Por estos días, y por cuenta de Netflix, los colombianos han vuelto a hablar de uno de los episodios más asombrosos de la historia reciente. Se trata del robo a la sede del Banco de la República de Valledupar en 1994, en el que un grupo de ladrones sacó, sin disparar un tiro, más de 24.000 millones de pesos de la bóveda de la entidad. Esos hechos inspiran El robo del siglo, una serie de seis capítulos que ya se ubica entre las más vistas en el mundo. Para darle forma a la trama, Pablo González y Camilo Prince, los creadores de la serie, leyeron reportes de prensa, indagaron en los expedientes judiciales, hablaron con algunos de los involucrados y leyeron Así robé el banco, un libro del periodista Alfredo Serrano Zabala sobre el episodio. A todo eso le agregaron elementos dramáticos de ficción para hacer aún más atractiva la historia.
Estos son algunos de los elementos más importantes de lo que ocurrió en la vida real, comparados con lo que muestra la serie. Los ladrones: entre la realidad y la ficción
Christian Tappan y Andrés Parra interpretan a los dos ladrones que lideran el robo. Están basados en personajes reales, pero sus historias tienen mucho de ficción. En el robo participó un grupo mucho más grande que el de la serie. Al banco entraron 14 personas y otras 12 participaron en la planeación. En la vida real, además, hubo tres funcionarios del banco involucrados en el robo: aparte del guardia de seguridad, que en realidad se llama Winston Tarifa, participaron un cajero y un tesorero. Lo mismo sucedió con la Policía: al teniente Juan Carlos Carrillo (Monroy en la serie), lo acompañaron un mayor de Bogotá y dos oficiales de Valledupar. En realidad, no pudieron entrar por la puerta principal de la bóveda, sino por una auxiliar. Cuando llevaban una hora adentro, hubo un corte de luz en el sector. No hay rastro de un personaje como el de la señora K, interpretado por Marcela Benjumea, pues en realidad financió el robo Elkin Susa, gerente de la Caja Agraria en un municipio de Cundinamarca. El personaje de Jairo Molina, el Abogado, que en la serie hace Christian Tappan, estaría basado en el jurista Jaime Bonilla Esquivel, quien coordinó el robo desde la habitación 306 del hotel Sicarare. Al igual que en la serie, se entregó a la policía con un maletín lleno de billetes robados. Pero en la vida real no tenía una enfermedad terminal y murió asesinado años después en el sur de Bogotá.
El personaje de Chayo, interpretado por Andrés Parra, estaría basado en alias Fabio, el autor intelectual del robo, quien le contó de forma anónima la historia al periodista Alfredo Serrano para su libro. Al igual que en la serie, alias ‘Fabio‘ dice que creció en la calle y que las circunstancias lo llevaron a robar y a convertirse en un ladrón ‘de categoría‘. A él lo atraparon porque otro miembro del robo le puso una trampa y lo entregó a la policía. Salió por buena conducta y se dedicó a vivir camuflado en Bogotá, pero dice que no quedó con mucha plata. "Bonilla se entrego con parte de mi plata y otro al que le dí otra parte también se la quitaron -explicó en el libro-. Me quedó menos de la tercera parte. Fue mucho más lo que me gasté en abogados y en la cárcel".
Las autoridades de la época, sin embargo, identificaron como el cerebro del robo a otra persona: Benigno Suárez Rincón, alias Don Pacho, un lugarteniente de Gonzalo Rodríguez Gacha, alias ‘El mexicano‘, que traqueteaba en Circasia, Quindío, el mismo lugar en el que lo atraparon. Hay otros personajes de la banda basados en personas reales. ‘Dragón’, el viejito que abre la bóveda y que en la serie interpreta Waldo Urrego, está basado en Gabriel Herrera, alias ‘El topo‘, quien también se entregó a las autoridades en 1995 y murió años después en una piscina de Girardot. Por su parte ‘El sardino’, interpretado por Juan Sebastián Calero, estaría basado en alias ‘El grandote’, el único de los ladrones que nunca fue atrapado en la vida real.
Al final, como explicaron a SEMANA González y Prince, los libretistas se basaron en algunas características básicas conocidas sobre los integrantes de la banda, pero "nos tomamos la libertad de expandir sus motivaciones y sus situaciones familiares”. Un robo de película
Los asaltantes encontraron tanta plata (mucha más de la que esperaban), que para que todo les cupiera en el camión, dejaron atrás los implementos con los que habían perforado la bóveda. Llevaron a cabo el robo entre el 15 y el 17 de octubre de 1994, un puente festivo. Como explican Prince y González, “Lo que mayor fidelidad tiene en la serie fueron las peripecias dentro del banco”. En efecto, el aire acondicionado de la entidad se había dañado en la misma semana del robo y, aunque lo repararon un día antes, los asaltantes entraron escondidos en un camión con la excusa de hacerle mantenimiento. El conductor, de hecho, llevaba el uniforme y la escarapela del banco. El camión no se varó saliendo, sino entrando, y varios transeúntes, incluidos unos policías, ayudaron a empujarlo. El camión nunca quedó varado como lo muestra la serie, pero si estuvo parado varios días en un parqueadero de Fundación, Magdalena. El propio Tarifa, el guardia que pertenecía al grupo de ladrones, abrió las puertas y desactivó las alarmas. Redujeron y amarraron a los demás celadores, incluso los que llegaron más tarde para el cambio de guardia. A uno le pusieron supuestos explosivos de plastilina.
