen castrista. De tal manera, el 17 de abril de 1961, la primera fuerza de rebeldes desembarcó en Bahía de Cochinos, en Cuba, siendo sorprendida horas después por tropas del gobierno que en pocas horas capturaron o eliminaron a la totalidad de la columna invasora. La derrota de los contrarrevolucionarios constituyó un fuerte golpe para la administración pero le dejó a Kennedy una serie de valiosas lecciones.
Pese a ello, ante la opinión internacional, la imagen proyectada fue la de un presidente joven e inexperto. Tal idea fue acogida por Nikita Kruschev quien después de reunirse en Suiza con Kennedy concluyó que éste no tenía la valentía suficiente para oponerse al expansionismo soviético, procediendo a autorizar la construcción del Muro de Berlín. Un año más tarde, el Kremlin se encargó de probar si la idea del premier ruso respecto de Kennedy era cierta. En octubre de 1962 aviones espías norteamericanos descubrieron emplazamientos de misiles en Cuba y durante trece días el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear.
Pese al consejo del Pentágono, Kennedy se decidió por la idea del bloqueo naval en vez de lanzar un ataque frontal contra Cuba. Como resultado, Kruschev terminó accediendo al desmonte de los emplazamientos de misiles no sin antes haberle sacado a Kennedy la promesa formal de que el gobierno norteamericano no volvería a patrocinar o realizar él mismo expediciones invasoras contra Cuba, lo que se ha cumplido hasta la fecha.
Una aproximación aparentemente más amistosa fue la que le presentó Kennedy al resto de Latinoamérica. La Alianza para el Progreso y el surgimiento de los “Cuerpos de de paz” concentraron la estrategia de la Casa Blanca para combatir el comunismo en el Tercer Mundo. Lamentablemente, con el ascenso de Lyndon Johnson buena parte de la Alianza quedó descontinuada, mientras instituciones como la Escuela de las Américas, fundada en Panamá para ofrecer instrucción antiguerrillera a los ejércitos del área, continuaron funcionando exitosamente dejando en claro que la ayuda norteamericana iba más allá de los préstamos a largo plazo. La lucha contra el comunismo fue claramente el principal motivo de inspiración de la política internacional del gobierno de Kennedy. El compromiso público de defender a “quien sea y donde sea” de la “agresión comunista” lo llevó a poner las bases de lo que sería el mayor dolor de cabeza norteamericano en los siguientes diez años: Vietnam. Lejos de negociar con el Viet Cong, Kennedy tomó el camino de ocasionar un golpe de Estado en Vietnam del Sur, tres semanas antes de su asesinato. Tal acción condujo al desorden total del gobierno de Saigón y a la creciente intervención armada norteamericana. En lo que se refiere a política interna, Kennedy se vio siempre en dificultades por la oposición de la minoría de su partido en el Congreso.
Irónicamente, sus planes económicos solo fueron aprobados después de su muerte, una vez que fueron presentados por Johnson. El verdadero éxito lo constituyó el manejo que la Casa Blanca diera a las protestas sobre igualdad de derechos civiles por parte de la minoría negra. En parte gracias a su imagen y en parte al manejo que a la situación diera Robert Kennedy, el gobierno pudo introducir la ley de igualdad de derechos, la cual entró en vigencia una vez que Johnson ya había asumido la presidencia.
Como toda obra incompleta, los historiadores todavía se preguntan qué hubiera sido del mundo si Kennedy no hubiera muerto. La facilidad que tenía el Presidente para corregir posiciones erradas ha llevado a creer que, de haber vivido, las relaciones USA-URSS habrían sido más fáciles y que, en última instancia, se hubiera producido el retiro de las tropas norteamericanas de Vietnam. No obstante estas son solo conjeturas y Lyndon Johnson mostró un estilo de presidencia bien diferente.