Los talibanes, que en 2012 le dispararon a Malala Yousafzai en la cabeza por ir a la escuela, aún ejercen su influencia violenta en Pakistán. Por eso, cuando hace algunos meses ella regresó por primera vez desde ese ataque, para pasar cuatro días con su familia, lo hizo protegida por un amplio esquema de seguridad. Para sorpresa de algunos, en su tierra Malala divide y no es ajena al odio de las redes sociales. Recibió un mar de agresiones de compatriotas que la llamaron agente encubierta de la CIA y aseguraron que fingió el episodio que casi le cuesta la vida, del que despertó a miles de kilómetros en un hospital en Birmingham, Reino Unido.En el resto del mundo, sin embargo, tiene una historia diametralmente opuesta. Alrededor del planeta la gente la ve como un símbolo de la resistencia contra lo injusto y cruel, y se ha convertido en una portavoz mundial de la lucha por el derecho de las niñas a una educación digna. Christina Lamb ha pasado mucho tiempo junto a Malala y su familia estos últimos años. La ha escuchado, ha escrito su historia (publicó Yo soy Malala en 2013) y la ha visto crecer. En una extensa nota en el diario The Times de Londres, Lamb anota que, como Pelé, Bono y un puñado de figuras, a Malala hace rato la reconocen por su nombre en todo el globo. La pieza de Lamb resulta reveladora y permite analizar el particular superestrellato humanitario de Malala en el siglo XXI, cuyas reglas esta mujer, universitaria, hija y hermana, define sobre la marcha.

Hoy, niñas y mujeres de alrededor del mundo le escriben para pedirle una visita (recibe anualmente 5.000 invitaciones). La sola idea de verla les permite creer posible sobrellevar condiciones violentas e injustas que parecen irreversibles. Por eso, como ha hecho costumbre, el día de su cumpleaños (12 de julio, Día de Malala para las Naciones Unidas) ella escoge un destino donde pueda hacer una diferencia. Para su natalicio 21 fue a Brasil, donde 3,2 millones de pequeños (1,5 millones de niñas) no tienen educación por cuenta del racismo, el clasismo, la explotación y la pobreza. En Río de Janeiro centenares de niñas y adolescentes se empeñaron en demostrarle lo mucho que les significó verla con ofrendas, lágrimas de emoción, palabras de agradecimiento e incluso un gran mural con su rostro.

La imagen de esta joven parece detenida en el tiempo, como si nunca dejara de ser la sobreviviente que a los 16 años recibió el Premio Nobel de la Paz. Pero Malala, sin olvidar lo que es ser una niña, es ahora “una universitaria de brillo labial y zapatos de marca”.A tono con los tiempos, en su periplo carioca la acompañaron tres influencers de peso, como el mexicano Juanpa Zurita, que cuenta con más de 19 millones de seguidores. El instagramer registró bajo su enfoque cada paso que dio la nobel en su visita a las favelas, al cerro Pan de Azúcar, a las playas y a las escuelas de baile.‘Oxford girl’A pesar de lo mucho que le ha cambiado la vida, y que ahora tiene entre sus amigos a Tim Cook, CEO de Apple; Sheryl Sandberg, COO de Facebook; Joe Gebbia, cofundador de AirBnB; y las actrices Emma Watson y Emily Blunt, vive Oxford como cualquiera, y agradece mucho que la traten como una más. Ya completó su primer año del programa PPE (Politics, Philosophy and Economics) y asegura estar emocionada por los dos que le quedan. No le suena asumir una carrera política, y dedica esta etapa a aprender y no a proyectarse, pero confiesa que entre sus compañeros de The Oxford Union (la famosa sociedad de debate) ve los futuros líderes de la dirigencia británica.Ella parece hacerle caso a su padre, quien le repite que no vivirá nada parecido a estos tres años. Por eso se ha lanzado de cabeza a la vida universitaria: “Voy a la Oxford Union, me uní a la sociedad de críquet, soy portavoz de la sociedad pakistaní y hago parte del comité organizador del baile del próximo verano. Me sumé a un montón de cosas, creo que es una linda experiencia de aprendizaje”, dice. En 2017 alguien publicó una imagen de Malala en jeans que se viralizó en redes y causó indignación en Pakistán. Pero más vale que el mundo se acostumbre a verla vestida de otra forma y hasta maquillada si quiere. Con cuadernos y en clase, pero también con los ojos del mundo encima, Malala apela a su familia para mantener los pies en la tierra. Su madre aún le lava la ropa los domingos, aunque asegura que cada vez está más cerca de hacerse cargo. Sus hermanos, Khushal de 19 y Atal de 13, la molestan y hacen reír. “Mi hermanito olvidó mi cumpleaños, pero al menos ya no me pregunta ‘Malala, ¿qué es exactamente lo que haces?’”.Tim Cook, CEO de Apple, y Emma Watson son sus amigos personales, pero ella no pierde su sencillez ni su sabiduría.Uno de los faros en su vida, su padre, Ziauddin, la acompaña en sus salidas por el mundo y la anima a vivir su vida, mientras aprende lecciones de una hija que siempre ha sido demasiado sabia para su edad. “Oxford la ha cambiado. Confía más en sí misma, es más independiente, más fuerte y es hermoso de ver. Me alegra mucho”. Según su padre, a Malala le resbala la fama. “Escucha a la gente que le parece valiosa, no a la gente que otros le dicen que es importante escuchar”.Con sus amigas y compañeras de clase sale a comer y discute. Y en esas charlas llega a conclusiones lúcidas: “En Pakistán pensábamos que las mujeres en Estados Unidos y el Reino Unido tenían una vida perfecta. Que estaban a salvo, que podían hacer cualquier trabajo, que estaban representadas de manera igualitaria en los Parlamentos… Por eso me golpeó ver que las mujeres no reciben el mismo pago que los hombres, y que su representación en la ciencia, la tecnología y en posiciones directivas es mínima”. Añade que se ha llegado a un punto en el que las mujeres de Occidente se conectan con las mujeres del mundo, y todas comparten lo que sufren y trabajan por causas comunes.

Malala ya completó su primer año en Oxford, y le emociona lo que le queda por vivir en los dos que le faltan. Allí, dice, la tratan como una estudiante más. Pero en el mundo, cuando se desplaza, mueve masas. En Brasil, varios ‘influencers’ registraron su visita y centenares de hijas, madres y abuelas se volcaron a las calles a expresarle admiración.La suya es la educación, y como tiene claro que el dinero mueve montañas, por ese lado encamina la conversación. Malala cita cifras del Banco Mundial según las cuales si se invierte en educación primaria y secundaria para las niñas, habría un potencial retorno económico de 30 billones de dólares a la economía mundial. “Estamos perdiendo demasiado al ignorar la educación de las niñas”. Y como si no tuviera suficientes actividades, prepara un libro sobre refugiados que publicará en enero.Su visita a Pakistán hace meses la marcó profundamente, pero no por el odio en las redes, que le resbala. Ella, que no recuerda el incidente, dice que se trató del momento más hermoso de su vida. “Fuimos en helicóptero a Swat y por primera vez pude ver todo como un ave. Montañas, ríos, el paraíso en la Tierra. Aterrizamos en el mismo lugar desde el que salí luego del disparo. Y fuimos a casa y vi mi cuarto y mis viejos trofeos escolares y libros y pinturas. Hablamos con los vecinos, con mis amigas Safina y Moniba y mi vieja rival de curso Malka e-Noor”. Fue sabia de niña y resulta refrescante que de joven adulta, a pesar de todo, mantenga tan clara su mayor virtud.