“La historia hablará bien de mí”, concluía la reina Sofía en una inusual entrevista en 2008 por sus 70 años. Hoy, cuando una catástrofe ha desintegrado a su familia, la reflexión podría seguir siendo la misma, porque se inventó y desempeñó con acierto un rol cuyas funciones no estaban escritas, y, además, porque ha soportado con entereza el infortunio de vivir atada a un hombre que la ha amado poco. Sofía de Grecia y Dinamarca es una de las últimas princesas de sangre completamente azul. Es hija, hermana, esposa y madre de reyes, de lo que pueden ufanarse pocas, y si se explora su genealogía aparecen más y más monarcas, como el káiser Wilhelm II de Alemania, el zar Nicolás I de Rusia y la reina Victoria I de Inglaterra.
Pero, “inquieta yace la cabeza de quien lleva una corona”, dijo Shakespeare, y la vida de la reina de España tiene esos visos trágicos de los dramas del Bardo de Avon.
Atenas, septiembre de 1961. El nieto de Alfonso XIII de España y la hija del rey Pavlos de Grecia, meses antes de su boda. Se casaron obligados por sus familias, pero si alguno de los dos estaba enamorado era ella. Nació el 2 de noviembre de 1938 en el Palacio de Tatoi, la residencia estival de la familia real de Grecia, donde su padre, Pavlos, era la cabeza de una monarquía endeble. La verdad es que la cuna de la civilización nunca fue una nación en el sentido actual de la palabra, hasta que las potencias occidentales se “inventaron” allí un reino para contrarrestar los avances del Imperio otomano. En 1862 tumbaron al rey Otto, que no les fue útil, y pusieron en el trono a un hijo de Christian IX de Dinamarca, quien reinó como Geórgios I y fue el bisabuelo de Sofía. Pero una tormentosa atmósfera política trajo varios destronamientos e impidió que la corona se afianzara.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Sofía y su familia debieron exiliarse en Egipto y Sudáfrica, donde vivían en una cabaña llena de ratas y se alimentaban de las hierbas que crecían en los caminos. En 1947 Pavlos subió al trono. Poco después del ascenso al trono, lo descubrió con otra en la cama y desde entonces durmieron en pisos separados del Palacio de la Zarzuela. Sofía contó que el contacto con los parientes de Europa occidental era casi nulo, así que nunca pensó en ser reina de España. Se relacionaba, más que todo, con príncipes búlgaros, rumanos o de los Balcanes, con quienes compartía lazos de sangre o la fe ortodoxa. Su extrema timidez le dificultaba conseguir novio, pero para eso estaba su madre, la “vasilisi Frideriki”, la reina Federica de Hannover, princesa de Gran Bretaña e Irlanda, excéntrica, ambiciosa, hábil en el manejo de la imagen, de quien se dice era la que realmente reinaba. Como sucede hoy con el esposo de Sofía, Federica fue acusada de enriquecerse de la noche a la mañana con jugosas “donaciones” de millonarios.
Los nuevos reyes en 1976 con sus tres hijos, los infantes Felipe, Cristina y Elena. En ese momento los monarcas ya dormían en pisos separados del Palacio de la Zarzuela. En 1954, uno de ellos, Eugenios Eugenides, le ofreció darle lo que quisiera, y ella le pidió un yate para convidar a toda la realeza a un crucero por las islas griegas, con fines casamenteros. Entre los invitados figuraron Juan de Borbón, conde de Barcelona, hijo del depuesto rey Alfonso XIII de España; su esposa, María de las Mercedes (María la Brava), y sus hijos, Juan Carlos, Pilar y Margarita.
Sofía y Juan Carlos se cayeron bien, para agrado de Federica y Juan, así que pactaron el matrimonio de sus herederos. Empero, el guapo príncipe, digno portador del gen lujurioso de los Borbón, tenía romances al tiempo con la condesina Olghina di Robilant y Maria Gabriela de Saboya, hija del rey Umberto II de Italia, otra asistente al crucero. Años después, apareció una mujer con la versión de que ella era la hija que esta última y Juan Carlos concibieron en el Agamenón, nombre del barco. Sofía tenía otros pretendientes, como el duque de Kent, Harald de Noruega y herederos de los armadores Goulandris y Livanos. Pero su padre fue tajante, debía casarse con un príncipe y Juan Carlos, proveniente de 17 reyes en línea directa hasta desembocar en Isabel la Católica, terminó siendo la mejor opción. Todo eso lo cuenta Pilar Eyre en su apasionante biografía de Sofía, "La soledad de la reina", en la que se lee que el noviazgo empezó a tomar forma en 1960, en medio de las celebraciones por la medalla de oro que ganó el hermano de ella, el futuro rey Konstantínos de Grecia (“el tonto de la familia”, según sus propios parientes), en las Olimpiadas de Roma.
