Entre los muchos escándalos que ha tenido el rey emérito Juan Carlos I, su supuesto hijo ilegitimo era uno de los más grandes. Por eso sorprendió la noticia de que ese hombre que clamaba tener sangre real apareciera muerto.

“Albert Solà, el hombre que afirmaba ser hijo del rey emérito, Juan Carlos I, ha fallecido este sábado en la Bisbal de l’Empordà, ciudad en la que residía. ‘El monarca’, como era conocido entre los vecinos del municipio, estaba en el Bar Pa i Trago, donde se desplomó y falleció por causas que se desconocen”, registró la prensa española en el periódico La Vanguardia.

El diario cuenta que el hombre, de 66 años, salió del restaurante de Serra de Daró donde trabajaba y luego se fue al bar. “Una vez en el local, se desplomó y los servicios médicos no pudieron hacer nada para salvarle la vida. Sucedió pasadas las 22.00 horas. Todo apunta a una muerte natural”, añade.

“No quiero ser rey, solo quiero que me reconozcan. Lucharé hasta el final porque con la verdad en las manos no me para nadie”, le había dicho el mesero a SEMANA hace unos años cuando intentó interponer una demanda para que le reconocieran la paternidad.

“Yo nací en Barcelona el 16 de agosto de 1956. Luego, el 29 de noviembre, me llevaron a escondidas a Ibiza a que me cuidara otra familia. A ellos les pagaban cada tres meses entre 900 y 1.000 pesetas, una cantidad importante de dinero si se tiene en cuenta que estábamos todavía en la posguerra. Cinco años después volví a la península y en 1964 me adoptó una pareja de campesinos que nunca quiso hablarme de mis orígenes. Era un tabú en la casa”, relató Solà en ese momento.

Contó, además, que su madre biológica es María Bach Ramón, hija de una de las familias banqueras más importantes de Barcelona. Ella y el rey habrían tenido un affaire, del que habría nacido Solà, cuando ambos rondaban los 18 años. La breve aventura habría ocurrido antes de que don Juan Carlos conociera a su futura esposa, Sofía de Grecia. Aunque nunca había tenido contacto con su mamá, Solà no la culpaba por haberlo abandonado, pues creía que no tuvo voto en esa decisión e incluso siente que siempre lo ha cuidado.

Para él, los responsables de cambiar su destino fueron sus supuestos abuelos paternos, el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia de Battenberg. “A los ocho días de nacer me registraron y bautizaron con los apellidos de mi madre. En esa época la ley no permitía cambiarlos, pero mi caso fue una excepción y las autoridades los reemplazaron con los de mis padres adoptivos”, argumentaba.

Para Solà, las dudas sobre su origen surgieron durante sus años en el servicio militar, en los que vivió varios episodios inusuales. Desde que llegó al cuartel militar en 1977, sus superiores no lo trataron como al resto de sus compañeros. Primero, le hicieron ir durante dos semanas a un hospital, donde fue sometido a todo tipo de pruebas médicas. Luego, durante unas maniobras de entrenamiento en Zaragoza, un helicóptero llegó a buscarlo: “Aterrizó a las 11:30 a. m. De la nada, un soldado me pidió que me montara y lo acompañara. Y me dijo: ‘su padre ha sufrido un pequeño accidente sin importancia y le dieron ocho días de permiso para que lo visite’. Antes de subirme, el cabo, que simplemente estaba siguiendo órdenes, se volteó y me preguntó sorprendido quién era yo para obtener semejante privilegio”.

Solà contaba que empezó a resolver ese interrogante en enero de 1982, cuando visitó la clínica Maternidad de Barcelona para averiguar más sobre su pasado. Allí, el director lo retuvo cinco horas y le explicó que tenía un historial muy delicado y complejo. Le reveló que sus apellidos eran Bach Ramón y que había pasado su niñez en Ibiza. Sin más detalles, al final el doctor soltó una frase que le quedó grabada para siempre: “A su padre búsquelo en la política. Si no sucede nada en este país, permanecerá ahí muchos años”. El español encontró la siguiente pista de casualidad mientras vivía en México, en 1986. Como estaba a punto de casarse, pidió que le enviaran desde España su acta de nacimiento y le llegó una que jamás había visto.

Confundido, volvió a llamar al hospital, pero lo ignoraron. Solo le dijeron que en adelante cualquier reclamo lo tenía que hacer por vía judicial. ”Fue entonces que las cosas se pusieron raras ―asegura Solà―. “En 1993, el Gobierno me intentó cuadrar una tercera madre, por decirlo así, una señora llamada Josefa Gañeta. Yo todavía seguía en México y entablé una amistad a larga distancia con ella”.

