Joe Goldstrich era un médico residente en el Hospital Memorial de Parkland, en Dallas, en el fatídico 22 de noviembre de 1963. El doctor, que luego se especializó en cardiología, hacía su pasantía en neurocirugía por lo que nunca imaginó que iba a ser uno de los médicos tratantes de John F. Kennedy.
El presidente estadounidense llegó con dos impactos de bala, uno en la cabeza y otro en la espalda, que habría salido a la altura del cuello. y Kemp Clark, jefe de la pasantía de Goldstrich, fue el encargado de tratarlo.
Goldstrich concedió una entrevista al medio especializado Medpage en la que relató cómo fue uno de los testigos de la muerte de Kennedy.
La existencia de Goldstrich se conoció gracias a su participación en un foro virtual en el marco de la reunión anual del Colegio Nacional de Médicos de Emergencias (ACEP) de los Estados Unidos, que se realizó del 26 al 29 de octubre de 2020 en la que el doctor Terry Kowalenko, de la Universidad de Medicina de Carolina del Sur (MUSC), dio una conferencia sobre el tratamiento médico que recibió Kennedy para estudiar si, con los avances médicos de la actualidad se habría podido salvar al presidente.
Pasado el mediodía, el hospital estaba rodeado de una caravana presidencial. Entonces, Goldstrich, que hoy tiene 82 años, fue hasta la sala de urgencias y en la puerta estaba un agente del Servicio Secreto que le dejó pasar al presentarse con su apellido y la especialidad de turno que cubría.
“Ingresé a la sala de emergencia al mismo tiempo que JFK llegaba en una camilla”, dijo al recordar que ayudó a desvestirlo y que en la sala había varios médicos y cirujanos. En el proceso notó que Kennedy tenía un hueco en el cuello, esto le impedía respirar aún con una máscara de oxígeno.
“Yo no sabía nada de balística, así que no tenía idea de si era una lesión de entrada o de salida, y ni siquiera se me cruzó por la cabeza el asunto”, señaló.
Los médicos ampliaron con un instrumento esa zona, entonces Goldstrich pudo ver el cartílago de la tráquea y creyó que debían usar ese hueco para entubarlo, pero no dijo nada. Además, recordó que lo mandaron por el desfibrilador y entonces notó que la primera dama, Jacqueline Kennedy, se encontraba en la sala.
Sin embargo, se procedió de otra manera lo que habría dañado la evidencia de balística sobre la herida, afectando posteriores investigaciones sobre este disparo.
“Yo era la persona más joven de la sala. Estos fueron mis profesores, cirujanos y residentes que estaban años por delante de mí en su formación. Así que no dije: ‘Ponlo en el hueco, no tienes que hacer ningún corte’. Eso habría preservado la naturaleza de la herida, haciéndola más susceptible de determinar si era una herida de entrada o de salida. Pero no dije nada y me arrepiento de eso”, explicó Goldstrich.
En el momento en el que intentaban reanimar a Kennedy se dio el momento más dramático en la sala de emergencias.
El neurocirujano Clark observó la situación general del presidente mientras el doctor Charlie Baxter, el director de emergencias, le practicaba compresiones cardíacas, a la espera de la evaluación de Clark para proceder con el desfibrilador o no. Las palabras de su colega fueron brutales.
“Charlie, por dios, ¿qué haces? Su cerebro está desparramado por todos lados”, una frase que acabó cualquier esperanza de salvar al entonces mandatario y que dejó en shock a su esposa Jackie.
“Vi la expresión de ella [la primera dama] cuando escuchó lo que él dijo. Es otro momento que me quedó marcado a fuego en la memoria, desafortunadamente. Jackie estaba en shock, como un venado encandilado por las luces de un automóvil”, recordó.
Los médicos que participaron de esta reunión concluyeron que el procedimiento no hubiese cambiado mucho, ya que el expresidente “fue asesinado con un rifle militar de caza”, dijo Terry Kowalenko de la Universidad de Medicina de Carolina del Sur.
Lo que sí habría sido diferente en la actualidad, es que los equipos médicos del Servicio Secreto se reúnen con hospitales locales donde quiera que vaya el presidente, según publica MedPage Today. Además, no dejarían entrar a la sala a alguien que solo se identificara verbalmente como pasó con Goldstrich ese 22 de noviembre de 1963.