Donald Trump no solo revolcó la manera de hacer política ganando votos a punta de repartir insultos a diestra y siniestra o adoptar posiciones extremas, sino que con él, el otrora puritano electorado estadounidense se deshizo de prejuicios que ayer le hubieran impedido aspirar a la Presidencia a cualquiera por más carismático que fuera.

Antes del triunfo de Trump en 2016, durante 240 años de historia, solo un divorciado –Ronald Reagan– había sido elegido mandatario, mientras que Rachel Jackson y Betty Ford eran las únicas primeras damas que estuvieron casadas antes de ser las esposas de Andrew Jackson y Gerald Ford, respectivamente.

En los años 1960, Nelson Rockefeller, de una de las familias más acaudaladas del mundo, perdió la oportunidad de gobernar, repudiado por la opinión pública tras haber dejado a su esposa por su amante, también adúltera.

Las multitudes que, contra todo pronóstico, llevaron al magnate de la finca raíz y estrella de los reality shows a la Casa Blanca no le dieron la espalda por su pasado, y así se convirtió en el primer presidente estadounidense en tener tres esposas “trofeo”, célebres por su belleza y reconocidas en el espectáculo. Dos de ellas, la primera y la tercera, curiosamente, son inmigrantes, un grupo contra el que el hombre más poderoso del planeta ha sido hostil.

En su juventud, la avidez por aumentar la fortuna que le dejó su padre, Fred Trump, y conseguir lo que él no logró, conquistar Manhattan, lo hizo un poco indiferente con las mujeres, hasta que conoció a la esquiadora olímpica checa Ivana Marie Zelníčková.

Donald e Ivana con el staff de Mar-a Lago, la mansión con decorados rococó por la cual él pagó 10 millones de dólares, por insistencia de ella, en Palm Beach. A las 118 habitaciones originales de este “Versalles made in Florida”, le agregaron un salón de baile de 1900 metros cuadrados. | Foto: Time Life Pictures

Tras divorciarse de su primer esposo, Alfred Winklmayr, en 1973, ella burló el régimen comunista de su patria y se estableció en Montreal, Canadá, donde trabajó como modelo y fue contratada para promocionar los Juegos Olímpicos que tendrían lugar en esa ciudad en 1976. Con tal misión llegó ese año a Nueva York, pero sacó tiempo para una copa en el bar del restaurante Maxwell’s Plum, donde modelos y azafatas acudían para conquistar a los mejores partidos.

Allí, la rubia flechó a Trump, quien la dejó colarse en la fila, a cambio de que lo dejara sentarse en su mesa. Su boda, un año después y con 600 invitados, fue la más pomposa de su tiempo.

Los esposos, temperamentales, competitivos y arribistas, se volvieron la pareja reina de la high life de la Gran Manzana, pero ella no se conformó con ser la esposa bonita y derrochadora, sino que ocupó cargos directivos en el conglomerado de su marido, como vicepresidenta de diseño interior y presidenta, nada menos, que del mítico Plaza Hotel.

Trump e Ivana, epítomes del arribismo social, en 1986 con sus tres hijos, Donald Jr., Ivanka y Eric, en su otra residencia célebre, el apartamento de la Trump Tower, en la Quinta Avenida de Nueva York. | Foto: DONALD TRUMP JR. /INSTAGRAM

En los salones de Nueva York se comentaba el esplendor de sus residencias y el aire imperial de los esposos, cuya armonía se fue a pique cuando Donald, ya cuarentón, empezó a verse a escondidas con Marla Maples, una belleza sureña, 17 años menor que él y quien había sido Miss Hawaiian Tropic y finalista en el concurso Miss Georgia USA.

Adonde Trump iba con su familia, instalaba a su amante clandestinamente en un sitio cercano, hasta que un día las dos mujeres se toparon cara a cara en las cumbres nevadas de Colorado. Ivana, quien le dio tres hijos a Trump, Donald Jr., Eric e Ivanka, pidió el divorcio y el prestigio de él se trocó en vergüenza, porque la prensa reveló los detalles más salaces de su infidelidad y su amarga separación.

El amargo divorcio de Donald e Ivana, en 1990, saltó a las primeras planas. Ella exigía la mitad de la fortuna de él, incluida la joya de la corona, el Plaza Hotel, lo que motivó esta portada del New York Post. | Foto: The New York Post

Se decía que, ciega de la furia por la humillación, y aunque el acuerdo prenupcial solo le reconocía 10 millones de dólares, la checa quería la mitad de la fortuna de “el Donald”, como lo llamaban, incluida la joya de la corona, el Plaza Hotel. Ello desató el famoso titular del New York Post, “Gimme the Plaza!” (¡Dame el Plaza!). En 1990, finalmente, llegaron a un arreglo por el cual obtuvo 14 millones de dólares más lujosas propiedades, pero no la codiciada insignia de la hotelería.

Por esos días, Marla le robó protagonismo a Ivana al declararle al Post, en portada: “Con Donald he tenido el mejor sexo de toda mi vida. Es un amante maravilloso”. En 1993 Trump la llevó al altar, dos meses después del nacimiento de su hija Tiffany, con quien el candidato tiene ahora una relación más bien distante.

Todo terminó en divorcio en 1999, en medio de murmuraciones según las cuales ella lo engañó con el director de cine Michael Mailer, quien luego no le cumplió su promesa de matrimonio.

El futuro presidente tampoco había estado perdiendo el tiempo, pues le fue infiel a Marla con la modelo eslovena Melania Knauss, su actual esposa, quien al igual que su marido, batió algunos récords como primera dama. ¿El más llamativo? Es la única esposa de un presidente estadounidense en haber posado desnuda, como sucedió en 2000, cuando lo hizo para la edición británica de GQ.

El magnate y Marla en Mar-a-Lago en 1995. Se divorciaron cuatro años más tarde, en medio de rumores de que ella le fue infiel con el director Michael Mailer y su escolta Spencer Wagner. | Foto: GETTY IMAGES

La relación entre las tres mujeres ha tenido sus bemoles, en especial debido al temperamento incendiario de Ivana, muy parecido al del presidente. A Marla Maples, quien ha sido modelo, actriz y personalidad de la televisión, no le perdona que le haya quitado a Trump un cuarto de siglo después y cada vez que se refiere a ella en los medios de comunicación la llama “the showgirl” (la cabaretera).

A Melania, por otra parte, la veía como una inepta para ser la anfitriona de la Casa Blanca, pero las malas lenguas comentan que en realidad es envidia por ocupar un lugar que quisiera tener. De hecho, una vez la provocó al declarar: “Soy la primera señora Trump, luego, soy la primera dama”.