“Nicolás, Nicolás. Tú eres la mejor prueba de los logros de nuestra revolución. Hace años manejabas un bus y ahora eres canciller”. Las palabras son de Hugo Chávez y aunque después de pronunciarlas soltó una carcajada en el ambiente quedó la sensación de que el entonces presidente de Venezuela estaba hablando muy en serio y que el cambio de oficio de Maduro era la demostración de que en el país sí había habido un histórico revolcón social. Y otra cosa queda clara en esta relación y es la reciproca fidelidad. El presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, ungido por Chávez como su heredero y desde este lunes el candidato del oficialismo para las elecciones del 14 de abril, es un chavista incondicional que juró lealtad hasta más allá de la muerte a su mentor. Algunos lo tildan de radical y todos coinciden en su indiscutible lealtad al proyecto de Chávez, del que no se separó en los 20 meses que luchó contra el cáncer que acabó con su vida el pasado 5 de marzo. A él lo ungió Chávez como su sucesor y a él le correspondió dar la noticia de la muerte del líder de la revolución bolivariana, que gobernó Venezuela desde 1999. Nacido en Caracas en 1962 y criado en la popular barriada de El Valle, Nicolás Maduro es un convencido izquierdista que se inició en el grado medio como líder estudiantil. Sin pasar por la universidad, trabajó como chófer de autobuses del Metro de Caracas y llegó a ser un destacado líder sindical en los años 90. Quienes lo conocen aseguran que es un hombre de equipo, que sabe apoyarse en los grupos con los que trabaja y que tiene dotes para la negociación, aprendidas durante su pasado como líder sindical, una experiencia de la que también sacó una profunda y estructurada formación ideológica maoísta. Conoció a Chávez mientras éste cumplía condena en prisión por el fallido golpe de Estado de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez, en un momento en que varios grupos se acercaban al teniente coronel. En ese contexto también conoció a su pareja, la abogada y actual procuradora general del país, Cilia Flores, (nueve años mayor que él) una de las letradas que asesoraban a Chávez. De sonrisa amplia bajo su bigote, contribuyó a la fundación del partido que llevó al mandatario al poder, el Movimiento V República (MVR) y fue elegido diputado en el año 2000 tras haber participado en la redacción de la nueva Constitución Bolivariana de 1999. En enero de 2006 fue designado presidente del Parlamento, puesto en el que duró escasos siete meses, ya que en agosto de ese mismo año recibió el cargo que le daría proyección internacional: el Ministerio de Exteriores. “Es una persona en el trato personal muy cordial, con buen sentido del humor, pero cuando tiene que apretar aprieta y con el adversario es duro, por supuesto”, asegura el periodista y viceministro de Asuntos Exteriores hasta 2007 Vladimir Villegas, quien además fue a la misma escuela que el delfín de Chávez. Colaborador histórico y beneficiario de una gran confianza presidencial, tomó las riendas del país cuando Chávez estaba tratándose el cáncer en Cuba sin poder contener, en muchas ocasiones, el torrente de lágrimas. Chávez lo nombró vicepresidente en octubre pasado, cuando se erigió de facto y sin demasiadas sorpresas como el hombre fuerte del chavismo. Sus detractores le acusan de haber destrozado la Cancillería sacando a diplomáticos de carrera y colocando a gente que le había acompañado durante su vida laboral y que terminó entrando en el Ministerio de Exteriores junto a él. Hay quien también recuerda la visita que él y Flores hicieron al líder espiritual indio Sai Baba en 2005, algo que para algunos evidencia sus extraños hábitos religiosos mientras que otros consideran que demuestra el carácter de Maduro. “Él es tan curioso y tiene siempre tanta ganas de conocer, que fue a la India y quiso conocer a Sai Baba, y se fue hasta allá. Eso es todo, así es él”, dijo a Efe una excolaboradora suya. Hoy es aspirante a la presidencia desde la insólita situación de presidente encargado. Y fiel a su antecesor, en estas breves horas de campaña se ha dedicado a insultar a Henrique Capriles. Su último escollo en la carrera que inició hace muchos años en el timón de un bus y que ahora seguramente terminará con la conducción de un país.