Jeff Bezos y Elon Musk siempre han tenido la mirada puesta en las estrellas. Quienes los conocen desde que eran niños cuentan que ambos eran fanáticos de la ciencia ficción y de sagas como Star Wars o Star Trek, y crecieron con el sueño de llegar al espacio exterior. Ninguno dejó de pensar en eso, ni siquiera cuando eran jóvenes emprendedores que sacaban adelante sus propios negocios en el mundo digital. Y, por eso, al lograr sus primeros éxitos financieros, decidieron, cada uno por su lado, llevar a cabo algo que en ese momento (finales de los noventa) sonaba arriesgado: usar las ganancias para crear empresas dedicadas a construir cohetes. Justo en el momento en el que los viajes de la Nasa entraron en desuso.

Veinte años después, cuando ambos encabezan la lista de los hombres más ricos del mundo, esa inversión está dando frutos. SpaceX, de Musk, y Blue Origin, de Bezos, no solo producen cohetes y módulos lunares, sino que, en el caso de Musk, ya llevaron astronautas a la Estación Espacial Internacional (EEI) y se preparan para los primeros viajes con turistas en 2021. No en vano, y gracias a sus esfuerzos, los expertos dicen que el mundo entró en una nueva carrera espacial, muy distinta de la de los años sesenta. Y si todo sale bien, pronto el ser humano volverá a la luna y llegará por primera vez a Marte.

Detrás de estos avances, sin embargo, hay una feroz competencia que, muchas veces, pasa desapercibida para el gran público. Cohete tras cohete, los dos empresarios luchan por convertirse en el amo y señor de la nueva carrera espacial. Y con razón: detrás de sus ambiciones existe un negocio multimillonario que, más allá de la exploración cósmica, busca manejar la nueva era de internet: una con conexiones de alta velocidad en todo el mundo –incluso en las áreas más remotas–, controladas por satélites espaciales. Aunque implementarlo puede costar 10.000 millones de dólares, las ganancias triplicarían esa cifra.

Más allá de eso, hay un tema mucho más trascendental: quien controle la tecnología de los viajes espaciales tendrá en sus manos el futuro de la humanidad; uno en el que el planeta Tierra ya no soportará a miles de millones de humanos, y será necesario establecer colonias espaciales en varios puntos de la galaxia. Suena a ciencia ficción, pero los estragos del cambio climático y la sobrepoblación, cada vez más visibles, hacen pensar que esa posibilidad será ineludible.

En ese sentido, la batalla de Musk y Bezos está para alquilar balcón. Una competencia que comenzó en 2003, pues ambos coincidieron en Texas buscando un sitio para probar sus cohetes, y que ha tenido peleas en los tribunales, acusaciones de sabotaje, declaraciones en los medios y un mano a mano por fabricar el cohete más grande, literalmente hablando.

Con SpaceX y su cápsula Dragon, Elon Musk ya logró enviar a la Estación Espacial Internacional a varios astronautas. El próximo año llevará allí mismo a los primeros turistas espaciales.

Las primeras disputas entre ambas empresas se dieron a mediados de la década del dos mil, ya que buscaban ingenieros especializados en la construcción de cohetes. El campo era muy limitado, y el talento, escaso, así que pronto se encontraron convenciendo a las mismas personas. En 2008 un ingeniero que trabajaba con SpaceX renunció para irse con Blue Origin, y Musk, enojado, demandó, porque consideraba que la empresa de Bezos estaba reclutando a sus empleados para llevarse los secretos empresariales. Los jueces desestimaron la acción, pero a partir de ese momento la sana competencia se volvió una guerra.

Unos años después, en 2013, Musk logró que la Nasa le otorgara a su compañía el uso exclusivo de una plataforma de lanzamiento en Florida, y Bezos presentó una protesta formal ante el Gobierno, porque consideraba que así establecía un monopolio que restringía la sana competencia. La agencia desestimó la queja, y el dueño de Tesla se cobró la victoria con un comentario sarcástico: “Ni que Blue Origin tuviera algo para lanzar”. Luego, cuando el dueño de Amazon patentó la idea de usar barcos sin tripulantes para recoger los cohetes que vuelven a la Tierra y reutilizarlos, Musk impugnó la patente con el argumento de que las agencias espaciales llevaban medio siglo pensando en algo así. Las autoridades le dieron la razón nuevamente.

El tema llegó a ser muy hostil en 2016, pues el publicitado lanzamiento de SpaceX para poner en órbita un satélite de 195 millones salió mal: el cohete explotó en el aire. Musk, enojado, dio a entender en los medios que no había sido un error, sino un sabotaje. Y, aunque las acusaciones no prosperaron, sus sospechas apuntaban a Bezos. Desde entonces, ambas empresas han comunicado planes para construir mejores cohetes que coinciden en una cosa: cada aparato es mucho más grande que el que anuncia su rival unos meses antes. “Detrás de la idea de ‘Quiero hacer avanzar a la humanidad y salvar a la especie’, también hay dos niños compitiendo con sus juguetes”, explica Lori Garver, una exejecutiva de la Nasa que trabajó con ambos.

En los últimos años, Musk ha tomado la ventaja. Justo cuando estaba a punto de entrar en bancarrota, logró un contrato de 1.600 millones de dólares con la Nasa para construir sus cohetes y llevar la tripulación al espacio (la agencia había decidido tercerizar esos servicios). Cristalizó el proyecto el 30 mayo de este año, ante los ojos de todo el mundo: un cohete de SpaceX trasladó a dos astronautas a la EEI. A ese le han seguido otros lanzamientos exitosos, el anuncio de los primeros viajes turísticos y el propósito de llevar en uno de sus cohetes a Tom Cruise para filmar una película.

Blue Origin, la empresa de Jeff Bezos, planea lanzar un cohete el próximo año y ya desarrolló el módulo de aterrizaje Blue Moon, con el que piensa llevar a la luna a un grupo de astronautas en 2024.

Bezos no se ha quedado atrás. Fiel a su estilo de trabajar de forma silenciosa, también firmó un contrato con la Nasa por 579 millones de dólares para desarrollar sistemas de aterrizaje para los astronautas y presentó el módulo de aterrizaje lunar Blue Moon, que viajará con un grupo de personas a la luna en 2024. Además, lanzará en 2021 su propio cohete al espacio, mucho más grande que el usado por Musk.

Él sabe que la guerra va para largo y el premio vale la pena: convertirse en el hombre más poderoso del mundo... y de la galaxia.