“Pero, después de dos años, recibí una llamada anónima de Madrid que me dijo que Gañeta no era mi madre. Todavía no me la creo, eso simplemente no sucede en la vida real. Por eso es que ahora hablo con actitud”. El engaño de la tercera madre ya fue demasiado para el español. Cansado de las incongruencias y del misterio, contrató a unos detectives en 1998 para averiguar, de una vez por todas, la identidad de sus padres. Lo que le dijeron confirmó sus sospechas: había un 80 % de probabilidad de que estuviera emparentado con la familia real. Además, un historiador le explicó que en su acta de nacimiento aparece la frase ‘chupete verde’, un término que se usa para identificar a los niños de sangre azul.

“Poco después, en 2001, un magistrado de Barcelona me dijo a puerta cerrada y en presencia de mi abogado que yo era el hijo de Juan Carlos I. Ahí lo entendí todo”, afirmaba Solá.

La vida del rey de España estuvo llena de infidelidades que al final le han costado su prestigio. Recientemente se estrenó la serie Salvar al rey, de HBO, que descubre cómo los poderes del Estado, la casa real y la prensa se confabularon por años para tapar la insaciable sed de dinero de Juan Carlos I de España, su adicción al sexo y hasta los millonarios chantajes de una de sus amantes.

El programa demuestra que las operaciones periodísticas e institucionales para esconder las faltas de Juan Carlos de Borbón comenzaron mucho antes de su subida al trono, en 1975. Diecinueve años antes, el Jueves Santo de 1956, él y su hermano menor, Alfonso, jugaban con una pistola que se le disparó por accidente al futuro monarca.

El tiro le dio en la cabeza a su hermano, quien murió instantáneamente. Al revisar la prensa de esos días, los periodistas que toman parte en la serie descubren que los diarios ocultaron la verdad con titulares como: “Muere en fatal accidente”, “Se le disparó pistola cuando la estaba limpiando”, “Examinando una pistola de salón recibió un tiro”.

Detrás de la censura estaba el dictador Francisco Franco, quien para esos días ya había tomado bajo su protección al joven Juan Carlos para dejarlo como su sucesor a título de rey, por encima de su padre, Juan, conde de Barcelona. La accidentada relación entre los dos, a propósito, también es escrutada en la serie.

El hilo de la narración lo llevan prestigiosos periodistas que han cubierto a Juan Carlos por años, incluso antes de que fuera rey, y otros que estuvieron al frente de la prensa en palacio, como Jaime Peñafiel, Rosa Villacastín, Luis María Ansón, Fernando Onega, Iñaki Gabilondo y José García Abad.

García Abad cuenta que Juan Carlos estaba obsesionado con almacenar dinero y propiedades, al parecer por el trauma que le produjeron las estrecheces que pasó tras nacer en el exilio en Roma, en 1938. Al crecer, continúa García, “vivía de la caridad de los nobles y se quejaba de que le regateaban hasta las Coca-Colas”. Desde entonces, como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, juró que no volvería a ser pobre.

Fruto de esa codicia, su primera captación de dinero no ilegal, pero sí falta de ética, ocurrió en 1973. Durante la crisis del petróleo desatada por la guerra de Yom Kipur, el príncipe de España, como lo había nombrado el Generalísimo, hizo gestiones ante los monarcas de los países árabes, gracias a las cuales a España no le faltó el crudo para su marcha. Según Jaime Peñafiel, el dictador le autorizó que cobrara céntimos por cada barril de los cientos de miles que ingresaban al país.

García Abad recuerda que el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, le reveló que el rey se quedó con un millonario préstamo que le había pedido al sha de Irán, dizque para afianzar la naciente democracia en España en los setenta. Asimismo, sale a la luz cómo el hombre que le ayudó a construir su fortuna por métodos poco ortodoxos, Manuel Prado y Colón de Carvajal, descendiente de Cristóbal Colón, se echó toda la culpa y fue a la cárcel por el caso Kio. De los 500 millones de dólares robados a esta empresa de Kuwait, Juan Carlos recibió 100 millones, como lo afirma otro famoso periodista, Pedro J. Ramírez, a quien se lo reveló el gran desfalcador del ilícito, Javier de la Rosa.

Como buen Borbón, Juan Carlos también se ha caracterizado por la lujuria y en ello la serie hace revelaciones espeluznantes. Por ejemplo, sale a la luz un romance oculto por años, a pesar de que la mujer en cuestión era la conocida reportera gráfica Queca Campillo. Despechada, tras 30 años de relación, la periodista dejó, antes de morir, un diario en video que también sirve de hilo conductor a Salvar al rey, y lo que ella declara también es impresionante. Campillo narra que se convirtió en una intermediaria entre el rey y la prensa. Si él quería que algo se supiera, le encargaba a ella que lo contara a los colegas. Y él le pedía que averiguara si se habían filtrado asuntos del palacio.

