El escritor honoré de Balzac quería inmortalizar al barón James de Rothschild con su personaje Frédéric de Nucingen, el “lince” de las finanzas, quien afirmaba que el dinero solo representa un poder en “cantidades desproporcionadas”. Codicioso y sin escrúpulos, Nucingen especulaba con títulos, hacía marrullas bancarias de todo tipo y manipulaba a sus aliados. El gran Balzac ignoraba que un Rothschild no necesitaba de él ni de su majestuosa serie de novelas La Comedia Humana para pasar a la historia. Para un Rothschild, el apellido basta. Ese nombre legendario es la causa de la guerra que ha estallado entre dos descendientes de James. Benjamin de Rothschild acaba de citar formalmente a su primo David de Rothschild ante el tribunal de París. Un acuerdo que data de los años veinte indica que ningún miembro de la casta puede utilizar el apellido para denominar una compañía. David es acusado de romper esa promesa sagrada. La única forma de respetar esa regla y de beneficiarse del resplandor del patronímico consiste en añadir el primer nombre u otra distinción. Por ello, el banco de gestión de patrimonio de Benjamin se llama Groupe Edmond de Rothschild. David, por su lado, ha decidido dotar a su banco de inversiones de una nueva imagen bajo el nombre Groupe Rothschild, pero en su comunicación institucional la palabra Groupe muchas veces desaparece. Lo peor, su holding Paris Orléans también adoptaría ese nombre. Una maniobra que Benjamin no está listo a aceptar. La disputa podría verse como una querella anacrónica de viejos clanes europeos, pero Rothschild es más que un simple apellido, es la herencia del único gran banco familiar que sobrevive en Occidente. El nombre se convirtió en una referencia de las finanzas gracias a Guillermo IX, conde de Hesse-Kassel, quien al refugiarse en Dinamarca de las tropas napoleónicas confió en 1806 su fortuna a Mayer Amschel Rothschild. Mayer Amschel, de fe judía, decidió poco después enviar a sus hijos a las principales capitales europeas para que la divisa de la familia brillara en todo el continente: Concordia Integritas Industria (Unidad, Integridad, Industria). Amschel, Salomon, Nathan, Kalman y James crearon bancos en Fráncfort, Viena, Londres, Nápoles y París, respectivamente. En 1813, un año después de la muerte de Amschel Mayer, Napoleón perdió la guerra y Guillermo IX de Hesse-Kassel recuperó su fortuna. De las cincos ramas de la familia hoy solo sobreviven la inglesa y la francesa. Esta última está dividida entre la empresa de David, con sede en París, y la de Benjamin, en Ginebra. El escándalo por el uso del nombre oculta una competencia fuerte entre las dos compañías en un contexto inestable para el negocio, donde la palabra ‘finanzas’ se ha convertido en una expresión sucia, sobre todo luego de la crisis económica de 2008. En Francia, el hecho de haber trabajado durante cuatro años como banquero para la firma de David, casi le cuesta hace un año a Emmanuel Macron su nombramiento como ministro de Economía. Hoy, cuando Estados Unidos sanciona a los bancos que han permitido la evasión fiscal, cuando la reglamentación europea es cada vez más estricta y cuando el secreto bancario suizo tiene sus días contados, los consorcios financieros deben reinventarse y adaptarse al nuevo marco legal. Además, el grupo Rothschild ha comenzado poco a poco a inmiscuirse en el terreno del grupo Edmond de Rothschild. “Antes, la competencia entre las dos firmas no era frontal. Hoy, la empresa de David, tradicionalmente una banca de negocios, ha comenzado a desarrollar bastante la gestión de patrimonio en asociación a su ‘holding’ Paris Orléans. Esa incursión en el mercado de su primo se da en un momento en el que el grupo Edmond de Rothschild vive dificultades. Edmond, el fundador, falleció, y los dirigentes históricos se han ido por razones de edad o por malentendidos con la mujer de Benjamin, a la cabeza de la compañía. Ese contexto difícil sería una de las razones de la agresividad de Benjamin”, explicó a SEMANA la periodista Martine Orange, autora del libro Rothschild, un banco en el poder. David siempre se ha caracterizado por ser un hábil estratega capaz de afrontar las más grandes adversidades. Luego de que su padre, el barón Guy de Rothschild, recuperó una parte de la fortuna confiscada por los nazis, la familia presenció impotente la nacionalización de sus actividades con la llegada al poder del socialista François Mitterrand. En 1982, David creó Paris Orléans Gestion y luego Rothschild & Cie. En 2003, llegó a la cabeza de la rama inglesa NM Rothschild & Sons y fusionó los bancos franceses e ingleses de la casta, lo que no ocurría desde el siglo XIX. El supuesto usurpador quiere dejar claro que es él quien deja en alto la divisa de los Rothschild, no solo gracias a su entereza en los negocios, sino también gracias al principio de mayorazgo. En efecto, David es descendiente del tronco primogénito de James de Rothschild, fundador de la rama de París. Benjamin, por el contrario, es sucesor del hijo menor del barón, lo que le da menos credibilidad en el seno de una familia tradicional y noble que cree en las prerrogativas feudales de la primogenitura. Los banqueros de la empresa de David lo saben. “Cuando comenzamos una presentación, mostramos el árbol genealógico a nuestros clientes para explicar claramente que nosotros somos nosotros y ellos son ellos”, declaraba a la revista Paris Match un miembro del grupo Rotschild. Por si fuera poco, la boda de David ha contribuido sustancialmente al brillo del escudo de armas, lo que agudizaría los celos de su primo. David se casó en 1974 con la princesa Olimpia Aldobrandini, aristócrata de una familia de comerciantes y banqueros de Florencia. Su linaje incluye al papa Clemente VIII. Benjamin, por su parte, se casó con Ariane Langner. Ni sus estudios en el Instituto de Ciencias Políticas de París, ni su MBA en Nueva York, ni su experiencia en Wall Street, ni su nuevo título de presidenta del comité ejecutivo del grupo Edmond de Rothschild compensan el hecho de que, para la nobleza, solo se trata de una plebeya. Sin embargo, en cuestiones de dinero, Benjamin no tiene nada que envidiarle a David. Con tan solo 51 años y una fortuna de alrededor 3.000 millones de euros, es el miembro más rico de la dinastía. El mundo de los negocios espera con impaciencia conocer los argumentos que va a esgrimir Benjamin ante la justicia. “No estoy segura de que los tribunales se declaren competentes para resolver ese tipo de disputas. Es una historia de familia. Va a ser difícil prohibirle a David usar su propio apellido”, afirma Martine Orange. En todo caso, si Benjamin pierde en esa arriesgada jugada, le quedará el consuelo de practicar el savoir-vivre que preconizaba el barón Edmond: “Un Rothschild que no sea rico, judío, filántropo, banquero y que no lleve un cierto modo de vida, no es Rothschild”.