En junio del año pasado, Jeffrey Epstein estaba tranquilo en su apartamento de París, siguiendo la vida de lujos que llevaba hasta entonces. Aunque en Estados Unidos estaban volviendo a hablar de él en la prensa, por un artículo en el que denunciaban lo ventajoso del acuerdo al que había llegado con la fiscalía hace unos años por sus cargos de pedofilia y prostitución, él no creía que nada le fuera a pasar. Era un todo poderoso, un hombre con poder e influencias que se consideraba intocable.
Pero el 7 de julio, solo unos días después, cuando regresó a Nueva Jersey confiado, lo atraparon y lo mandaron a una de las cárceles más seguras de Nueva York. Duró allí apenas unas semanas, hasta que, envuelto en un escándalo que le daba la vuelta al mundo, decidió quitarse la vida (algunos aún dicen que lo pudieron haber matado) en su celda.
Desde ese momento el periodista Barry Levine se interesó en seguir esa última parte de la historia: qué pasó con Epstein en la cárcel y qué tanto dijo acerca de las acusaciones que lo rondaban por una supuesta red de prostitución con menores de edad a las que reclutaba como masajistas y luego abusaba y compartía con sus poderosos amigos. Para eso fue hasta la cárcel y habló con algunos de los presos que estuvieron con Epstein durante esos días.
El resultado es sorprendente porque al parecer Epstein habló mucho con dos presos y les contó cosas sobre Donald Trump y Bill Clinton. Las conversaciones fueron semanas y días antes de su aparente suicidio y estuvieron llenas de anécdotas y detalles llamativos, aunque no hubo acusaciones directas o temas relacionados con algún delito.
Sobre Trump, por ejemplo, habló con William “Dollar Bill” Mersey, el dueño de un burdel que estaba en la cárcel por un tema de fraude. Él, para reducir horas en prisión, se había inscrito a un programa llamado ‘intimate companion’, en el que entrenaban a los presos para cuidar a los compañeros en riesgo de suicidio y luego les hacían pasar 24 horas con ellos para vigilarlos.
Como Epstein estaba catalogado como un preso con peligro de suicidio, Mersey pasó varios días con él y el millonario le contó una anécdota sobre un día en el que viajó con el presidente (en ese entonces aún era solo un magnate) en su avión privado con una chica de Francia.
Trump le habría pedido a Epstein que aterrizaran en Atlantic City para poderle mostrar a “la amiga” su casino, y Epstein le respondió: “No porque está llena de ‘basura blanca’”. La chica francesa les preguntó a ambos “¿Qué es ‘basura blanca’?”, y Trump, usando su sentido del humor agresivo, respondió: 'Es gente como yo, pero sin plata".
La anécdota comprobaría la amistad entre el presidente y el pedófilo, quienes compartieron clubes sociales y fiestas en Florida durante los años 90 y 2000. El propio Trump reconoce la relación, pero dice que se pelearon en 2008 y que desde entonces no volvieron a hablar. Cuando estalló el escándalo, de hecho, dijo: “No he hablado con él en 15 años y no era un fan suyo, eso te lo puedo decir”.
Mersey también le contó al autor del libro que Epstein le contó historias sobre los días en los que Bill Clinton era un Don Juan, un seductor de mujeres sin escrúpulos que siempre hacía comentarios inapropiados, pero le explicó que “ya no puede hacer nada así porque ha tenido un par de cirugías de corazón”. En una de las anécdotas que le contó sobre el expresidente, este le hizo un comentario a una mujer que pasó al lado de ambos cuando estaban caminando por una ciudad de China: “Esa mujer me pone más duro que la aritmética china”.
Al igual que Trump, Clinton ha confirmado su amistad con Epstein e incluso ha aceptado que viajó en su avión privado, pero asegura que no sabía nada de sus delitos ni de sus fechorías con menores de edad.
El otro prisionero que habló con Epstein, por el mismo motivo de su compañero, es Michael “Miles” Tisdale, quien está acusado de tráfico de drogas. Según cuenta, alguna vez le preguntó al multimillonario por las historias sobre él y este le respondió que aunque se le acusaba de acostarse con menores de edad, “en realidad tenían quince, dieciséis, diecisiete y dieciocho años, ¡no ocho o nueve!”. También le dijo que siempre lo motivaban “los coños”.
Según Tislade, los administradores de la cárcel habían aislado completamente a Epstein, pero aún así otros presos se la arreglaban para intentar sacarle plata (sabían que era un millonario), vendiéndole objetos de la comisaría a precios desorbitados. Él incluso habría llegado a pagarles a algunos compañeros para “comprar seguridad”.
El libro también narra el caos que siguió al momento en el que los guardias encontraron a Epstein muerto en su celda durante la guardia de la mañana del 10 de agosto de 2019. cuatro minutos después de que lo encontraron, desde la cárcel llamaron al 911 solicitando atención médica de emergencia.
Un rato después, la policía de Nueva York también informó por sus radiofrecuencias que la cárcel solicitaba una ambulancia por un “posible arresto”. Según el libro, esto comprueba que al inicio, las personas a cargo de la prisión no querían que las autoridades ni los medios supieran acerca del intento de suicidio de Epstein, debido a que no querían curiosos, periodistas ni fotógrafos en sus instalaciones.
Al final, intentaron revivirlo, pero era imposible. Epstein había muerto y se había llevado todos sus secretos con él.