Para la mayoría de la gente la gran historia de amor de la realeza británica en el siglo pasado fue la de Eduardo VIII y Wallis Simpson. Sin embargo hubo otra: la de la princesa Margarita y Peter Townsend. Si la primera consistió en sacrificar un reino por un amor, la segunda fue todo lo contrario: sacrificar el amor por el reino.
La princesa Margarita, que pasó sus últimos días semialcohólica, deprimida, hinchada, en silla de ruedas y con una venda en el brazo, fue una mujer preciosa en su juventud. El hecho de no ser heredera directa de las responsabilidades del trono como su hermana Isabel la volvía en la práctica aún mejor partido. A los 22 años conoció a Townsend, un edecán de su padre, de 38 años, quien además de ser muy apuesto había sido uno de los héroes de la batalla de Inglaterra como el piloto de combate más condecorado de la Segunda Guerra Mundial.
Margarita se enamoró locamente de Peter y él de ella. Sin embargo el romance tenía un problema: él era divorciado. Y como la reina de Inglaterra es la cabeza de la Iglesia Anglicana, era imposible darle la bendición a un matrimonio en esas circunstancias. En caso de llevarse a cabo Margarita tendría que renunciar a ser la segunda en sucesión al trono y a todos los privilegios reales, entre ellos la renta que le pagaba el Estado.
Durante tres años los enamorados fueron los protagonistas de ese drama pasional que la prensa siguió paso a paso. Finalmente en 1955 ella emitió un escueto comunicado para el mundo en los siguientes términos: “He tomado la decisión de no casarme con el capitán Peter Townsend, consciente de que la Iglesia enseña la indisolubilidad del matrimonio cristiano”. Con esas 23 palabras se frustró lo que hubiera podido ser un verdadero cuento de hadas. Townsend, destrozado por ese desenlace, se autoexilió de Inglaterra tal como lo había hecho el duque de Windsor, y se fue a vivir a Bélgica. Cuatro años después se casaría con una muchacha de 20 años, con la cual tuvo dos hijos y fue enormemente feliz. Sólo una vez en su vida volvió a ver a su antigua amada. En 1992, a los 77 años, regresó a Inglaterra por unos días. La princesa se enteró y le envió una carta invitándolo a almorzar a su residencia con varias personas presentes para evitar chismes. Los ex amantes, que no se habían visto en casi 40 años, pasaron cuatro horas nostálgicas evocando mejores épocas. Tres años después Townsend murió en París.La vida de Margarita fue más agitada que la de Townsend. En 1960 se casó con Antony Armstrong-Jones, un fotógrafo de los ricos y famosos que no tenía títulos nobiliarios de ninguna clase. El matrimonio le dio el título de lord Snowdon y él y Margarita se convirtieron en la pareja más famosa de la sociedad inglesa de esa época. La relación fue tempestuosa. Había mucha rumba, peleas en público y también muchos amantes. La monarquía nunca se había caracterizado por la fidelidad conyugal pero tradicionalmente las aventuras habían sido más un privilegio de los hombres que de las mujeres. La princesa Margarita rompió este esquema pasando de un amante a otro ante los ojos de toda la clase dirigente británica. Sostuvo un romance con Anthony Barton, el mejor amigo de su marido. También fue amante del famoso actor Peter Sellers, lo cual unió a la nobleza con la farándula. Posteriormente se enamoró de Robin Douglas-Home, el sobrino del primer ministro del mismo apellido, un aristócrata bohemio que tocaba piano en los bares. Ese romance llegó a incomodar a su marido, que amenazó con divorciarse. Margarita decidió terminar la relación y le envió una carta a su amante informándole de esa determinación. A las pocas semanas Robin se suicidó. Milagrosamente el matrimonio sobrevivió unos años más. Sin embargo Margarita se volvió a enamorar. En 1973 conoció a Roderic Llewellyn, otro aristócrata quebrado 17 años menor que ella. La princesa lo invitó a un viaje clandestino a su casa en la famosa isla de Mustique. Allí un paparazzo los encontró asoleándose, él totalmente desnudo y ella con un zanahorio vestido de baño de una pieza. La foto fue publicada y lord Snowdon no pudo soportar más. En 1978 se divorciaron. Curiosamente el romance con Llewellyn duró tres años más. Fue su pareja permanente hasta 1981, cuando éste le informó que estaba enamorado de otra mujer, 25 años menor que la princesa, y que se iba a casar con ella. Como el mundo de la realeza es tan civilizado, le pidió que fuera su madrina de matrimonio. Ella aceptó y en uno de los momentos más pintorescos de la familia real británica la princesa entregó al novio en el altar y siguió siendo amiga de la pareja. Después de eso no hubo sino soledad y desventuras. Problemas de salud la afligieron año tras año y el trago se volvió su principal compañero. La familia real, siguiendo su ejemplo, comenzó a desintegrarse: el príncipe Carlos se divorció de Lady Diana, el príncipe Andrés de Sarah Fergusson y la hija de la reina Isabel, la princesa Ana, cambió de marido. Margarita tuvo la satisfacción de ver a sus dos hijos tener vidas felices y exitosas. Su primogénito, lord Linley, es un reconocido diseñador de muebles a nivel mundial. Y su hija, lady Sarah, lleva una vida discreta en un matrimonio feliz.