Los ladrones, al igual que en la serie, usaron un sofisticado equipo importado desde Panamá para perforar la bóveda del banco. Pero calcularon mal el grosor y el trabajo les tomó casi 18 horas. En realidad, además, no pudieron entrar por la puerta principal de la bóveda, sino por una auxiliar. Cuando llevaban una hora adentro, hubo un corte de luz en el sector, por lo que tuvieron que trabajar con tanques de oxígeno y romper la tubería de uno de los baños, que pasaba junto a la bóveda, para evitar asfixiarse. En el libro de Serrano queda claro que vivieron momentos muy difíciles, pero finalmente, sortearon los distintos problemas y salieron a las 2:15 a. m. del lunes festivo. En 1994, SEMANA recogió el testimonio de algunos de los policías que participaron en el robo: uno de ellos, de 19 años, se arrepintió a último momento y se fue a su casa (como da a entender la serie con el policía que se queda cuidando el carro). Y aunque sí hubo una fiesta de matrimonio en el hotel que quedaba al frente, Carrillo, el policía que aparece retratado en la serie, no se emborrachó allí. La historia es aún más curiosa: luego de distraer a los policías de turno para que el camión saliera con la plata, sintió miedo de ir a reclamar su parte y se fue a tomar a una discoteca. El fin de semana siguiente, arrepentido y al ver la magnitud de la noticia, se fue a entregar a las autoridades. El escape
Los ladrones repartieron la plata en una colchoneria y luego la empacaron en una finca de la zona. Varios billetes se perdió en el camino. Los asaltantes salieron hacia una colchonería llamada Colchoflex para repartir el dinero. Allá se econtraron con Bonilla, quien había coordinado todo en el hotel, y con otros de los que habían participado en la planeación. Héctor Ociel Echeverry, el dueño de la colchonería, había estado involucrado en el asalto y los estaba esperando. Repartieron el dinero y cómo no tenían tantas cajas, algunos billetes los metieron en los colchones.
De allí salieron hacia una finca de Ciénaga, Magdalena, en la que, tal y cómo lo muestra la serie, metieron parte de los billetes (que iban hacia Bogotá) en cajas de cigarrillos Malboro, porque era la marca que más se movía por la zona. El camión en el que llevaban la plata nunca se paró en la carretera, pero si duró varios días quieto en un parqueadero de Fundación, Magdalena. "Casi se nos pierde", le dijo Elkin Susa (uno de los ladrones) a los Informantes hace algunos años. La serie acierta en la historia de Marco Emilio Zabala, el gerente de la sede, a quien las autoridades incriminaron injustamente como cómplice del robo. El 18 de octubre, cuando las autoridades ya estaban buscándolos por cielo y tierra, salieron hacia el interior del país por la vía de Bosconia. Allí, sin embargo, los guardias de tránsito los detuvieron y les tocó ofrecerles dinero para poder continuar. Esos policías fueron atrapados tiempo después y confesaron habver recibido el soborno. El caos de ‘los billetes vallenatos’
Como lo muestra la serie, el robo desencadenó una crisis en el país. Gerardo Hernández, actual codirector del Banco de la República, en esa época era secretario de la junta directiva de la entidad. Cuenta que, del dinero robado, estaban sin emitir unos 18.500 millones de pesos, por lo que la entidad publicó los números de serie y aclaró que no tenían valor real.
La Fiscalía, además, pidió retener los billetes, lo que generó un caos en los bancos y el comercio porque los cajeros tenían que revisar los números de serie de todos los que recibían. En la calle comenzaron a llamar al dinero robado “los billetes vallenatos”, y la gente, para curarse en salud, evitaba recibir o pagar con denominaciones de 2.000, 5.000 y, sobre todo, 10.000, como la mayoría de los billetes extraídos de Valledupar.
“Debido a ese caos, el 26 de octubre, diez días después del robo, luego de una reunión de casi diez horas, la junta del banco aceptó un concepto jurídico que argumentaba que la entidad tenía que proteger a los terceros de buena fe y la confianza de las personas en el dinero”, recuerda Hernández. Por eso, estableció un plazo para que las personas pudieran canjear los billetes robados que hubieran resultado en su poder. Años después, además, cambiaron el diseño de esas tres denominaciones para ayudar en el proceso. La mayoría de los ladrones, como sucede en la serie, fueron atrapados o encarcelados, y actualmente solo hay unos pocos con vida. La ficción también acierta en la historia de Marco Emilio Zabala, el gerente de la sede de Valledupar de esa época, a quien las autoridades incriminaron injustamente como cómplice del robo, por lo que pasó 33 meses en prisión. Demandó y el Consejo de Estado falló a su favor, pero aún espera que le paguen lo que ordenó la Justicia.