A mediados de los años sesenta, una sola competencia de automovilismo permitía a los fabricantes de carros demostrar quién era el mejor: las 24 horas de Le Mans. Era una carrera de resistencia en la que los autos tenían (y tienen) que sortear durante ese lapso curvas a casi 300 kilómetros por hora en las condiciones más duras para los motores. Y en esa época, Le Mans tenía un solo campeón: Enzo Ferrari, el fundador de la empresa que tenía su apellido, que para 1966 había ganado las últimas seis ediciones.

Ese año, sin embargo, las cosas estaban por cambiar. Henry Ford II, nieto del visionario Henry Ford y dueño de la gigante automotriz, estaba dispuesto a quitarle el trono a Ferrari y había contratado a dos de los mejores pilotos y mecánicos de la época para diseñar un auto invencible: Carroll Shelby y Ken Miles. La historia de cómo ambos encararon esa competencia, una de las más emocionantes de la historia del automovilismo, llegó a las pantallas de cine del país en Contra lo imposible, una película protagonizada por Matt Damon y Christian Bale muy elogiada por la crítica. Ford vs Ferrari: un acuerdo fallido Como muestra la cinta, la disputa entre Ford y Ferrari tenía sus raíces en el mundo de los negocios. A comienzos de los años sesenta, la empresa italiana estaba en problemas y necesitaba urgentemente una inyección de capital. Inteligente para los negocios como su abuelo, Ford II supo que era una oportunidad única y le ofreció al italiano comprarle la empresa para formar, entre ambas marcas, una compañía transatlántica imbatible.

La película se centra en la historia de Carroll Shelby y Ken Miles, interpretados por Matt Damon y Christian Bale, el ingeniero y el piloto que ayudaron a diseñar el auto ganador.  Todo iba bien y para 1963 tenían un acuerdo casi listo. Pero cuando solo faltaba la última firma, surgieron los problemas. La leyenda popular dice que Ford quería bautizar la nueva compañía Ford-Ferrari y que Ferrari, en cambio, quería llamarla Ferrari-Ford, algo en lo que nunca se pusieron de acuerdo.

Otra versión dice que en realidad Ferrari nunca quiso venderle su compañía a Ford, pero que la situación económica lo había presionado a acceder, hasta que a último minuto se arrepintió. Según las versiones más creíbles, lo hizo cuando supo que no podría manejar su división de carreras, su verdadera pasión. Para esa época, Ford era más reconocido por sus coches familiares, amplios y seguros, que por los bólidos. Lleno de ira, Ford decidió vengarse en donde más le dolía: venciéndolo en las pistas de carreras. Pero lograrlo no era fácil. Ford era más reconocido por sus coches familiares, amplios y seguros, que por los bólidos. Eso quedó demostrado en 1964, cuando sus Ford GT40, producidos en Inglaterra por Lola, no lograron acercársele a los imbatibles 330 P3 de Ferrari en Le Mans. La solución fue llamar a Shelby y a Miles. Shelby, un exinstructor de vuelo de la Segunda Guerra Mundial, se había convertido en un famoso piloto de carreras, pero a mediados de los años cincuenta se dedicó a diseñar autos de competencia con su compañía Shelby American. Miles, por su parte, era un piloto inglés que para ese entonces ya había ganado varias carreras y quien trabajaba con Shelby, pues también sabía de diseño automotor.

El resultado de su trabajo fue el Ford GT40 MKII, una nueva versión del primero, equipado con un motor de 8 cilindros en V y grandes mejoras aerodinámicas. Durante dos años, el equipo de Shelby probó los carros en varias competencias. Y aunque ganaron algunas, tuvieron varias derrotas que les permitieron seguir mejorando el auto y ponerlo a punto. Así, a punta de pequeñas modificaciones, lograron convertir su modelo en uno de los más exitosos del mundo. En las 24 horas de Daytona de 1966, por ejemplo, tres GT40 MKII obtuvieron el podio, con lo que Ford se anotó una victoria histórica. Ruben McLaren: una victoria polémica

Con el Ford GT40 MKII, la compañía estadounidense logró destronar a Ferrari del título de las 24 horas de Le Mans en 1966. A la derecha, Henry Ford II celebra con Bruce McLaren y Chris Amon, los pilotos que ganaron la carrera.  Pero la prueba de fuego era la carrera en Le Mans, pues en las pistas francesas Ferrari seguía siendo imbatible. Por eso Ford pusó toda la carne en el asador para la edición de ese año y, decidido a vencer a su rival, llevó ocho carros GT40 MKII que repartió en varios equipos: el de Shelby (que tenía tres), Holman & Moody (otros tres) y Alan Mann Racing (que tenía los dos restantes).

Pronto quedó bastante claro que Ferrari tendría muchas dificultades para vencerlos. Sus carros, que intentaban seguirle el ritmo a los de Ford, terminaron involucrados en accidentes y sufrieron fallas mecánicas. Los Ford, en cambio, estaban dando un gran espectáculo y al final había tres pilotos liderando la carrera: Miles, Ronnie Bucknum y Bruce McLaren, quien más adelante fundaría el hoy famoso equipo de Fórmula Uno. Ford quería humillar a Ferrari y pidió reunir los tres coches que lideraban para hacer un paseo de la victoria en las últimas vueltas. El gran favorito era Miles, quien ya había ganado ese año en Daytona y en las 12 horas de Sebring, y quien quería obtener la ‘triple corona’, algo casi imposible en la categoría de Gran Turismo. Y todo indicaba que así iba a ser, pues en un momento llegó a sacarle una ventaja considerable a sus rivales. Pero en las últimas vueltas, una decisión administrativa terminó afectándolo: como Ford quería humillar a Ferrari, les pidió a los equipos reunir los tres coches en las últimas vueltas para hacer una especie de paseo de la victoria.

Al final, el plan era dejar ganar a Miles a través del foto finish, por lo que McLaren retrasó unos centímetros su vehículo cuando cruzaron la línea de meta. Sin embargo, los comisarios de la carrera tomaron una decisión muy polémica: en vez de mirar una foto, le entregaron la victoria a McLaren, pues su auto había partido ocho metros más atrás y por eso había recorrido más distancia en las 24 horas. A pesar de las protestas, no hubo nada que hacer. McLaren subió a recoger el gran premio, junto a su copiloto Chris Amon, mientras que Miles quedó con el sinsabor de haber trabajado por la victoria sin conseguirla.

Aún así, Ford había logrado su objetivo: destronar a Ferrari en el terreno que más le dolía al italiano. Un triunfo que se repitió tres veces consecutivas y que dejó una huella imborrable en la historia del automovilismo. Ferrari terminó por vender la compañía y luego retiró su equipo oficial de la categoría. Nunca ha regresado.