Dicen que la mayoría de casados pasan por la comezón de los siete años, una crisis de la cual pueden o no salir airosos. Todo parece indicar que Kim Kardashian y Kanye West no resistieron la suya. Esta semana, la prensa del corazón anunció que el divorcio de la pareja –se comprometió en 2013 y se casó en 2014– es inminente. Desde ya se perfila como una de las separaciones más taquilleras, pues están en juego más de 2.000 millones de dólares. Él cuenta con una fortuna de 1.300 millones de dólares y ella lo sigue muy de cerca con 900 millones.
Además, se da por descontado que pelearán a capa y espada la custodia de sus cuatro hijos: North, de 7 años; Saint, de 5; Chicago, de 2, y Salm, de 1. Dada su popularidad, ninguno de los dos deseará quedar en esta pelea conyugal como el malo del paseo. Aunque todas las relaciones tienen altibajos desde sus comienzos, los verdaderos problemas en el paraíso de los West empezaron en 2020.
En julio, él tomó la decisión de lanzarse a la presidencia de Estados Unidos, movida sorpresiva que se convirtió en un ridículo nacional. En una de sus manifestaciones públicas, el artista se rapó para escribir el número 2020 en su cabeza y en declaraciones posteriores tuvo una salida en falso: reveló que Kim y él habían pensado en abortar a su primogénita, North. También criticó a Harriet Tubman, una heroína en la comunidad afrodescendiente por el papel que jugó en la lucha contra la esclavitud en el siglo XIX. Posteriormente, escribió en un tuit que Kim lo quería encerrar en un hospital, aduciendo problemas mentales, que se quería divorciar de ella porque había tenido una relación extramatrimonial con otro rapero y que él llamaba a su suegra, Kris Jenner, Kris Jung Un, con lo que sugirió que se parecía al dictador norcoreano.
Kim, para darle contexto al comportamiento errático de su esposo, decidió escribir un largo tuit en el que revelaba que él sufría de trastorno bipolar y que en ese momento pasaba por una crisis. La tormenta pasó y la pareja celebró en octubre los 40 años de ella, lo cual incluyó una fiesta con sus más allegados en una isla privada, que costó un millón de dólares. Pero pronto la felicidad se tornó en amargura, y los paparazzi capturaron con su lente a Kim llorando en medio de una fuerte pelea con su marido en el rancho de este. Desde hace más de dos semanas, ella no lleva el anillo de compromiso de más de un millón de dólares que él le regaló ni se vio a West en las festividades de fin de año con la familia Kardashian.
También ha salido a la luz que estuvieron en terapia de pareja este año y la posibilidad del divorcio quedó sobre la mesa. Tanto Kim como Kanye parecen cansados de la relación. Ella, por los altibajos propios de su trastorno de personalidad, al cual definió como una condición complicada y dolorosa; y él, porque las Kardashians lo hacían sentir como un loco pretendiendo obligarlo a un tratamiento psiquiátrico.
Según fuentes cercanas a la pareja, Kim ya sostuvo conversaciones con Laura Wasser, una experta en divorcio de celebridades, quien llevó el caso de Brad Pitt y Angelina Jolie. Kim no es ninguna novata en el tema y este sería su tercer divorcio. De Damon Thomas se separó a los cuatro años por maltrato físico, y del basquetbolista Kris Humphries, a los 72 días de casada. Lo que se prevé ahora es que ella aprovechará su divorcio de Kanye para impulsar el rating de su reality, que este año llega a la última temporada. Al fin y al cabo, la serie Keeping Up with the Kardashians se ha valido todo: el cambio de género de Bruce Jenner, padrastro de Kim, los cuernos, los divorcios y todas otras excentricidades de las hermanas.
En todo caso, no deja de ser increíble que un clan de mujeres muy poco zanahorias, cuyo único gancho es ser famosas, haya podido mantener el interés del planeta entero durante 12 años, convirtiéndolas en una de las familias multimillonarias de Estados Unidos.