El mundo era diferente en 1998 cuando estalló el bombazo del affaire entre Monica Lewinsky, entonces de 22 años, y el presidente Bill Clinton, de 49. Ella fue objeto de chistes y apodos. En todos lados la llamaron “Esa mujer”, “Cabeza hueca”, “Destrozahogares”, “Gorda” y, en palabras de la propia Hillary Clinton, una “Narcisista loca”. La mancha de semen en su vestido azul se convirtió en el legado de la era, así como los chistes de doble sentido con cigarros.
El informe Starr contó, con detalles gráficos, lo que pasó entre los dos, no más de nueve encuentros entre noviembre de 1995 y marzo de 1997. El presidente, al comienzo, mintió y dijo no conocer a esa mujer; luego, admitió su falta, mientras enfrentaba un impeachment, el primero en un siglo en ese país.
A pesar de que se trató de una relación consensuada y ambos tuvieron que pasar un trago amargo, la victoria fue para Clinton, quien salió libre del juicio ante el Congreso, pasó la página y siguió con su vida. Otra historia le tocó vivir a Lewinsky, quien, por esos días, estuvo en observación por suicidio, al ser la persona más humillada del mundo.
De Clinton se hicieron bromas, pero nunca en el grado de vejación que ella debió enfrentar. Y es que todo lo que hacía Lewinsky se volvía en su contra. Un libro con Andrew Morton, en 1999, para contar su historia fue considerado por la opinión pública como una estrategia baja para sacar provecho del escándalo, aunque ella solo trataba de conseguir una fuente de ingresos con qué pagar los costos de sus abogados; después, se convirtió en la cara de una campaña para bajar de peso; más tarde, comenzó una línea de carteras y fue la presentadora del programa Mr. Personality, que solo duró al aire cinco semanas. Todo lo que emprendió fue un fracaso.
El diario The New York Times dijo en 2002 que Monica, “con cada táctica de relaciones públicas, se vuelve menos simpática”.Se mudó a Londres para estudiar y luego vivió en Los Ángeles, en Nueva York y hasta en Portland, Oregón; en cada ciudad trató de encontrar un lugar donde vivir una vida normal.
Pero al tocar las puertas de las empresas encontró una resistencia sistemática del sector a contratarla debido a su historia. Incluso, el escándalo afectó su vida sentimental, pues con cada prospecto de pareja, en algún momento, tenía que devolverse a 1998, no sin sentir la revictimización con cada uno.
Hoy, a sus 46 años, “esa mujer” ha regresado como productora de un seriado de televisión en el que contará de nuevo su historia. Pero esta vez será diferente, porque el mundo ha cambiado y hoy su caso, en medio del furor del movimiento #MeToo, se verá bajo otra lente. Después de Harry Weinstein y Jeffrey Epstein, “esa mujer ya no es considerada inmediatamente la tentadora culpable, porque la condena social a los hombres que explotan a las mujeres, aun sin coerción física, hoy es mucho más dura”, dice la escritora y periodista inglesa Libby Purves.
Además, Impeachment: American Crime Story, un drama de diez capítulos que comenzará el 7 de septiembre por el canal FX, es respaldado por un equipo de lujo. Detrás del seriado se encuentran Ryan Murphy, quien ya cubrió otros escándalos de la historia reciente de ese país, como el asesinato de Gianni Versace y el juicio de O. J. Simpson, que le han valido premios internacionales. Clive Owen interpreta a Bill Clinton, y Beanie Feldstein (Lady Bird), a Monica Lewinsky.
Sarah Paulson será la funcionaria traicionera Linda Tripp; Annaleigh Ashford personificará a Paula Jones, la otra amante de Bill Clinton; en el papel de Hillary, Edie Falco, y Sarah Burgess está a la cabeza del guion. Como puede verse, la historia esta vez será contada por mujeres, y una de las voces más relevantes es la de la propia Lewinsky.