Madrid, 22 de noviembre de 1975. La histórica proclamación de Juan Carlos como rey marcó el retorno de la monarquía y la transición a la democracia, su gran logro, y el inicio del milagro económico español. Eyre relata que Juanito, como le decían, aceptó casarse con Sofía a regañadientes y a pesar de que no se aguantaba el autoritarismo de Federica, quien lo llamaba “desgraciado” y “menos que nada”. El príncipe estaba tan renuente, que al saber que el húngaro Robert de Balkany, luego esposo de Maria Gabriela, le quería quitar a su novia, le dijo: “No seas tonta, te hará feliz, es muy rico”.
Unos creen que ella estaba muy enamorada y otros que, al igual que él, se casó por deber, en la primavera de 1962, tras lo cual se residenciaron en España, donde empezaron a trabajar por ganarse el puesto de reyes. Unos biógrafos aseguran que el rey se acostó con 5.000 mujeres, y otros, que con 1.500, cifras increíbles, pero nadie duda de que ha sido un típico Borbón fogoso. Juan Carlos era el elegido del dictador Francisco Franco para sucederlo, pero tenía un rival: su primo Alfonso de Borbón, duque de Cádiz, nada menos que el esposo de la nieta del Generalísimo, Carmen Martínez-Bordiú. Por eso, emprendieron una campaña para demostrar que eran los más aptos, que incluyó una visita al presidente John F. Kennedy. Fueron difíciles los primeros años de Sofía en España. La burguesía, fanática del catolicismo, la llamaba “la hereje” por su religión ortodoxa, y cuando quiso ser voluntaria de una obra social, no la dejaron, por ser mal visto en una princesa. Pero, buena alumna del manejo de la autopropaganda de su madre, se volvió toda una española, de mantilla, gazpacho y tortilla, y se hizo cercana a la gente.
Una de las últimas ocasiones en que los Borbón se vieron en pleno fue en el verano de 2007 en el Palacio de Marivent, en Palma de Mallorca. Adelante, de izquierda a derecha: Miguel, Juan Valentín y Pablo Urdangarin Borbón, y Froilány Victoria Federica de Marichalar Borbón. Al centro, Felipe con la infanta Leonor, su esposa Letizia con la infanta Sofía, Juan Carlos, Sofía, Elena y Cristina con Irene Urdangarin. Atrás: Iñaki Urdangarin y Jaime de Marichalar. Todo ello dio sus frutos en 1975, cuando Franco murió y dejó a Juan Carlos en el trono. Pero, logrado el objetivo, el matrimonio se enfrió. Si Juan Carlos antes no necesitaba mucho estímulo, ahora, como rey, “se le ofrecían todas”, dijo un testigo. Al poco tiempo de la proclamación, narra Eyre, se fue de caza y ella le llegó de improviso al campo con sus hijos, los infantes Elena, Cristina y el actual rey Felipe VI. La asombrada fue ella, al descubrirlo con otra en la cama.
Quiso divorciarse, pero su madre la disuadió, preguntándole si quería llevar la vida miserable en que ella cayó desde la deposición de la monarquía en Grecia, en 1973. Le hizo caso, pero sacó al rey de la alcoba matrimonial para siempre. El historiador Amadeo Martínez Inglés aseguró que el rey se ha acostado con unas 5.000 mujeres. Según reportes secretos a Franco, fueron 332 cuando estaba en sus 20; 2.154, de 1976 a 1994; y otras 191, entre 2005 y 2014. Más moderada es la cifra de 1.500 amantes que dan biógrafos como Andrew Morton y la propia Eyre. “Por cada gramo de verdad hay una montaña de especulación”, matiza el primero al respecto. Se murmura, de igual modo, sobre la existencia de unos 20 hijos ilegítimos, frutos de esas aventuras con artistas, modelos, nobles o sencillas campesinas. Solo dos personas han reclamado su paternidad ante los tribunales, Íngrid Sartiau y Albert Solà, sin éxito.
