Cuando Sheila Pistorius y su marido Henke esperaban a Oscar, el futuro padre le dijo al obstetra: “No me importa si es niño o niña con tal que tenga diez dedos en las manos y en los pies”. El deseo no se cumplió, desde el útero fue evidente que las piernas del bebé eran más cortas de lo normal y en vez de cinco dedos en los pies tenía dos. John Carlin entrega detalles de la vida temprana de Oscar Pistorius en la biografía Persiguiendo su sombra: los juicios contra Oscar Pistorius, próxima a salir al mercado. El hombre que inspiró a millones en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y cayó en vergüenza cuando se le condenó –para muchos ligeramente- por matar a tiros a su novia Reeva Steenkamp, creció en condiciones físicas y psicológicas particulares. Cuando nació Oscar en 1986, su padre lo alzó, lo declaró su hijo y juró apoyarlo hasta el fin de sus días. El bebé sufría de hemimelia peronea, una condición que afecta los huesos largos de las extremidades, y enfrentó a sus padres a un dilema entre la cirugía o la amputación de sus piernas. La familia visitó a 11 doctores, algunos sugerían una cirugía doble, otros una cirugía en la pierna izquierda y una amputación en la derecha. Pero el cirujano Gerry Versfeld los convenció de realizar una doble amputación. El peso de la decisión fue enorme y ni siquiera el doctor Versfeld fue inmune: “La razón decía que era la decisión correcta, pero cortar las extremidades a un niño pequeño fue desgarrador”, confesó. La operación duró dos horas por cada pierna, y fue mucho más compleja que cortar huesos. El atleta siempre agradeció al doctor esa decisión que le evitó muchas intervenciones en su infancia y le permitió competir. Los Pistorius llevaron entonces a Oscar al especialista en prótesis Trevor Brauckman, quien le construyó y calzó sus primeras piernas artificiales. Con el tiempo aprendió a correr, a jugar con su hermano Carl, y se expuso como cualquiera a montar bicicleta, jugar fútbol en terrenos rocosos, y subirse y caer de árboles. Todo con el apoyo de su madre que lo educó para jamás sentirse inferior. La situación económica de Henke se deterioró, y esto llevó al divorcio de la pareja en 1992. El hombre se reubicó a 700 kilómetros de distancia, desde donde mantuvo contacto con sus hijos, pero no respondía a sus obligaciones. Sheila y sus hijos se mudaron a un nuevo barrio, a una casa más pequeña e insegura donde ella cayó víctima de la paranoia. Los ladrones se le entraron varias veces, y ella vivía aterrorizada por los sonidos que oía en la noche. Cuando sentía movimientos llamaba a la Policía, levantaba y reunía a sus hijos en su habitación, cerraba con seguro y esperaba la llegada de los patrulleros. Pero dormía con una pistola cargada bajo su almohada, lo cual pareció marcarlo de por vida. Sheila, con todo y su nerviosismo, se convirtió en el apoyo de Oscar. Frente a él se mostraba positiva y le enseñó a lidiar con los comentarios de sus compañeros y con los periodos de dolor (que podían durar meses) en los que sus muñones ampollados y agrietados le hacían sufrir lo indecible. Pero según Carlin, las lecciones que le dieron seguridad, le impidieron enfrentar la realidad y truncaron su desarrollo emocional. Entró al Pretoria Boys, un colegio de corte casi militar, y aún en pruebas físicas en las que jóvenes normales se rendían, se negaba a desistir. Pistorius se exigía más que los demás. Escondía sus dolores, pero el ejercicio de proyectar la falsa imagen de ser indestructible le generaba ansiedad. Sheila sufría enormemente por dentro. Dos años después del divorcio cayó en el alcoholismo. Cuando su salud empeoró, los doctores consideraron trasplantarle un riñón, pero era tarde. Murió a los 43 años, cuando Oscar tenía 15. El futuro atleta no lloró en el sepelio, a diferencia de su hermano mayor y su hermana menor Aimée, pero al día siguiente se levantó inconsolable. Como de costumbre, Oscar Pistorius había mostrado su cara imperturbable, solo para derrumbarse después. Esa característica le acompañaría toda su vida, como quedó demostrado en la noche en que mató a su novia.