Nina Caicedo celebró su cumpleaños número 37 de la manera más amarga posible. En SEMANA, la actriz reconstruyó los hechos que vivió el pasado 3 de febrero en el aeropuerto de Cancún, donde permaneció todo el día incomunicada y prácticamente sin comida ni bebida.
¿La razón? Tenía una alerta migratoria restrictiva, al parecer por cuenta de un trámite de 2018 que no quedó bien resuelto por una abogada, con el que buscó tramitar un documento para residir y trabajar legalmente en México.
La actriz, que graba por estos días una serie para Caracol Televisión y se prepara para una nueva temporada de teatro, cuenta con indignación el trato que recibió de las autoridades de Inmigración mexicanas.
SEMANA: devolvámonos al viernes 3 de febrero. ¿Qué expectativas tenía de ese viaje a México?
Nina Caicedo (N. C.): quería ir a celebrar mi cumpleaños a Cancún, que era justamente ese 3 de febrero. Tenía un recorrido programado con unos amigos que viven en Playa del Carmen para recorrer la Riviera Maya ese fin de semana hasta el martes, cuando me iba a Ciudad de México. Era un paseo de ocho días. Me fui con una amiga que cumplió el 27 de enero; nos unimos para celebrar allá porque ninguna de las dos conocía la Riviera Maya.
SEMANA: y entonces aterriza en Cancún, muy temprano ese día y comienza la pesadilla...
N. C.: cuando llego a la casilla de Inmigración, como a las 6:00 a. m., nos hicieron seguir a las dos y nos pidieron los pasaportes. Al cabo de cinco minutos nos preguntan si vamos de paseo. Y luego escucho que dicen: “Su amiga puede pasar, usted viene conmigo”. Yo le dije a mi amiga que siguiera, que en un rato nos veíamos, creyendo que sería una cosa de rutina. Y me llevaron a una oficina a hacerme una entrevista. Me decían que a lo mejor se trataba de algo por homonimia, que no me preocupara, que sería algo rápido, mientras verificaban mi identidad. Desde ese momento, me dejaron sin celular. Ahí me dejaron dos horas sentada. Sin saber nada. Luego de ese tiempo, me dijeron que tenía todos los papeles en regla, tiquetes y reservas. Y te hacen preguntas como si uno fuera sospechoso, porque para nadie es un secreto que la gente aprovecha México para seguir a Estados Unidos de ilegal. Y escucho que una de las agentes de Inmigración dice: “Ella está en orden. ¿Qué pasa?”. Y le responden: “Tiene una alerta”.
SEMANA: ¿alguna vez había escuchado eso, que tenía una alerta de ingreso a México?
N. C.: nunca. Vine a enterarme allá de que tenía una alerta migratoria restrictiva. Y me dijeron que tocaba esperar para saber de qué se trataba. Me quedé ahí media hora y luego me explicaron que era una alerta restrictiva migratoria. Puede ser por algún tipo de delito, algo que usted haya cometido, me dijeron. Yo les decía que no era ninguna delincuente. Que en mi país era abogada y actriz. Pero me respondían que la decisión final era que tenía que devolverme a Colombia. Usted es inadmitida y no puede quedarse acá, fue lo que me dijeron. Y que no podía entrar a México hasta que no arreglara esa situación. “Eso lo tiene que hacer en su país”, decían.
SEMANA: ¿qué pasó por su cabeza en ese momento? Con todo su viaje planeado, su otra amiga con la que había viajado sin saber nada...
N. C.: me entró una angustia horrible. Imagínese, en pleno cumpleaños, y eran como las 11:00 a. m. y no sabía qué iba a pasar conmigo. Y me empieza una incertidumbre, estaba superaburrida, supertriste; además estaba incomunicada.
SEMANA: ¿cómo logra avisarle a su familia de la situación que estaba viviendo?
N. C.: en un momento me dijeron que, como la decisión era que me iban a devolver, tenía solo un par de minutos para llamar a alguien y avisarle. Preguntaba: ¿acaso estoy retenida, capturada? Estaba en una angustia total. Llamé a mi papá y le alcancé a contar lo que me había pasado. Mi papá, obviamente, entró en shock, todo el mundo preocupado. El consulado me alcanzó a hacer una llamada mientras estaba allí. Me preguntaron que si estaba bien. “Vamos a ver qué está pasando, Nina. Vamos a velar que te traten bien. Vamos a investigar por qué no te dejan entrar”, fue lo que me dijeron.
