Leer a Margarita Rosa de Francisco es ser testigo de su diálogo interior. Para escribir, la actriz y columnista de El Tiempo eligió el cuarto más pequeño y silencioso de la casa que comparte en Miami con su esposo, el fotógrafo Will van der Vlugt. Su “oficina”, como la llama, es un escritorio que ya se le quedó chiquito, porque Cholo y Chakra, sus dos gatos, compiten con ella por el teclado, un par de libros, muchos cuadernos y un termo con agua fría. Como vista tiene un amplio jardín y, aunque usa el computador, prefiere escribir en su celular, porque tiene una aplicación que le va sumando las letras con espacios que quincenalmente publica en el periódico: 2400 caracteres, para ser exactos. Con eso le ha bastado para impresionar, sorprender y, algunas veces, escandalizar a sus lectores.
Esa conversación con ella misma comenzó a los ocho años, cuando inició su terapia de psicoanálisis, y con ella descubrió que le queda más fácil expresarse por escrito que verbalmente: “Escribo para no ignorarme… Para tenerme más en cuenta”. Con el primer café de la mañana se dispone a ponerle letra a lo que siente y piensa. Pero no es una norma, si un tema la apasiona o la agobia, se levanta de la cama a media noche. La máxima prueba de entrega a su tarea es cuando trata de que su voz interior se escuche por encima del ensordecedor ruido de los motores de los carros Formula 1, esos que su esposo, fanático del Gran Prix, adora ver en televisión. Con el primer café de la mañana se dispone a ponerle letra a lo que siente y piensa: “Escribo para no ignorarme… Para tenerme más en cuenta”, dice. Margarita Rosa pasa quince días rumiando en su cabeza un tema. Con él convive, va al gimnasio, lee, estudia y trabaja, hasta que lo convierte en texto. Algunas veces pide la opinión de su mamá, Mercedes Baquero, o de su hermana Adriana, pero por lo general presiona “Send” sin dudar. “En ese caso soy como una kamikaze. Asumo sola el riesgo de meter la pata”.
Margarita Rosa recita sus columnas en voz alta antes de mandarlas a Bogotá. “Me gusta constatar que se lea suavemente”. Eso no quiere decir que le importe poco lo que pasa después de que sale publicado. “Siempre quiero saber cómo reaccionan los demás”. Y esos “demás” son los seguidores que tiene en sus cuentas de Twitter (1,8 millones) e Instagram (un millón), en donde de inmediato recibe los comentarios sobre sus columnas: “Así tengo la sensación de estar dialogando y no comiéndome la cabeza yo sola”.
Le pasó con una de sus más recientes columnas, que tituló “¡Vieja!”. Se queja por el trato que la sociedad colombiana da a la mujer cuando se empieza a notar el paso de los años en su cuerpo. “Sin duda, hay un juicio social sobre la mujer cuando envejece. Si esa mujer ha sido bella, lo habrá de pagar muy caro en esta sociedad de reinas y hombres”, escribió. Y añade que se ha sentido casi que obligada a disculparse por envejecer frente a un país que le sigue la pista desde hace casi cuarenta años. “La belleza no es monopolio de la juventud, como tampoco la enfermedad lo es de la vejez”, le respondió un inteligente admirador. Así como cambia su cuerpo, su mente se transforma. Ahora disfruta la tranquilidad de no buscar la aprobación de los demás. La exreina, actriz y presentadora reconoce que no ha sido fácil adaptarse a los cambios físicos que trae consigo la edad. “Me cuesta aprobarlos en mí”, dice sin tapujos, y aunque gracias a su bien trabajado cuerpo se ha vuelto una especie de modelo de la cultura fit, reconoce que no le gusta andar desnuda... ni siquiera en soledad. “No creo que yo sea un buen referente de la sensualidad ni del erotismo de la mujer mayor. El sexo me interesa cada vez menos; el tema me cansa y la ansiedad por querer ser sexi me ha abandonado casi por completo”, confirma.
En sus redes sociales recibe los comentarios sobre sus escritos: “Así tengo la sensación de estar dialogando con la gente y no comiéndome la cabeza yo sola”. Y así como cambia su físico, su mente se transforma. Cuenta que cada día disfruta más de la tranquilidad que le da no buscar ni necesitar la aprobación de los demás. Sigue actuando. Acaba de rodar una película que se estrenará antes de fin de año, y la serie Jugando con fuego que grabó con Telemundo para Netflix es un éxito. Pocos dudan del don histriónico de la Mencha, la Hinojosa, la Gaviota o la Ranga; es la compositora de canciones, la escritora del Hombre del teléfono y la columnista quien despierta polémica. Desde su tribuna en El Tiempo cuestiona la moral de los colombianos, el origen de la violencia y el machismo, entre otros.
“Tal vez haga falta revisar nuestra relación con la muerte; la vejez aterra porque remite directamente a la proximidad del fin”, dice esta mujer que el pasado 8 de agosto cumplió 54 años y no esconde su edad. El silencio de su oficina se interrumpe con su propia voz. Margarita Rosa recita sus columnas en voz alta antes de mandarlas a Bogotá. “Me gusta constatar que se lea suavemente”. Después de enviarlas, siente una combinación de alivio y miedo. Alivio, porque se quitó del pecho lo que siente; y miedo, porque es cuando le corresponde a su público dar el siguiente paso... Ojalá el fin de su rol de escritora no esté próximo. * Este artículo hace parte de la última edición de la revista Jet Set. Puede leer otros aquí.