Hace cerca de un año, a Sheril González la asaltó una extraña alegría. Acababa de escuchar una grabación en video del mayor de sus hijos, quien semanas atrás le había confesado que deseaba aprender piano. En ese video, el joven se lanzaba a cantar y tocar para demostrar, por primera vez, el resultado de sus primeras clases.
A esta cucuteña no se le hizo raro el deseo repentino del muchacho por acercarse a las artes. Ambos habían permanecido más de una década entre presentaciones, giras y ensayos, al lado de uno de los más populares intérpretes de cumbias, porros y raspacanillas en Colombia y Venezuela: Pastor López.
“Cuando escuché el video, pensé que mi hijo tocaba el piano sobre una pista con la voz del papá y que seguro estaba haciendo mímica. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando me confesó: ‘¡No, mamá, esa es mi voz!’”.
Sheril se emociona al recordarlo. Hasta entonces, Pastor López Junior había mostrado afinidad con el fútbol, pero nunca con el canto. Y solo hasta ese momento, cuando lo vio frente al piano cantando Amor y llanto, comprendió que el vaticinio que en vida había soltado el maestro López —el amor de su vida—, se había cumplido al pie de la letra: ese hijo, al que cariñosamente llamaba Moti (por aquello del indio motilón), y uno de los 11 que tuvo, era el llamado a seguir sus pasos en la música y continuar su legado.
Pastor Junior lo sabe bien. Con 15 años y una voz que se esfuerza por dejar de ser la de un niño, es consciente de que heredó el inconfundible color de voz de su papá, el Indio Pastor López, ídolo de la música decembrina, quien falleció, con 75 años, en abril de 2019 por un ataque cerebrovascular, después de medio siglo de carrera y una larga estela de éxitos que aún forman parte de la banda sonora de millones de hogares en el último mes del año.
Pese a que de niño no quiso abrazar la música aunque su papá se lo sugirió muchas veces, cuando Pastor Junior se entusiasmó finalmente con el piano ya tenía grabada en la memoria buena parte del extenso cancionero del hombre que les enseñó a los colombianos aquello del “golpe con golpe yo pago, beso con beso devuelvo, esa es la ley del amor que yo aprendí, que yo aprendí”.
Tal vez por eso, el joven no se extraña de que muchas veces, al finalizar sus presentaciones, no sean pocas “las señoras mayores”, de la misma época de su padre, que se le acercan para abrazarlo, entre lágrimas, impresionadas ante el extraordinario talento vocal del hijo, que también heredó la estampa física de su padre cuando tenía esa misma edad.
Otros, cuenta, “solo se quedan mirándome con asombro cuando me presento con la orquesta en ferias y conciertos privados. No bailan, ni cantan ni nada. Solo me miran con sorpresa porque no pueden creer que tengamos las voces tan parecidas”.
Es la misma reacción que causa entre los miles de fanáticos que lo siguen en Instagram y TikTok, quienes no ahorran elogios para ese joven que apostó por la cumbia y al que poco le gusta “el reguetón y la música de ahora”.
“Yo sé lo que mi papá representó para la música. Y estoy seguro de que a él le hubiera dado mucha alegría saber que cumplí la promesa de dedicarme a cantar sus temas para no dejar que muriera su tradición”, asegura Pastor Junior a SEMANA desde Cúcuta, la ciudad en la que nació y en la que murió el artista, a quien le gustaba que lo llamaran el venezolano más colombiano de todos.
Fue también la ciudad en la que ese hombre enamoradizo conoció a Sheril, una bella muchacha de no más de 18 años. “Yo estaba en una tienda naturista, que era de la esposa de un tío, sentada al fondo del local. Y él, que para esa época tenía más de 50 años, se acercó a hacer unas compras y preguntó quién era ese ‘caramelito’, refiriéndose a mí. Nos presentaron y ese mismo día me invitó a El Palacio del Cabrito, un restaurante famoso de esa época”, recuerda la madre de Pastor Junior.
Ya en esa época el artista era un afamado cantante que ponía a todos a bailar al ritmo de Traicionera, Yolanda, El ausente, Carmenza, Golpe con golpe, Lloró mi corazón, Amor y llanto, Pecadora y Las caleñas.
“En mi casa siempre se escuchó su música, y en las fiestas y verbenas. En Cúcuta era un rey. La verdad es que al principio no creía que entre los dos fuera a pasar algo. Creí que me estaba solo echando el cuento. Pero después de que nos conocimos me llamaba todos los días y comenzó a llenarme de detalles y a estar pendiente de mí. Eso me enamoró. Y la diferencia de edad nunca me preocupó, porque él tenía un alma joven. Le gustaba salir a pasear, el baile, las cosas modernas”, cuenta la cucuteña, que convivió los últimos 14 años de vida del reconocido artista, con quien tuvo dos hijos: Pastor Junior y Juan David, de 10 años.
Con el tiempo, también se convirtió en su mánager, tal como lo es ahora de su hijo, quien le roba lágrimas cada vez que lo ve sobre una tarima, “porque es el recuerdo vivo de ese hombre que amé tanto”.
Y, aunque muchos puedan pensarlo, Pastor Junior aclara que “no es que se esfuerce” por imitar la voz de su papá. “Me sale natural y con el cambio de mi voz, que se está haciendo cada vez más gruesa, se va pareciendo más y más. Yo crecí en un ambiente musical, entonces, ya tenía muchas herramientas para cantar la cumbia y el porro con el mismo sentimiento y respeto que mi padre lo hacía”, dice el joven.
Para perfeccionarse, toma igualmente clases de canto dos veces a la semana con una coach vocal. Además, ensaya en el piano todos los días. “Quiero aprender otros instrumentos. Un poco de cuatro venezolano, de tiple y de guitarra. Y mi proyecto a futuro es hacer mi propia música. Impulsarme con los temas de mi papá para darme a conocer, pero después impulsar una carrera con mi propia música”, asegura Pastor Junior, quien cursa tercero de bachillerato.
Y aunque aspira a construir su propio camino, anhela, sin embargo, tener la misma “humildad y don de gentes” de su padre. “Fue un hombre que se hizo querer por mucha gente. Que se tomó su profesión con seriedad, que era estricto, que exigía. Y eso también quiero conservarlo”, asegura el cucuteño.
Sentada a su lado, Sheril lo escucha con orgullo. Y los recuerdos la devuelven al día en que el maestro López falleció y, presintiendo la llegada de su muerte, le hizo prometer que siempre velaría por ese par de hijos que eran su adoración. “Sé que él ya no está de cuerpo presente, pero estoy segura de que su espíritu nos acompaña a todos lados. No me alcanzo a imaginar lo feliz que hubiera sido de escuchar a su hijo cantar con la misma entrega que él lo hizo por tantos años. Pero como familia nos llena de dicha que su legado permanezca vivo, esa es la ley del amor que de él aprendimos”.