Se encienden las luces. En los parlantes retumba la voz de Freddie Mercury: “Lo quiero todo. Lo quiero ya”. Sesenta personas sostienen con expectativa un cuaderno y un bolígrafo. Sobre la tarima hay una pantalla donde se lee: “Riqueza y éxito extremo”. También hay fotos de un hombre bronceado, de sus yates y de su avión. Arranca la función. En el video aparece el mismo sujeto hablando de su vida: luego de ganar más de 100 millones de dólares como corredor de bolsa antes de cumplir 30 años, el FBI lo capturó por estafar a sus clientes. Ahora le quiere enseñar al mundo cómo llegar a la cima sin cometer esos errores. Jordan Belfort, el autodenominado Lobo de Wall Street, no se detiene. Su personalidad obsesivo - compulsiva no lo deja. Después de salir de la cárcel a finales de los años noventa, escribió dos biografías y desde entonces viaja por el mundo como un orador motivacional para saldar sus cuentas con el gobierno. La fama le ha sido bastante útil. En los últimos meses pasó días enteros con Leonardo DiCaprio, quien lo interpretará en la nueva creación de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street. La película, que llegará a Colombia el 24 de enero, cuenta la vida de Belfort, un hombre que encarnó a la perfección los excesos, la avaricia y la ambición de la cultura bursátil estadounidense en los noventa. “La cantidad de dinero que estábamos haciendo era absurda. Se esperaba que un novato ganara por lo menos 250.000 dólares en su primer año. Si en su segundo no estaba produciendo 500.000 lo considerábamos débil y patético. Y si en el tercero no hacía por lo menos un millón, lo veíamos como un maldito perdedor”, escribió Belfort en su primer libro. Así funcionaba Stratton Oakmont, la empresa que fundó a finales de la década de los ochenta y que llegó a tener más de 1.000 empleados. Visto desde afuera, el edificio de la compañía era como cualquier otro, pero adentro funcionaba un templo dionisiaco: había prostitutas en el sótano, traficantes de drogas en los parqueaderos, animales exóticos en la sala de juntas y competencias que consistían en lanzar enanos a un blanco gigante cada viernes. Belfort no siempre tuvo ese estilo de vida. Hijo de dos contadores judíos, creció en una casa humilde en Long Island. Cuando se graduó del colegio entró a estudiar Odontología para satisfacer a sus padres pero no duró ni un día. Sabía que tenía una habilidad sobrenatural para las ventas y quería seguir los pasos de su ídolo, Gordon Gekko, el maquiavélico personaje de Michael Douglas en Wall Street, la película de Oliver Stone (ver recuadro). Así que abandonó los libros y empezó a vender carne puerta a puerta. Luego la reemplazó por acciones y en pocos años ya se había transformado en su insaciable héroe. “Me extravié. No tenía valores. Mi lista de prioridades era la siguiente: primero dinero, segundo poder, tercero prostitutas, cuarto drogas”, reconoció Belfort a The Times. Mientras más plata ganaba, más se hundía en los vicios. Empezó a consumir todo tipo de sustancias: desde alcohol y cocaína hasta marihuana y sedantes. En una borrachera casi mata a sus invitados cuando hundió el yate original de Coco Chanel en el Mediterráneo tras haber ignorado las suplicas del capitán, quien le había pedido que no condujera en una tormenta. En otra ocasión estrelló su helicóptero en su jardín porque había fumado tanta marihuana que se le había olvidado dónde quedaba el helipuerto. Pero su peor descalabro ocurrió cuando, drogado hasta más no poder, empujó a su esposa por las escaleras de una de sus mansiones. Poco después se divorciaron. Cuando el FBI finalmente lo capturó, Belfort decidió delatar a todos sus compañeros para reducir su sentencia de 30 años. Se pegó un micrófono al pecho y se reunió con cada uno de ellos para hablar de sus actividades ilegales. Salió libre después de apenas 22 meses. Desde entonces el carismático vendedor no ha mirado atrás. Tampoco ha pedido perdón. Gracias a sus libros la gente ahora lo ve más como un personaje de caricatura que como un ladrón que estafó a miles. Por eso muchos están a la expectativa del papel de DiCaprio, que según varios críticos le valdrá el Oscar a mejor actor que tanto lo ha esquivado. Su villano favoritoJordan Belfort supo quién quería ser cuando vio a Michael Douglas interpretar a Gordon Gekko en ‘Wall Street’. “La verdad, damas y caballeros, es que la avaricia, a falta de una mejor palabra, es buena. La avaricia es el camino correcto. La avaricia funciona. Atrapa, atraviesa y captura la esencia del espíritu evolucionista”. Con esa frase Gordon Gekko, el villano de Wall Street, se aseguró un lugar en la historia del cine. Y también con esa cita el corredor ficticio interpretado por Michael Douglas convenció a Jordan Belfort de que su futuro se encontraba en la bolsa de valores. El estadounidense no pudo ignorar las similitudes. Al igual que él, Gekko había crecido en un hogar humilde en Long Island y tenía una habilidad natural para vender. Así que lo imitó: creó un imperio en la bolsa a través de operaciones ilícitas y vivió desaforadamente. Pero como su héroe, se dejó llevar por la avaricia y terminó en la cárcel. Para crear el personaje, el director Oliver Stone se basó en la vida de varios de los corredores de bolsa más corruptos y emblemáticos de los años ochenta, entre ellos su padre, Louis Stone. Cuando apareció en la pantalla grande en 1987, Gekko de inmediato se convirtió en un símbolo universal de la codicia. Su legado es tal que el American Film Institute lo considera uno de los villanos más populares de todos los tiempos. Gracias a ese papel, Michael Douglas ganó su único Oscar a mejor actor.En 2010 el siniestro corredor volvió a aparecer en Wall Street: Money Never Sleeps, la secuela que filmó el mismo director. Allí aparece como un hombre nuevo que se dedica a advertirle a la gente sobre los peligros de la codicia. Una actividad muy similar a lo que ahora hace Belfort. Pero al final de la película Gekko vuelve a sus viejas andanzas y demuestra que no ha cambiado del todo. La ambición no lo ha abandonado, y quizá tampoco ha abandonado a Belfort.