Más explosivo aún resulta el recuento del romance de Juan Carlos con la vedette Bárbara Rey en los años noventa. Los periodistas coinciden en que, de manera anómala, se creyó que Juan Carlos era el Estado y se desplegó toda una red de manejos irregulares para encubrir sus excesos. Exagentes de la extinta agencia de inteligencia Cesid corroboran que, para que no lo pillaran, la entidad le acondicionó al rey un chalet en la calle Sextante de Madrid para que se viera con ella. Durante este tiempo, Bárbara Rey chantajeó al rey dos veces.

La primera, cobró 25 millones de pesetas, sacados de los recursos públicos, y un contrato con Televisión Española. La artista instaló cámaras y micrófonos en su casa, con los cuales grabó sus encuentros sexuales con Juan Carlos. A cambio de destruirlos, ante los ojos de agentes del Cesid, recibió 50 millones de pesetas, más pagos mensuales de 5 millones de pesetas (unos 300.000 euros de hoy), al igual que otro contrato de medio millón de pesetas con la televisión pública de Valencia, con el fin de que la reina Sofía, que miraba programas todo el día en Madrid y sabía del romance, no tuviera que verla.

Cuando José María Aznar llegó al poder y se enteró de que se pagaban estos chantajes del erario, se indignó y ello marcó su pésima relación con Juan Carlos. Según otra reportera, Ana Pardo de Vera, el rey se burlaba de él. “El enano este me va a decir qué hacer”, fueron las palabras del Borbón, porque el político quiso que rindiera cuentas.

De Sofía, Pilar Urbano y Peñafiel confirman cómo sorprendió a Juan Carlos con Queca en la cama y salió corriendo con sus hijos a la India, donde estaba su madre, la reina Federica de Grecia, quien le espetó: “A una reina nunca la engaña su marido. Y si la engaña, no se entera. No deshagas las maletas y te devuelves a Madrid. (El palacio de) la Zarzuela es tu sitio”. La pareja real terminó por llevar vidas separadas en privado. Una infaltable es la decoradora Marta Gayá, a quien Juan Carlos conoció en esa especie de corte de aduladores con quienes compartía juergas de tiro largo en Mallorca.

Por esas andanzas se empezó a romper el pacto de silencio sobre su vida privada en publicaciones como Época, que tituló en portada “La dama del rumor”, con la foto de la fiel y discreta Gayá, para muchos el verdadero amor de la vida de Juan Carlos.

Cuando estaba por salir una segunda portada sobre la historia, Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa del Rey, llamó al director para pedirle que la detuviera porque Sofía lloraba todos los días. Por último, aparece la alemana Corinna Larsen, odiada por Queca. Según su colega Antonio Montero, ella era una “máquina de diagnosticar cosas” y muchas veces predijo: “esta lo va a hundir”. Y así fue, como se nota en la reconstrucción que el programa hace de los hechos que llevaron a la abdicación del rey en 2014.

Los testigos revelan que el rey estaba tan loco por ella, que la llevó a vivir con su hijo a La Angorrilla, un pabellón de caza a espaldas de La Zarzuela. Peor aún, quería divorciarse de Sofía y casarse con ella, con pedida de mano a su padre y todo. Pero la propia Corinna relata que desistió de la idea cuando Juan Carlos le anunció que tenía otra amante. Hoy, ella tiene un proceso en Londres contra el rey emérito por espionaje y acoso.

Cuando Juan Carlos fue descubierto en un suntuoso viaje de caza con Corinna en Botsuana, en 2012, mientras los españoles atravesaban la peor crisis económica, su propio entorno oficial, su familia, el Gobierno y el PSOE empezaron a urdir la renuncia de quien había jurado que moriría siendo rey. Todo con el fin de salvar la democracia, coinciden los testigos del programa y exagentes del Cesid, entidad que, tras ser su alcahueta, se dedicó ahora a intrigar para hundirlo.

La serie explica que hoy Juan Carlos está radicado en el paraíso fiscal de Emiratos Árabes Unidos, para convertirlo en residencia fiscal y así poder gastarse, sin rendir cuentas, la inmensa fortuna que amasó, aprovechándose de su posición y del inmenso prestigio que dilapidó tras hacer tanto por la democracia en España. “En el juicio de los españoles va a pesar más lo negativo que lo positivo, porque lo más importante de una biografía es como termina”, concluye el periodista Pedro J. Ramírez.