Los soldados que han soportado los horrores del combate rara vez quieren regresar al campo de batalla. Ese, sin embargo, no fue el caso de Chris Kyle. El tejano escogió volver a Irak tres veces después de su primera ronda, a pesar de que tenía dos hijos que tuvieron que crecer al lado de su madre. Estos ‘sacrificios’ le permitieron sumar, como francotirador del equipo de Navy Seals, 160 muertes confirmadas, aunque según sus propios cálculos —imposibles de corroborar— fueron 255. Nadie lo superó, difícilmente alguien lo superará. Tras su estreno el pasado puente en Estados Unidos (por el festivo en honor a Martin Luther King, precisamente asesinado por un francotirador), la cinta recogió 90,2 millones de dólares en taquilla y rompió récords para estrenos en enero. También fue nominada a seis premios Oscar que incluyen mejor actor, mejor adaptación y mejor película. Ese éxito se alimenta, en parte, por un tráiler que cautiva y por la controversia que rodea a la película y a su fuente, el libro American Sniper (Francotirador) que Chris Kyle publicó en 2012 con Scott McEwen y Jim DeFelice. La cinta y el libro dividen la opinión de los espectadores. Algunos la consideran una apología al belicismo, otros un testimonio antiguerra, e incluso una ambigua mezcla entre las dos. En su libro, el tejano narra su historia en primera persona. Cuando se publicó en 2012 llegó a la lista de best sellers en Estados Unidos. El autor presenta brutalmente su manera de ver la guerra: una puja entre estadounidenses que merecían su protección y sacrificio, y los iraquíes, a quienes califican de drogados de corazón hostil y salvaje, que merecían morir. El francotirador, al que sus compañeros llamaban ‘leyenda’ y sus enemigos ‘el demonio de Ramadi’, disfrutaba cruzar el océano y dispararle desde distancias enormes a cuanto iraquí se ponía en su mira. Kyle también confiesa en su biografía que odiaba a la gente que, en el papel, iba a liberar de la opresión del terrorismo. En varios pasajes afirma: “Me importan un verdadero culo los iraquíes”, “Odio a los malditos salvajes”. Y sobre los gajes de su trabajo afirma: “Cuando se trabaja en una profesión que implica matar gente, uno se pone creativo”. La cinta de Eastwood lo matiza. Cuando vuelve por segunda vez a Irak, uno de los soldados hastiados del conflicto le pregunta a Kyle por qué regresó. Este responde lo hizo para acabar con el ‘mal’. El preguntón concluye: “Hay maldad en todas partes”. Los Kyle del cine y del texto establecen como suyo el credo de ‘Dios, Patria y Familia’, pero mientras el del cine lo muestra con idealismo, el del libro lo usa como pretexto para encubrir su gusto por la muerte, que pudo ser adquirido. Después de todo, la vida del francotirador es distinta a la del soldado, y se asemeja más a la de un cazador que se infiltra en el territorio de su presa, busca un lugar desde el cual pueda esperarla, con la paciencia y quietud de un pescador, para luego eliminarla con la precisión de un cirujano. Para juzgarlo, habría que ponerse en sus zapatos y tomar sus decisiones. Bien lo expresó otro reputado francotirador estadounidense, Jim Gilliland. Para ser francotirador “hay que moverse rápido, disparar certeramente y dejarle el resto al psicólogo en diez años”.