El 27 de marzo de 1995, mientras Milán despertaba en una mañana despejada de primavera, un desconocido le disparó cuatro tiros por la espalda al magnate de la moda Maurizio Gucci, cuando entraba a su oficina privada en el edificio Via Palestro 20, uno de los más lujosos de la ciudad. Las autoridades encontraron al heredero de la reconocida dinastía italiana, dueños de la marca Gucci, ensangrentado y moribundo en las escaleras del edificio, en brazos de un portero que nada pudo hacer para salvarlo. El caso llenó de consternación al mundo de la moda y a los italianos, que no entendían quién podía estar detrás de un asesinato tan atroz.
Dos años después, cuando muchos ya se resignaban a que el crimen iba a quedar impune, una noticia le dio la vuelta al mundo y generó un escándalo de grandes proporciones en la alta sociedad italiana. Las autoridades capturaron a Patrizia Reggiani, la exesposa del magnate, como la principal sospechosa de haber ordenado y pagado el asesinato. Pronto, los mismos medios que antes la seguían como una de las socialites más reconocidas de la época, y la habían apodado Lady Gucci por su personalidad extrovertida y desparpajada, comenzaron a mostrarla como una mujer cruel y despiadada, capaz de hacer cualquier cosa para satisfacer sus caprichos. La imagen de ella vestida de negro, con gafas oscuras y llorando en el funeral de Maurizio le dio la vuelta al mundo y le granjeó el apodo de la Viuda negra. La vida de Patrizia reúne todos los elementos de un gran thriller: lujos, poder, amor, traiciones, un asesinato y una protagonista desparpajada y despreocupada que parece sacada de la ficción. Su historia se convirtió en una de las favoritas de los medios italianos, que siguieron atentos su paso por la cárcel y su pelea por una parte de la herencia del marido que había mandado a asesinar, pero poco a poco fue quedando en el olvido, relegada por otros escándalos. Hasta esta semana, cuando Ridley Scott (el director de Alien, Blade Runner y Gladiador) anunció que llevará la historia al cine con Lady Gaga en el papel principal.
Y no es para menos. La vida de Patrizia reúne todos los elementos de un gran thriller: lujos, poder, amor, traiciones, un asesinato y una protagonista desparpajada y despreocupada que parece sacada de la ficción. Ni siquiera cuando estaba en la cárcel, condenada a 26 años, parecía arrepentida, pues seguía actuando como si todavía fuera una mujer llena de glamour y dinero. Tanto que en 2011, cuando un juez le ofreció libertad provisional a cambio de que saliera a trabajar, prefirió quedarse entre rejas: “Nunca en mi vida he trabajado. No pienso empezar ahora”, dijo. Su actitud de niña mimada comenzó en su infancia. Nació en el hogar de una camarera y un camionero a las afueras de Milán. Pero su padre logró crear una buena fortuna en el negocio del transporte y solía regalarle abrigos costosos y automóviles de último modelo.
Maurizio Gucci junto a sus primos, Roberto y Giorgio, a quienes sacó del negocio familiar para quedarse con la empresa. Para cuando Patrizia lo mandó matar, en 1995, ya la había vendido a un consorcio internacional. Más grande, cuando su familia ya era rica, comenzó a asistir a los eventos y a las fiestas de la alta sociedad de Milán. Allí conoció a Maurizio Gucci, el nieto de Guccio Gucci, el diseñador que había fundado la marca que lleva su apellido. Se enamoraron, aún en contra de la familia de él que la consideraba una aparecida, y se casaron en 1972.
En esa época todo era felicidad: ambos tenían 24 años y respiraban un aire de rebeldía: “Maurizio se sentía libre conmigo –le dijo Patrizia alguna vez a The Guardian–. Nos divertíamos, éramos un equipo”. Por esa época nació su apodo de Lady Gucci, pues ella y su esposo se movían en una vida de lujos entre Milán y Nueva York, frecuentaban a personajes como Jackie Kennedy y tenían un penthouse en Manhattan, un yate para viajar a una isla privada y un carro con placas personalizadas que decía ‘Mauizia’. Ella, por su parte organizaba fiestas temáticas a las que invitaba a los grandes personajes de la moda. El matrimonio parecía feliz y tuvieron dos hijas: Allegra y Alessandra. Un juez decidió que el asesinato no acababa el acuerdo de divorcio y estableció que debía recibir un millón de euros anuales de la herencia. Pero las cosas cambiaron cuando el padre de Maurizio murió y él heredó el 50 por ciento de la compañía, que pasaba por un mal momento económico. Decidido a restaurar sus épocas de gloria, el joven Gucci logró sacar a sus tíos y primos del negocio para quedarse con el 100 por ciento de la firma e inició un agresivo plan para recuperar las finanzas. Pero eso mismo le trajo una feroz competencia con su propia esposa, quien siempre intentó tener control y poder sobre la marca.
Las diferencias acabaron con el amor y en 1984, Maurizio la abandonó. Cuando ella descubrió que se había ido con otra mujer se enfureció y llena de ira comenzó a decir siempre que podía que algún día se vengaría. Incluso, seguía con contactos en la empresa que le hablaban de los planes de su marido y siempre que podía lo llamaba para criticarlo, insultarlo y amenazarlo. En uno de sus diarios incluso escribió una especie de premonición: “Hay quienes mueren en accidentes de coche, otros de enfermedades, y hay quien tiene el privilegio de convertirse en objetivo de un asesino a sueldo”. En los años noventa los malos manejos de Maurizio lo llevaron a perder la empresa de la familia, que terminó en manos de un consorcio internacional, algo que Patrizia nunca le perdonaría.
Pero la gota que colmó el vaso cayó cuando se enteró de que su exesposo se iba a casar con la otra mujer. Temiendo perder su lugar como Lady Gucci y la herencia a la que tenía derecho, le dio a su mejor amiga varios millones de liras y le pidió que contratara a un sicario para matarlo. No la habrían descubierto si no hubiera sido porque su amiga alardeó del crimen con la persona equivocada, que le pasó la información a la Policía. Siempre alegó que era inocente y que le habían tendido una trampa, decía que le habían pedido el dinero prestado sin decirle que era para matar a Maurizio. Pero las pruebas en su contra resultaron contundentes. Aún así, cuando estaba en prisión, un juez decidió que el asesinato no acababa el acuerdo de divorcio al que había llegado con Maurizio, según el cual ella debía recibir un millón de euros anuales de por vida.
Eso le generó una guerra judicial con sus dos hijas, quienes al principio creyeron en su inocencia, pero luego hicieron hasta lo imposible para evitar que ella recibiera parte de la herencia. Según los medios italianos, las protagonistas llegaron a un acuerdo amistoso, en el que ella aceptó algunos beneficios a cambio de recibir el dinero. Finalmente, Patrizia salió libre bajo fianza en 2013 y actualmente trabaja de asesora en una tienda de lujo, mientras trata de vivir una vida tranquila y alejada de los medios. Algo que seguramente le quedará muy difícil en los próximos años, cuando la película sobre su vida llegue a las salas de cine. Lo cierto es que ella nunca podrá quitarse de encima la sombra de haber asesinado a su propio esposo.