“Tuviste buena suerte. Los rusos mataron al resto de las chicas”, le dijo el teniente Gerhard La Grange a Margot Woekl, al reencontrarse con ella años después de la Segunda Guerra Mundial. El oficial, el único amigo que la berlinesa hizo durante su época como trabajadora del Tercer Reich, la embarcó en el tren de Goebbels que salió de Prusia en 1944, y le salvó la vida. Poco después llegaron las tropas soviéticas a Guarida del Lobo, el Wolfschanze, la villa desde donde Hitler comandaba sus ataques en el frente del Este, y mataron a todo el que encontraron. Allí murieron las otras 14 mujeres que, con Margot, hacían parte de la ‘brigada del veneno’, un grupo de jóvenes alemanas que cataba las comidas del líder nazi para asegurarse de que no estuviera envenenada.  Como contó la semana pasada por primera vez al canal RBB de su país, Woelk vivió como muchos los horrores de la guerra.  En 1941 un bombardeo de la Fuerza Aérea Británica la obligó a salir de Berlín pues su apartamento se quedó sin techo.  Sola, pues su marido Karl estaba en el frente, decidió ir a casa de su suegra en Gross Partsch, en la Prusia Oriental. No sabía que a poco menos de seis millas se encontraba el búnker de Hitler en la región. El lugar hoy es un hotel, pero entonces era una villa camuflada y fortificada en la que el criminal pasó 800 días en plena guerra.A una semana de haber llegado al pueblo, Margot, de 25 años, ya trabajaba para los nazis probando los alimentos del Führer. “Me sentía como un conejo de laboratorio, pero si algo se aprendía en la Alemania nazi era que no se discutía con las SS (el grupo paramilitar nazi)”, afirmó al canal. “Entre las once y las doce del día teníamos que probar la comida, y solo después de que todas lo hacíamos, la SS la llevaba a los cuarteles”. Las mujeres comían bajo supervisión armada en un colegio al que llegaban en un bus todos los días. “Esta era mi vida cinco días a la semana. Nunca conocí a Hitler pero lo vi en el patio cerca a la casa, jugaba con su perra Blondi. Él le lanzaba palos, era muy devoto de ella”, añadió Woelk.Jamás hubiera soñado el menú al que ella y sus compañeras se enfrentaban en medio de los combates: “Todo era vegetariano, las cosas más frescas y deliciosas, desde espárragos hasta  pepinos y arvejas, servidos con arroz y distintas ensaladas. Nos daban todo en un plato, justo como se le iba a servir a él. No había carne y no recuerdo que hubiera pescado”. La realidad de que cualquiera de los bocados podía estar envenenado la obligaba a engañarse para tratar de disfrutar, pero era imposible, se sufría mucho: “Muchas de las chicas rompían en llanto cuando comenzaban a comer. Luego, solíamos llorar como perros cuando sabíamos que habíamos sobrevivido”.Margot y sus compañeras probaban los manjares del Führer por la paranoia del genocida alemán, justificada después del atentado que sufrió precisamente en la Guarida del Lobo. Hitler reaccionó con violencia y el incidente dificultó las cosas mucho más para la ‘brigada del veneno’. Las mujeres tuvieron en adelante que vivir dentro de las instalaciones escolares y solo podían visitar a la familia durante los fines de semana.En 1944, La Grange le avisó que las cosas no iban bien y le ayudó. Margot regresó a Berlín, pero allá también llegaron los rusos. Durante 14 días fue presa de los ataques sexuales de los soldados del Ejército rojo que cobraron con creces los pecados de los alemanes en Rusia. Margot jamás pudo tener hijos, pero regresó al mismo apartamento del que había huido en 1941. Allá también llegó su esposo en 1946, y con él vivió hasta su muerte en 1990. Ella sigue su vida, y 70 años después ya no tiene nada que esconder.