Desde comienzos del siglo XX, cuando comenzaba la administración de Theodore Roosevelt, comenzó la tradición de llevar a la Casa Blanca mascotas entre las familias presidenciales de Estados Unidos. Estos personajes de cuatro patas han ganado un lugar en la historia con sus anécdotas y su cada vez más notoria presencia pública, como es el caso de Major y Champ, los perros de los Biden: reciben un amplio cubrimiento de la prensa, a pesar de que llegaron a la residencia oficial desde Delaware, cuatro días después de que sus amos se instalaron en la capital.

“Champ está disfrutando de su nueva cama junto a la chimenea, y Major adora correr por la explanada sur”, decía el comunicado oficial sobre su presentación. Champ llegó a formar parte de la familia en 2008, poco después de que Biden fuera elegido vicepresidente de Barack Obama, como un regalo de Jill, su esposa, y fue llamado así por elección de los nietos del mandatario. Major, por su parte, fue acogido en 2018 y proviene de un refugio para mascotas, lo que lo convierte en el primer perro adoptado en llegar a la Casa Blanca.

La presentación de ellos causa tanto revuelo porque la última vez que hubo un can en el número 1600 de la avenida Pensilvania de Washington fue durante el periodo presidencial de Obama, quien heredó algo de su popularidad a Sunny y Bo, sus dos perros de agua portugueses. Entre enero de 2017 y el mismo mes de 2021, Donald Trump rompió la costumbre al ser el único ocupante en 100 años sin mascota durante su mandato; argumentó en alguna ocasión que no tenía tiempo para eso.

Lo que quizás obvió el controversial exmandatario es que “ya sea brindando compañía o humanizando la imagen política del presidente, los perros de la Casa Blanca han hecho bien su trabajo”, tal y como asegura la White House Historical Association en sus registros sobre los ocupantes caninos del lugar.

Basta solo con recordar a los más recientes y populares, como los ya mencionados Bo y Sunny, quienes acompañaban principalmente a la entonces primera dama, Michelle Obama, en sus actos públicos, y resultaban ser la sensación en especial si entre el público había niños. Según aseguran quienes trabajaron durante esa presidencia, Bo era la sombra de Michelle y hasta la acompañaba en la cama en caso de que su esposo estuviera de viaje por asuntos oficiales. Bo llegó a la vida de los Obama como un regalo por parte del Senador demócrata Ted Kennedy, quien cada vez que visitaba la Casa Blanca y se encontraba al animal dedicaba unos minutos para saludarlo.

En honor de Bo y Sunny, se escribieron durante su periodo en la Casa Blanca dos libros infantiles: First Dog y Bo, America’s Commander in Leash.

Todo el terreno de la propiedad ha sido exhaustivamente explorado por los perros presidenciales, que, incluso, han contado con el privilegio de pasearse por las áreas más restringidas del perímetro, como las oficinas del staff presidencial, algunas veces ocasionando más de un apuro a sus dueños. Es el caso de George H. W. Bush, quien se vio obligado a enviar una nota a sus colaboradores para que dejaran de alimentar a Ranger, su springer spaniel inglés, pues el animal llegó a tener problemas de sobrepeso a causa de los bocados que recibía. Aprendiendo las lecciones de lo vivido por su padre, George W. Bush trató de mantener siempre cerca a su amigo Barney mientras trabajaba. El terrier escocés tenía junto al puesto de su secretaria personal un espacio para el tazón de agua, comida y juguetes.

“Nunca hablaba de política y siempre fue un amigo leal”, dijo George W. Bush acerca de su terrier escocés, Barney, fallecido en 2013. | Foto: 2004 Getty Images

Barney se hizo popular con el beneplácito de las redes sociales después de que la “Barney Cam” se viralizara por primera vez en 2001. Se trataba de un video, filmado con una cámara que el perro llevó a cuestas por toda la Casa Blanca, para mostrar desde su punto de vista los preparativos de las festividades navideñas. En su primera edición, el video logró atraer 24 millones de visitantes a la página web de la Casa Blanca. El pequeño bigotudo negro llegó a tener retratos oficiales firmados con la huella de una de sus patas y en 2017 su dueño lo incluyó en una serie de retratos que pintó sobre veteranos heridos durante su gobierno. Tal vez esto se relaciona con el espíritu combativo del animal, pues en una ocasión mordió al corresponsal de prensa Jonathan Decker y en otra atacó a un perro policía. Ambos incidentes sin mayores consecuencias que la de hacer pasar bochornosos instantes a los Bush.

De otro calibre eran los asuntos entre las mascotas de los Clinton, pues Socks, el gato de la familia, y Buddy, un labrador chocolate, parecían no llevarse bien y por eso debían permanecer siempre en lugares separados durante su estadía en la vivienda presidencial. De eso quedó registro en el libro Dear Socks, Dear Buddy, escrito por Hillary en 1998. La publicación incluye relatos sobre su rivalidad, hábitos y algunas cartas de niños dirigidas a ellos, recibidas desde el momento en que los Clinton anunciaron que buscaban un nombre para su perro.

Socks, el gato, y Buddy, el labrador, fueron los acompañantes de la familia Clinton en la Casa Blanca. Por orden de sus propietarios y debido a las diferencias entre ellos debían permanecer separados para evitar cualquier tipo de percance.

Buddy, el más juguetón de este inusual dúo, recibió constantes elogios por parte del mandatario, quien se refería a él ante los periodistas como su “verdadero amigo”. Lo salvó de meterse en un gran lío en una ocasión en la Casa Blanca cuando estuvo a punto de derribar una exhibición de postres. Pues sí, la mayoría de las veces son las familias presidenciales las que se encargan directamente del cuidado y disciplina de sus mascotas.

Lucky, el perro de Ronald Reagan, pasó de ser una “bola de pelos” a tener el tamaño de un “poni”, según lo describía Nancy Reagan.

Otros célebres residentes perrunos en Washington durante las últimas décadas han sido Lucky, el boyero de Flandes de los Reagan, que arrastró a su amo Ronald en frente de la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, en 1985. Liberty, una golden retriever perteneciente a Gerald y Betty Ford, ocupó titulares y portadas cuando dio a luz a sus nueve cachorros en la Casa Blanca y en una oportunidad no pudo contener las ganas e hizo sus necesidades en medio del Despacho Oval. Para impedir que uno de sus sirvientes se encargara del lío, el presidente dijo: “Yo haré eso. Ningún hombre debería tener que limpiar al perro de otro hombre”. O la extensa lista de los acompañantes de los Kennedy, en la que además de sus diez perros aparecían aves, hámsteres, conejos y hasta caballos, siendo el más famoso Macaroni, el poni de Caroline Kennedy, junto al que la pequeña visitaba a su padre en la oficina presidencial.

Liberty acompañaba al presidente Gerald Ford en el Despacho Oval y más de una vez caminó con él a altas horas de la madrugada por la Casa Blanca.

Todo apunta a que la vida de Major y Champ será bastante ajetreada durante los próximos años, pues ahora están expuestos al ojo público como cualquier miembro de la familia presidencial. No en vano ha crecido la tendencia en internet de DOTUS (Dogs of the United States), término con el que se refieren a ellos. Ya apareció cierto ruido a su alrededor por unas cuentas sin verificación en Twitter e Instagram, con más de 10.000 seguidores, creadas al parecer por fans de estos privilegiados animales y que la oficina de Biden se ha apresurado en asegurar que no tienen ninguna relación con ellos.