Sexo, mentiras y licor. Eso y más han presenciado en la Casa Blanca los encargados de la seguridad de los Presidentes, según el libro In the President‘s Secret Service (En el servicio secreto del Presidente), escrito por Ronald Kessler, un antiguo reportero de The Washington Post, autor de varios textos que han encabezado la lista de best-sellers de The New York Times. El volumen promete causar muchas controversias, pues no deja títere con cabeza en cuanto al comportamiento de quienes han regido los destinos de un país que se precia de un moralismo a ultranza. John F. Kennedy y sus infidelidades Uno de los más afectados por las nuevas indiscreciones de sus guardaespaldas es el prócer de la nación, el presidente mártir John F. Kennedy. Según el libro, es quien más amantes coleccionó a su paso por el gobierno. "Larry Newman y otros agentes que le asignaron descubrieron muy pronto que él tenía una doble vida. Era el líder más carismático del mundo libre. Pero en su otra vida era un hombre que engañaba a su esposa, era un marido despreciable y sus ayudantes le llevaban mujeres a la Casa Blanca para que calmara su desenfrenado apetito sexual", dice.

Uno de los agentes, Robert Lutz, afirma que un día, cuando intentaba invitar a cenar a una despampanante azafata sueca que viajaba en uno de los aviones de la delegación de Kennedy, recibió una advertencia de su superior: "Ojo: esta mujer es del ‘stock‘ privado del Presidente". No era la única. Dos de las secretarias de Kennedy, Priscilla Wear y Jill Cowen, así como Pamela Turnure, la atractiva jefa de prensa de la primera dama, Jackie Kennedy, "tenían un ménage à trois (trío) con el Presidente", cuenta el libro. No se desnudaban del todo. A él le gustaba que se quedaran con "la camiseta puesta". El romance de Kennedy con Marilyn Monroe también aparece registrado. Los agentes revelan que el Presidente y la estrella de Hollywood "tenían relaciones sexuales en varios hoteles de Nueva York y en un ‘loft‘ de la parte alta del Departamento de Justicia en Washington, cuyo jefe era Robert Kennedy". Ahí había varias camas, entre ellas una doble que utilizaba el hermano del Presidente cuando debía pasar la noche en su oficina.

Lyndon Johnson: malgeniado, borrachón y mujeriego Lyndon Johnson, que reemplazó a Kennedy tras el atentado mortal de Dallas en noviembre de 1963, resultó ser aun más despreciable para los agentes secretos. "Un día, cuando su esposa Lady Bird lo pilló haciendo el amor con una secretaria en un sofá de la Oficina Oval, los regañó duramente". Por eso tuvieron que instalarle un beeper para que lo activaran en caso de que la primera dama se acercara al despacho. "Johnson tenía un auténtico establo de mujeres", dice Kessler. La propia Lady Bird, ya viuda, lo reconoció en una entrevista en 1987: "Hay que entender que mi marido amaba a la gente. Y la mitad de la gente en este mundo son mujeres". Además de malgeniado, Johnson se emborrachaba con frecuencia. Tan pronto se iban los visitantes, se quedaba en calzoncillos o se desnudaba por completo. Y en esos casos causaba asombro entre los miembros del servicio secreto. "Era un hombre muy bien dotado físicamente", le contó a Kessler Robert Mac Millan, un auxiliar del Air Force One,. "Por eso empezamos a llamarlo ‘pelotas de toro‘, y cuando se enteró, lo molestó mucho". Richard Nixon: Depresivo Richard Nixon también tuvo sus cosas. Casi nunca hablaba con su esposa Pat y solía jugar golf de lunes a viernes a la una de la tarde. Exigía que le encendieran la chimenea incluso en los meses de verano y en los momentos más difíciles del escándalo Watergate se volvió depresivo y ordenaba un Martini o un Manhattan. En aquella época, sin embargo, el de las infidelidades era su vicepresidente, Spiro Agnew, que irónicamente se presentaba como adalid de la moral. "Le encantaba que lo dejáramos a solas en el Hotel St. Regis, en la Calle 16 de Washington, donde tenía un ‘affair‘ con una amiga de pelo oscuro", asegura un agente. Gerald Ford era tacaño Que sucedió a Nixon tras la renuncia de éste en agosto de 1974, era un hombre correcto, según el servicio secreto, pero no se metía la mano al dril. Su avaricia llegaba a tales extremos, que en ciertos casos les pedía plata a los agentes para pagar los periódicos que compraba. Jimmy Carter En cambio Jimmy Carter, que hablaba suavemente y parecía un pacífico cultivador de maní del estado de Georgia, resultó ser un hombre despiadado con quienes le servían y un mentiroso con los ciudadanos. Trataba de proyectar una imagen de hombre común y lo hacía al cargar su propio equipaje mientras estaba de viaje, pero era puro show. Durante la campaña, cargaba las maletas sólo ante la gente; después se las daba a los agentes secretos para que las llevaran. Y como Presidente hacía otro tanto. "Al bajarse de la limusina, abría la bodega y bajaba su maleta. Pero la verdad es que estaba vacía", cuenta John Piasecky, que custodió a Carter. Pero hay más. Los Carter pregonaban ser abstemios y lo cierto es que cuando no había nadie, tomaban Bloody Mary y cerveza Michelob. Y Jimmy, para simular largas jornadas de trabajo, llegaba a la Oficina Oval a las 5 ó 6 de la mañana, pero, de acuerdo con Robert Sullman, que tuvo a su cargo la seguridad del Presidente, "tras sentarse media hora en el escritorio, cerraba las cortinas y se echaba una siesta mientras su ‘staff‘ decía que estaba ocupado". En el libro de Kessler salen muy mal librados Hillary Clinton y Al Gore, que como primera dama y vicepresidente trataban a los empleados a las patadas. De Bill Clinton se habla poco. Al parecer, se las ingeniaba para ocultarse del servicio secreto y hacer locuras. Los dos Bush, en cambio, gozan del cariño de los agentes. Las fuentes de Kessler sostienen que se trata de personas sencillas, siempre preocupadas por quienes les sirven. Las hijas de George W., Barbara y Jenna, dieron más guerra. Se inventaban todo tipo de argucias para volársele a la escolta e irse a tomar trago en un bar. Barack Obama no ha puesto problema. El lío es que desde su posesión, el pasado 20 de enero, las amenazas de muerte contra el Presidente han aumentado en 400 por ciento, y hay que tomarlas en serio. La falta de custodia precipitó el asesinato de los también presidentes Abraham Lincoln, en 1865; James Garfield, 16 años después; William McKinley, en 1901, y quizá de John F. Kennedy, en 1963. Por eso los 3.500 miembros de este organismo, paradójicamente creado por Lincoln para luchar contra la falsificación de la moneda, se dedican día y noche a proteger a Obama, a su esposa y a sus hijas. Aún se ignora lo que pasa dentro de la Casa Blanca en estos días. Pero ya se sabrá.