“Es tan mujeriego que con la única con quien no pasa mucho tiempo es con Sofía”, rezaba una chanza popular cruel con la reina, blanco además de los desplantes del rey. En una entrevista, por ejemplo, no fue capaz de responder categóricamente si se enamoró de ella. Juan Carlos siempre se llevaba un colchón a sus jornadas de caza para disfrutar cómodamente con sus amantes, según el historiador Amadeo Martínez Inglés. “¡Qué más me da!”, decía Juan Carlos ante las críticas por sus infidelidades, que eran un secreto a voces, lo mismo que sus dudosos negocios, pero la arrogancia se le empezó a devolver en 2012, cuando un accidente durante una cacería en Botsuana confirmó su derroche de lujos decadentes y sus amores con la princesa Corinna zu-Sayn-Wittgenstein.
Juan Carlos y la reina en Palma de Mallorca en 2005. Se han filtrado grabaciones en las que ella lo regaña ante lo torpe que se ha vuelto por sus problemas de movilidad. Ello, junto con el escándalo de corrupción de su hija Cristina y su esposo Iñaki Urdangarin, precipitaron su abdicación en Felipe en 2014, luego de llevar el país a la democracia. Reyes eméritos, pasaron a llamarse él y Sofía, quien tuvo así que soportar otra humillación. Las cosas no pararon ahí, dado que Corinna lo traicionó. El policía José Manuel Villarejo grabó unas conversaciones en las que ella declaró que Juan Carlos recibía millonarias comisiones de monarcas árabes por interceder en favor de empresarios españoles para que les concedieran contratos. El caso más sonado es el de los 100 millones de dólares que le dio el rey Abdalá de Arabia Saudita, 65 de los cuales escondió en una cuenta de su querida.
Fue una donación en agradecimiento porque su hijo y ella lo cuidaron en su enfermedad, justificó la princesa. Pero se sospecha que la intención del rey fue blanquear el capital. La biógrafa Pilar Eyre asegura que la reina no solo sabe de los manejos turbios de Juan Carlos, sino que lo ha instado a ello, temerosa de que los derroquen y queden en la ruina. Corinna, además, aseguró que él le prometió divorciarse de Sofía y casarse con ella, pero que no tenía dinero, así que le tocaba trabajar, para lo cual él la pondría en contacto con personas influyentes. Eso sí, debía darle la mitad de las ganancias. “No conoce los límites entre lo legal y lo ilegal”, sostuvo la relacionista, llamada “chantajista profesional” por el bando del exjefe de Estado. Así mismo describió su supuesta codicia: “Tomaba un avión a los países árabes y regresaba hasta con cinco millones de euros en un portafolios. La plata está en La Zarzuela. Tiene una máquina para contar billetes. Lo vi con mis propios ojos –agregó Corinna–. Sé dónde están las cuentas, las propiedades compradas con esos dineros y quiénes son los testaferros”.
Tras la renuncia de Juan Carlos, los cercanos a Sofía aseguran que le incomoda ver su agenda reducida y sentirse relegada en palacio por su nuera, la reina Letizia, con quien protagonizó una pelea en público. A raíz de este y otros indicios, las autoridades de España y Suiza iniciaron investigaciones para conocer si Juan Carlos incurrió en lavado de activos y fraude fiscal. La situación se tornó tan grave, que hace poco se tuvo que exiliar en los Emiratos Árabes Unidos y el rey Felipe renunció a su herencia, lo que significó una virtual ruptura con su padre.
¿Sabía Sofía de los pasos de su marido? Pilar Eyre asegura que sí. Es más, lo instó a ello, pues teme que queden en la ruina si son destronados, algo de lo que ahora, ante tal seguidilla de escándalos, se habla con insistencia. Ella parecía haberse acercado al rey en los últimos años, pero ante el nuevo revés, no lo siguió al exilio, sino que permanece en sus aposentos del primer piso de La Zarzuela, testigo mudo de sus lágrimas a causa de esta historia sin final feliz. * Puede leer más artículos de Jet-Set aquí.