Leonor Espinosa sabe muy bien que tiene que sonreír para las cámaras y salir a saludar a uno que otro cliente VIP que va a su restaurante Leo, sin embargo, ella prefiere quedarse detrás de los fogones, en medio de los mesones, armando sus platos, debatiendo con su equipo sobre sabores y oportunidades, sin necesidad de tener que estar figurando en los medios, pues su intimidad es lo más valioso que tiene.
Así lo expresó en su más reciente entrevista para la revista Bocas, donde no solo rememoró esa adolescencia truculenta y bohemia que ella misma en su curiosidad y terquedad eligió, sino también cómo estuvo metida en lugares donde “expuso su seguridad”, pero que de la misma manera supo decir que no a los extremos que ella sabía no debía tocar.
En su conversación reveló cómo siempre fue esa “oveja descarriada” que se salió de un rebaño de seis hijos, cuya mamá intentó criar de la misma manera, sin tener en cuenta que una artista no encaja en las convenciones sociales de ninguna época, pues su labor principal es romperlas, transgredirlas y rehacerlas, como le ha tocado hacer a ella con su mismo quehacer, que ha pasado por ser modelo para artistas, relacionista pública, creadora de eventos, performista y por supuesto cocinera.
Las locaciones en las que ha estado Leonor han sido de vital importancia para su cocina y su personalidad, pues la fiesta barranquillera le dio esa confianza de creer en su intuición, luego en Cartagena supo qué era triunfar y luego fracasar. Por otro lado, Bogotá le dio la oportunidad de conocer ese mundo oscuro que siempre quiso palpar, oler y presenciar y finalmente fue Colombia entera con sus saberes ancestrales la que la guio a convertirse en la Mejor chef del mundo, título que se le otorgó en 2022.
En su entrevista, Leonor sabe que este título le trae tanto beneficios como desventajas. El reconocimiento y la “validación” de un trabajo de década se decantan en dicho reconocimiento, que de cierta forma también se extrapola a su equipo de trabajo y a todo aquellos que la han ayudado a convertirse en la cocinera que es hoy en día.
Sin embargo, la fama le molesta, ella le huye y sabe muy bien que el mundo del jet-set y las apariencias no es lo suyo, incluso hasta le tiene fecha de caducidad a su alta cocina, pues ella ya está cansada de seguir peleando por su puesto en la gastronomía, lugar que por supuesto ya se mantendrá por siempre y servirá de referente para los nuevos cocineros y chefs colombianos que sigan exaltando la gastronomía de Colombia como potencia mundial.
Leonor dice que a su restaurante Leo, que tanto soñó y logró poner en uno de los sitios que más le gusta de la capital colombiana, le quedan aproximadamente “cinco años”, tiempo en el que ella espera ya estar dedicada a la “restauración y hospitalidad”, sin tener que estar guerreándola con la competitividad que hoy hay en la gastronomía colombiana.
Y esto obedece a su principio de vida: “yo soy yo. Yo sigo haciendo lo que se me da la gana”, dejando aflorar las ideas que le llegan en sueños, teniendo viajes psicodélicos que ahora hace de forma consciente, sin necesidad del yagé, que lo dejó hace ya 10 años, y manteniendo una libertad que incluso comparte con su hija Laura, a quien admira y respeta, siendo un sentimiento recíproco en las dos.
Por ahora Leonor, quiera o no, seguirá en el radar de la cocina mundial y sigue siendo un referente de la historia gastronómica del país. Además, seguirá fiel a sus convicciones y sin importar que le haya dado el voto al expresidente Iván duque en su momento, si el actual presidente Petro la llama a trabajar con comunidades en el área de la gastronomía bajo sus propios términos, ella es la primera en ir y hacer lo que más le apasiona, crear y cocinar.