SEMANA: ¿qué pasó después?
N. C.: como había hablado con el consulado, me sentí un poco tranquila, además porque no me habían llevado aún a esa sala horrible de tránsito donde estuve tirada hasta la noche. Después de la llamada con mi papá, me quitaron otra vez el celular, me llevaron a un lugar de tránsito. Inicialmente me dijeron que me dejarían en Cancún hasta el día siguiente. Yo les decía que podía comprar un tiquete para regresarme antes, en otro vuelo, pero me dijeron que solo me podía devolver en la misma aerolínea en la que había llegado, que ese era el protocolo.
SEMANA: ¿cómo explicar que la hayan dejado incomunicada y sin sus pertenencias?
N. C.: eso es una completa arbitrariedad. No me dejaron entrar a la sala de tránsito con mis cosas personales. Yo comencé a discutir con ellos por eso. Y aún, como colombiana, quiero saber por qué las autoridades de inmigración mexicanas someten a un turista a ese abuso. ¿Cuál es la necesidad de dejarnos sin nada? Sin mi pasaporte, sin mi celular, sin mis cosas personales. Mi bolso y mi maleta de mano me tocó dejarlas en el piso, en otra sala, tirados. Sabiendo que para viajar a uno le hacen requisas previas. Te esculcan hasta los bolsillos. Eso es indignante.
SEMANA: ¿cómo es esa sala de tránsito? ¿En qué condiciones está la gente en ese lugar?
N. C.: nos encierran con llave en una pocilga, con unas colchonetas en el suelo. Conté como unas cincuenta personas, familias con niños, abuelos, de todo. Unos treinta éramos colombianos, también había peruanos y haitianos. Algunos me reconocieron y me preguntaban qué había pasado. Yo lloraba inconsolable. Les decía que estaba de cumpleaños ese día, que la gente debía estar preguntándose por qué no respondía los mensajes. Que mi familia debía estar muy angustiada.
SEMANA: ¿cómo era la situación dentro de la sala?
N. C.: es un lugar horrible, un calabozo, lleno de colchonetas y paredes con huecos de donde salían ratas. Desde adentro gritaba por qué nos dejaban encerrados como criminales. Y los de Inmigración se burlaban. Todos adentro indignados, golpeábamos la puerta. Les pedía que me dejaran hablar con el consulado y decían que ya había tenido esa oportunidad. Y les decía que el consulado me había explicado que yo podía hablar con ellos cuando quisiera, pero su respuesta era burlarse de nosotros. Me están tratando como una delincuente, les decía. Todo el día nos dejaron sin agua y sin comida, cuando yo había aterrizado desde las 6:00 a. m., y ni siquiera había desayunado. En un momento nos llevaron un botellón de agua, pero sin vasos. No sé si pretendían que nos pasáramos el botellón de mano en mano para beber.
SEMANA: ¿qué razones le dio el consulado sobre la alerta migratoria restrictiva?
N. C.: a las 5:00 p. m., al fin me sacan y me permiten una llamada al consulado. Me dicen que a lo mejor todo estaba relacionado con un proceso que había iniciado en 2018 para trabajar de manera legal en México. Y al parecer hubo una mala praxis de la abogada, que además era mexicana. Entonces como la abogada estaba en investigación, ellos pusieron una alerta para las personas que estuvieron en contacto con ella. Y a mí me pareció absurdo porque yo ni siquiera llegué a tener residencia. Pude comer como a las 6:00 p. m. Y, al salir de esa sala, se burlaron de mí otra vez, preguntándome que acaso quién era yo, que si era famosa, que había salido en las noticias. Debería regalarnos una foto, me decían en tono de burla. Usted nos va a hacer más famosos de lo que ya somos en Colombia, ja ja ja. Y todo eso mientras yo estaba sentada, llorando. Se referían a mí como la niña de los ojos tristes.
SEMANA: usted ya había estado en México... ¿Cómo fueron esos viajes?
N. C.: sí, ya había estado. Nunca me había pasado nada. Nunca me alertaron de nada. Siempre había tenido los recuerdos más gratos de los mexicanos. Y por eso me pareció un buen plan regresar. Había estado en Ciudad de México, en Guadalajara y había escuchado cosas muy bellas de la Riviera Maya, un destino que está muy de moda. Lástima que ahora me llevo esta experiencia tan amarga. Al final, después de esta pesadilla, me llevaron escoltada, cual delincuente, hasta el avión. Y solo me devolvieron mi pasaporte cuando aterricé en Bogotá.