Ella participó activamente en cada escena y, con psiquiatra a su lado, trabajó para revivir de la manera más fiel posible cada diálogo. Su intención no es limpiar su imagen, sino relatar los hechos con la complejidad merecida. Por eso, lo que se verá no es una historia de malos, sino un drama gris en el que, como lo dice Burgess, el mayor crimen fue que “Monica, Linda y Paula no tenían control de cómo eran percibidas”.
El odio que despertaron fue increíble, y para los actores no hay ninguna persona hasta hoy, incluso con la llegada de las redes sociales, que haya tenido la humillación que ellas vivieron. “Son individuos imperfectos que se encuentran en un sistema de poder masculino”, dice Brad Simpson, otro de los productores.
Tal es la obsesión con la verdad que, cuando los guionistas cortaron una escena en la que ella levanta su falda y le muestra al entonces presidente su tanga, Monica se opuso, pues no vio con buenos ojos que al ser la productora tuvieran con ella ese trato privilegiado. Este hecho está narrado en el informe Starr, elaborado por el abogado independiente Kenneth Starr, y los libretistas sintieron que debían omitirlo para no revictimizarla.
Ella objetó. Aun así, el programa no estará, como cualquiera imaginaría, cargado de escenas eróticas y sexuales desde el comienzo; ese contenido se introducirá más tarde cuando Lewinsky le confía su historia a Linda Tripp. En los primeros episodios, lo único que se verá entre los dos es un beso.
La razón es premeditada y responde a que en el programa consideran que el elemento sexual desde que el escándalo irrumpió estuvo en las primeras páginas de los periódicos. “Sentí que era algo que todos ya conocían”, dice Burgess. Los diez capítulos mostrarán las ambiciones, los miedos y los deseos de esas mujeres. “Todos sabemos qué pasó, pero no por qué pasó, y, en ese sentido, sentí que el comportamiento que llevó al acto era más importante que el acto”, agrega Murphy.
Y nadie duda de que sucedió en un ambiente machista, perverso para todas las mujeres involucradas. Sus vidas se acabaron a partir de ese escándalo y nadie las respaldó. Hasta Hillary, quien mejor saldría librada del asunto, recibió durante la campaña de Donald Trump duros golpes, pues la acusó de permitirle a su esposo dicha infidelidad.
Hoy no hay ninguna duda de que el público defenderá a Monica. Sara Paulson señala que, si ella estuviera en los zapatos de Monica en ese momento, habría hecho lo mismo. “Me habría metido en esa pequeña habitación con el presidente, sin lugar a dudas”.
Para ella, la sociedad la recriminó, porque en ese tiempo no aceptaban que las mujeres pudieran ser fuente de deseo. En ese momento, según Feldstein, la actriz que personifica a Monica, ella era una maraña de contradicciones. “Era inocente pero inteligente, era sensual pero ingenua, y como cualquier joven de 22 años creía que conocía el mundo”.
Los televidentes pronto verán la misma historia, aunque ahora notarán el desequilibrio de poder y la injusta manera en que ambos fueron juzgados por la sociedad. En 2019, cuando un seguidor le preguntó a Monica en su cuenta de Twitter cuál era el peor consejo profesional que había recibido en su vida, ella le contestó: “Una pasantía en la Casa Blanca será increíble en su currículo”. Lewinsky, una niña rica de Beverly Hills, hija del oncólogo Bernard Lewinsky y Marcia Lewis, obtuvo por sus conexiones ese puesto.
Ella y su madre se mudaron al complejo The Waterwate en la capital y, en ese momento, el futuro lucía brillante para la joven recién graduada. La vida se encargó de desviarla de ese futuro fantástico, y hoy, después de muchos intentos, ella quiere regresar. Ahora es su oportunidad de redimirse sin escabullirse de su responsabilidad al contar su historia en otro momento, ya no desde la perspectiva de los hombres poderosos como Clinton, Starr y el político Newt Gingrich, sino desde el de estas mujeres que en su momento fueron locas, viles y egoístas. Un error que les costó muy caro y que no terminan de pagar.